Santoral del 15 de Septiembre



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Nuestra Señora de los Dolores Bajo el título de la Virgen de la Soledad o de los Dolores se venera a María en muchos lugares
Rolando de Medici, Beato Ermitaño
Catalina (Fieschi) de Génova, Santa Viuda
Pablo Manna, Beato
Nicetas el Godo, Santo Mártir
Giuseppe "Pino" Puglisi, Beato Sacerdote y Mártir
Mariano Alcalá Pérez, Beato Sacerdote y Mártir
Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, Beatos Mártires
Ntra. Sra. de las Angustias, Patrona de Granada
San Porfirio el Mimo, mártir
LOS SIETE DOLORES DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
En Roma, en la vía Nomentana, el triunfo de san Nicomedes, Presbítero y Mártir, el cual, como respondiese a los que le obligaban a ofrecer sacrificios: «Yo no sacrificó sino a Dios Omnipotente, que reina en los cielos», fue por mucho tiempo azotado con plomada, y en aquel tormento pasó al Señor.
En Córdoba de España, los santos Mártires Emilas, Diácono, y Jeremías, que en la persecución Arábiga, al cabo de larga y dura prisión, finalmente degollados por Cristo, consumaron el martirio.
En territorio de Chalons, san Valeriano, Mártir, a quien el Presidente Prisco mandó colgar y despedazar cruelmente las carnes concunas de hierro, y por último, viéndole firme en la confesion de Cristo y perseverar alegre en las divinas alabanzas, lo hizo pasar a cuchillo.
En Andrinópolis de Tracia, los santos Mártires Máximo, Teodoro y Asclepiodoto, que fueron coronados en tiempo del Emperador Maximiano.
Igualmente, san Porfirio, comediante, que recibiendo por burla el Bautismo delante de Juliano Apóstata, se trocó repentinamente por la virtud de Dios, e hizo profesión de Cristiano, y al punto, por orden del mismo Emperador, al golpe del hacha fue coronado del martirio.
El mismo día, san Nicetas, Godo, a quien el Rey Atanarico mandó quemar en odio a la fe católica.
En Marcianópolis de Tracia, santa Melitina, Mártir, la cual, en tiempo del Emperador Antonino, de orden del Presidente Antíoco, conducida una y otra vez a los templos de los Gentiles, y cayendo siempre los ídolos por tierra, fue colgada y despedazada, y por último decapitada.
En Toul de Francia, san Apro, Obispo.
En Lyon de Francia, san Albino, Obispo.
El mismo día, el tránsito de san Aicardo, Abad.
En Francia, santa Eutropia, Viuda.
En Génova, santa Catalina, Viuda, insigne por el desprecio del mundo y la caridad para con Dios.

Y en otras partes, otros muchos santos Mártires y Confesores, y santas Vírgenes.
R. Deo Gratias.

LOS SIETE DOLORES DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
Era menester que el Cristo padeciese
y así entrase en la gloria.
(Lucas, 24, 26)
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Esta fiesta la celebraban con gran pompa los Servitas ya en el siglo XVII y fue extendida por el Papa Pío VII en 1817 a toda la Iglesia, en memoria de los sufrimientos infligidos a la Iglesia y a su jefe visible por Napoleón I, y en acción de gracias a la Madre de Dios, cuya intercesión les había dado fin. El Evangelio de la misa nos recuerda el momento más doloroso de la vida de María, así como su inquebrantable firmeza: junto a la cruz de Jesús está de pie María, su Madre.

MEDITACIÓN - LA VISTA DE LA CRUZ ES EL CONSUELO DEL CRISTIANO

I. Nada hay más consolador para un cristiano que poner sus ojos en la cruz; ella es quien le enseña a sufrir todo, a ejemplo de Jesucristo. Esta cruz anima su fe, fortifica su esperanza y abrasa su corazón de amor divino. Los sufrimientos, las calumnias, la pobreza, las humillaciones parecen agradables a quien contempla a Jesucristo en la cruz. La vista de la serpiente de bronce sanaba a los israelitas en el desierto, y la vista de vuestra cruz, oh mi divino Maestro, calrna nuestros dolores. No pienses en tus aflicciones ni en lo que sufres, sino en lo que ha sufrido Jesús. (San Bernardo)

II. ¡Qué dulce debe ser para un cristiano, en el trance de la muerte, tomar entre sus manos el crucifijo y morir contemplándolo! ¡Qué gozo no tendré, entonces, si he imitado a mi Salvador crucificado, viendo que todos mis sufrimientos han pasado! ¡Qué confianza no tendré en la cruz y en la sangre que Jesucristo ha derramado por mi amor! ¡Qué dulce es morir besando la cruz! El que contempla a Jesús inmolado en la cruz, debe despreciar la muerte. (San Cipriano)

III. Qué consuelo para los justos, cuando vean la señal de la cruz en el cielo, en el día del juicio y qué dolor, en cambio, para los impíos que habrán sido sus enemigos. Penetra los sentimientos de unos y otros. Que pesar para los malos por no haber querido, durante los breves instantes que han pasado en la tiera, llevar una cruz ligera que les hubiera procurado una gloria inmortal, y estar ahora obligados, en el infierno, a llevar una cruz agobiadora, sin esperanza de ver alguna vez el fin de sus sufrimientos.

El amor a la cruz - Orad
por la conversión de los infieles.

ORACIÓN

Oh Dios, durante cuya Pasión, según la profecía de Simeón, una espada de dolor atravesó el alma dulcísima de la gloriosa Virgen y Madre, concédenos, al venerar sus dolores, que consigamos los bienaventurados efectos de vuestra Pasión. Vos que con el Padre y el Espíritu Santo vivís y reináis por los siglos le los siglos. Amén

http://www.aciprensa.com/podcast/santo/setiembre15-07nuestrasenoradelosdolores.mp3





LOS SIETE DOLORES DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

La fiesta de los Siete Dolores de la Santísima Virgen nació de la piedad cristiana, que gusta asociar a María a la Pasión de su Hijo. En el siglo XI eran ya sus dolores objeto de la devoción privada. En el XIV apareció la secuencia Stabat Mater, que una tradición, discutida, atribuye a Jacoponi de Todi. Celebrada con gran solemnidad por los Servitas en el siglo XVII, la fiesta de los Dolores de la Santísima Virgen fue extendida por Su Santidad Pío VII a toda la Iglesia universal en 1814, para recordar los sufrimientos que acababa de soportar ésta en la persona de su Jefe, primeramente desterrado y cautivo, pero liberado después gracias a la protección de la Virgen. En 1912 la fijó el Papa San Pío X el 15 de septiembre, octava de la Natividad de la Santísima Virgen.

Al mismo tiempo que los sufrimientos de María, esta fiesta hace resaltar su valiente amor, que la movió a tomar parte tan íntima en la obra de nuestra redención. Ella es verdaderamente la que, como Judit ante la desolación de su pueblo, nada se ha perdonado para salvarnos de la ruina. Al ofrecer en holocausto a su Hijo por nosotros, se ha convertido en nuestra madre y nosotros en hijos suyos, adoptados al pie de la Santa Cruz.
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BEATO ORLANDO o ROLANDO,Ermitaño
(1386 d. C.)

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Un día en que practicaba la cetrería en el bosque de Borgo Santo Domnino, en Italia, la marquesa Antonia Pallavicini, descubrió a un anciano tendido en el suelo y con apariencia cadavérica. Era un ermitaño llamado Rolande de Medici, que había llegado al país vestido de luto, veintiséis años antes. Como la ropa se le había roto y caído a pedazos, la había reemplazado por una piel de cabra. En verano se alimentaba de hierbas y frutas, en invierno mendigaba algo para no morir de hambre. Nadie le había oído decir nada, pero repetidas veces se la había visto inmóvil sobre un pie, con los brazos extendidos y fijos los ojos en el cielo. La marquesa ofreció al moribundo transportarlo a su castillo de Borgo, pero el ermitaño se negó por señas. Sin embargo, Antonia le convenció de que no debía morir sin confesión, añadiendo además que ella se ofrecía a facilitarle los servicios de su confesor, el padre Doménico. Entonces Rolando hizo un signo de aceptación. Fue transportado a la iglesia vecina, donde el sacerdote le administró el sacramento y le interrogó largamente.

Tendido sobre la paja bajo el sol, el ermitaño declaró que había guardado silencio y huido de la compañía de los hombres para evitar el pecado, y que a los muchos consuelos con que Dios le había colmado debían atribuirse sus éxtasis y las aparentes rarezas de su conducta. Recibió los últimos sacramentos, tomó el caldo de gallina que la marquesa le había preparado y vivió todavía cuatro semanas más. En el momento de su muerte, vio llevar a san Miguel con una multitud de ángeles para conducirlo al paraíso
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San Nicetas el Godo, mártir
Icono ortodoxo griego del Santo.San Nicetas (Nikita) el Godo, también conocido en Rumanía como San Nicetas el Romano, era un santo mártir que vivió en las tierras de los Cárpatos durante el reinado de los godos en Dacia, en el siglo IV.

La vida de San Nicetas fue escrita probablemente en Mopsuestia en los siglos V-VI, que era el lugar donde en aquel momento se conservaban sus reliquias. Aunque el texto se concentró en describir la historia de cómo las reliquias habían llegado a aquella ciudad del Asia Menor, la biografía ofrece alguna información sobre la situación de los cristianos en las regiones del norte del Danubio, en la segunda mitad del siglo IV. Este texto fue trasladado después tanto a los sinaxarios orientales como a los martirologios occidentales, estando comprendida en el quinto tomo del “Acta Sanctorum” del mes de septiembre.

San Nicetas era un guerrero godo tervigiano que vivió durante el reinado del emperador Constantino el Grande y sus sucesores. Su biografía nos dice que Nicetas fue bautizado por San Teófilo de Gothia, uno de los obispos asistentes al Concilio Ecuménico de Nicea (325) y que se convirtió en uno de sus misioneros. La situación de los cristianos en las tierras situadas al norte del Danubio bajo el reinado de los godos en aquel momento era buena, aunque los gobernantes godos no estaban bautizados, no eran cristianos.

Las políticas internas entre los godos en la segunda mitad del siglo IV estaban infectadas por las luchas fratricidas entre Fritigerno (369-380) y Atanarico (367-381). La disputa terminó en el año 370 con la derrota de Fritigerno, que huyó al Imperio Romano, encontrando un defensor en el emperador Valente, que gobernaba la parte oriental del Imperio (364-378). En respuesta, Valente envió a sus ejércitos tracios sobre el Danubio e hizo graves daños al ejército de Atanarico. El gobernante godo escapó con vida junto con algunos compañeros. Fritigerno recuperó de nuevo el trono y se convirtió al cristianismo (Sozomeno, Historia Eclesiástica 6, 37). De este motivo, la cristianización de los godos fue más efectiva. Ulfilas (o Wulfilas), que era el obispo que sucedió a San Teófilo en el año 383, tradujo la Biblia a la lengua vernácula y ejerció una intensa misión apostólica.
Pasado algún tiempo, Atanarico regresó y recuperó el poder; y viendo al cristianismo como un peligro para su cultura nativa, se dedicó a perseguir cruelmente a los cristianos. Entre los mártires está San Sabas el Godo –del que ya hemos escrito– que es celebrado el 12 de abril, especialmente en el sur de Rumanía.

Nicetas, que se había convertido en un sacerdote misionero entre los godos cristianos, denunció la impiedad y crueldad de Atanarico y llamó a los fieles a que se mantuvieran firmes en su fe en contra de la idolatría. Por supuesto, Atanarico ordenó apresar a Nicetas y, según la “passio”, el diablo en forma de un ángel tentó al santo a fin de que ofreciese sacrificio a los dioses paganos, salvando así su vida; pero Nicetas, mediante la oración y con la ayuda del arcángel Miguel, rechazó la oferta. Después de torturarlo terriblemente, Atanarico ordenó matar al mártir, quemándolo durante la celebración de unos juegos. Esto sucedió el 15 de septiembre, alrededor del año 370. Existe otra tradición que dice que Nicetas era un sacerdote misionero que fue quemado vivo delante del altar de su iglesia, porque no quiso reverenciar a los ídolos godos, siendo previamente paseado por las aldeas por los soldados, montado en una carreta.

Su cuerpo, milagrosamente, no se quemó y quedó insepulto durante algún tiempo, hasta que Marian, un comerciante de Mopsuestia (Cilicia), que era amigo del mártir, se atrevió a recogerlo en una noche lluviosa. La santa vida de Nicetas se mostró como una reluciente estrella que le hizo el camino más fácil hasta llegar a su casa de Mopsuestia, donde sepultó las sagradas reliquias. La casa de Marian fue bendecida y muchos enfermos sanaron presentándose ante la tumba del mártir. Más tarde, Marian y algunos cristianos decidieron construir una iglesia en honor del santo, poniendo las reliquias en su interior a fin de que fueran veneradas. Marian dejó un dedo del santo en su casa y el resto de las reliquias quedaron intactas, hasta que el obispo Auxencio de Mopsuestia construyó en Anabarza (hoy un lugar en ruinas cerca de Cukurköprü en Turquia) una iglesia en honor de los mártires Taraco, Probo y Andrónico.

Los cristianos de Anabarza ofrecieron reliquias de estos santos a la nueva iglesia, pero a cambio solicitaron parte de las reliquias de San Nicetas. Sin embargo, tres señales – la ruptura de la lápida, el secado repentino de las manos de quien tocó las reliquias y una gran tormenta – fueron considerados como signos evidentes de que Dios no quería que las reliquias de San Nicetas fueran divididas. Mediante las oraciones del obispo, San Nicetas curó a la persona cuyas manos se secaron al tocar sus restos.

Las reliquias del Santo en el siglo XII fueron llevadas a Constantinopla y, más tarde, al monasterio Decani Visoki en Serbia; hasta que, en el siglo XIV, los venecianos las robaron y se las llevaron a su ciudad, poniéndolas bajo el altar de la iglesia de San Rafael. En Italia, el mártir es honorado en Melendugno, una localidad cercana a Lecce, donde en el siglo XII se había construido una abadía en honor del santo mártir. Allí se conserva el brazo izquierdo.

En Oriente, el Santo es especialmente venerado en Rusia, Ucrania y Serbia, donde hay varias iglesias y monasterios que llevan su nombre. Tanto en Oriente como en Occidente, San Nicetas es conmemorado el día 15 de septiembre (28 de septiembre según el calendario juliano) y el segundo día después de la festividad de la Santa Cruz, celebración que posiblemente esté vinculada a la victoria de la cruz, pues el nombre de Nicetas, en griego, significa “victorioso”.
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Troparion (Himno) del Santo
Has vencido el error y triunfaste en el martirio, ¡oh Nicetas!, homónimo de victoria; conquistaste las filas del enemigo y terminaste tu vida en el fuego. Ruega a Cristo nuestro Dios, para que nos conceda su gran misericordia.

Enlace consultado (19/02/2014):
http://www.heiligenlexikon.de/BiographienN/Nikitas_der_Gothe.html
| Fuente: www.bisbatlleida.org
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Mariano Alcalá Pérez, Beato Sacerdote y Mártir
Martirologio Romano: En diversos lugares de la diócesis de Lleida (Lérida), España, Beatos Mariano Alcalá Pérez y 18 compañeros de la Orden de la Bienaventurada Virgen de las Mercedes, asesinados por odio a la fe. († 1936-37)

Fecha de beatificación: 13 de octubre de 2013, durante el pontificado de S.S. Francisco.

Vino al mundo en Andorra, Teruel, el 11 de mayo de 1867, decimosegundo hijo de Tomás y Vicenta, que lo llevaba a la pila bautismal al día siguiente. Buen comienzo para una vida exquisitamente dedicada a Dios.

Constituyó el primer grupo que ingresó en El Olivar después de la Restauración, contando catorce años. En este convento tomó el hábito el 24 de septiembre de 1881, a las 9’30, de manos del padre Benito Rubio y ante el padre Antonio Lafuente; profesando los votos simples el 23 de mayo de 1883 ante los padres Benito, Lafuente y Fabián Lisbona. Ese mismo año cursó el primero de filosofía, accediendo a la teología en el curso 1886-1887. El 3 de junio de 1886 emitió los votos solemnes, ante los padres Clodomiro Henríquez, Juan Pascual y Bernardino Toledo. El 13 de octubre de 1887, cuando la reapertura del convento de Lérida, pasó allí con los demás coristas, siendo parte de la comunidad fundadora de este convento y, años más tarde, de los compradores de la fonda de San Luís para erigir el colegio.

Siendo diácono, el año 1888, el padre general Pedro Armengol Valenzuela, percatado de sus excelentes cualidades, lo llevó a Roma para terminar y perfeccionar sus estudios en la universidad Gregoriana y al mismo tiempo desempeñar alguna cátedra en la ilustración de los coristas del convento romano. Fue ordenado presbítero por el cardenal Lucido María Parocchii el 21 de diciembre de 1889 en San Juan de Letrán.

Cursados tres años de teología en la Gregoriana, fue mandado al convento de San Juan de Poyo, Pontevedra, para explicar filosofía a los coristas. Pasados dos años, le vino la conventualidad de Lérida; donde empezó a dedicarse a la predicación con más que regular aplauso, siendo bastante apreciado por el obispo, que lo nombró pro examinador diocesano. Estaba feliz cuando al general Valenzuela le plugo contrariarlo, destinándolo a San Ramón, convento recuperado por la Orden el 11 de julio de 1897. Mas, por lo que fuera, muy luego regresó a Lérida, ya que el 20 de agosto de 1897 participaba en la compra del edificio para colegio mercedario. Recuperada su actividad oratoria, lo vemos desplazándose a Guissona, Andorra, Madrid; dando ejercicios al clero en San Ramón en julio de 1902.

Y, cuando menos se lo podía esperar el 16 de julio de 1903 el padre general Valenzuela lo designó provincial, si bien ya llevaba un mes de vicario provincial. Regirá la provincia por ocho años seguidos, de los cuales los cuatro primeros tuvo la residencia en Lérida y los otros en Barcelona; pues el 22 de julio de 1907 el general Valenzuela le prorrogó el provincialato para cuatro años. Ese año en Lérida, el 21 de agosto, reunió un remedo de capítulo provincial para analizar la marcha de la provincia.

Promovido a obispo de San Carlos de Ancud el general Valenzuela y, quedando vacante la sede generalicia, la sagrada Congregación de Negocios eclesiásticos convocó elección de general de la Merced, mediante los votos de los padres provinciales y definidores, que llegaron en sobre sellado a la Congregación. Siendo el más sufragado nuestro padre Alcalá, el cardenal prefecto juzgó que él era el destinado para ocupar la principal dignidad de la Orden, proclamándolo el 3 de agosto de 1911 superior general, cargo del que se posesionó el 24 agosto; tomando por secretario al padre Francisco Gargallo. La hermana María de la Paz Vilaclara dice sobre este momento: edificaba sólo verlo, daba la impresión que fuese hombre de gran vida interior. Siempre recogido en sí, y el nombramiento de general le sorprendió como una bomba y lo tornó aún más humilde.

Cogía el timón de la Merced en momento de descontento e insatisfacción, a causa del prolongado gobierno, treinta y un años, del reverendísimo Valenzuela. Renacía la ilusión, pero de inmediato se encontró con una campaña ominosa del exgeneral; un sector de la Orden se le declaró opuesto, al pretender algunas reformas; los italianos se le cruzaron cuando pretendió reservar la casa generalicia para el gobierno general. Aunque le dio la razón el papa Pío X, surgieron más y más confrontaciones y acusaciones; para zanjarlas la santa Sede quiso intervenir por medio de un visitador apostólico; el padre Alcalá trabajó increíblemente por evitar tal sonrojo, y, no logrado, renunció al generalato el 9 de marzo de 1913. El 14 de marzo de 1914 el visitador apostólico instituyó vicario general al padre Inocencio López Santamaría. El 30 de abril de 1914 el padre Mariano pasó a San Ramón; el 4 de junio marchó a Barcelona; el 17 de agosto tornó a San Ramón; el 12 de septiembre residía en Barcelona.

Al respecto debo poner la declaración de sor María de la Merced Busquets, misionera esclava del Inmaculado Corazón de María, que lo tuvo director desde 1916, afirmando que todo él respiraba santidad, cuando lo conocí me imponía mucho respeto y no quería ir a confesarme con él, pero cuando lo nombraron confesor de la comunidad, cambié teniendo una confianza ilimitada en él. Trasmitía tranquilidad a las almas atormentadas. Fue muy perseguido hasta por los suyos y por otros, lo que soportó con paciencia y serenidad. Pío X le obligó a renunciar al generalato por acusaciones de sus hermanos de gobernar mal la Orden; esto lo sé porque me lo contaron los padres Cesáreo Fernández, Tomás Carbonell y otros. Era muy recto y no estando de acuerdo algunos religiosos, buscaron de suprimirlo. Después de haber bebido el cáliz de la amargura, volvió a España y pasando por Loreto, tuvo una visión de la Virgen, esto me lo contó otro padre; entonces le pregunté a él qué le había dicho la Virgen y me dijo: ¡Qué bella es la Virgen!, añadiendo cómo le había Ella manifestado que durante su generalato no se había condenado ningún mercedario.

La visión de Loreto también la testifica sor Margarita Vall, a la que profetizó que sería general de su instituto, las religiosas Misioneras Esclavas del Inmaculado Corazón de María. Profesaba –dice ella- una gran devoción al Ángel custodio, que lo liberó una vez del atropello de un vehículo, y a santa Teresita, a cuya canonización asistió; practicaba los ejercicios espirituales cada año en la cartuja Aula Dei, de Zaragoza.

En el capítulo provincial iniciado el 7 de agosto de 1915 no se halló, siendo así que tenía derecho; mas fue elegido segundo definidor. El 13 de octubre de 1915 formaba comunidad en Lérida, y aquí se estabiliza, haciendo frecuentes salidas, a Manresa, Andorra, San Ramón, Barcelona, San Hilario, Bilbao, Borges, Monzón, Jaca, Fraga, Barbastro, Zaragoza, para predicar, para confesar, para tomar las aguas en San Hilario de Sacalm. Pero su lugar preferido era el confesionario en su iglesia de la Merced, desde que se abría el templo hasta que no quedaba nadie, allí permanecía, casi siempre con una cola de penitentes. Si estando en casa, era llamado al confesionario, dejaba de inmediato lo que estaba haciendo, se ponía la estola y se prestaba para atender al penitente. Es que atraía a las almas por su unción, su sabiduría, su experiencia mística, su discreción, su rectitud, su delicadeza, su discernimiento. Fue director espiritual y consejero de prelados, visitador y confesor de muchas comunidades de religiosas, tanto que su confesionario estaba siempre rodeado de personas de todas clases y condiciones.

El padre Bienvenido Lahoz, que vivió muchos años con él, desde cuando era estudiante, lo define: devoto, serio, comedido en cuanto a la pureza, abierto a todas las formas de piedad, no de gran capacidad, recto en su modo de ser, sumamente delicado de conciencia. La gran tribulación de ser depuesto del generalato fue un acicate para no buscar otra cosa que a Dios. Muy dedicado al confesionario, tenía un gran prestigio de santidad y la comunicaba a sus penitentes; todos lo veneraban. No admitía bromas de doble significado. Era muy respetado. Todo rebela su gran santidad. Llevado de su devoción a santa Gema, hizo un viaje penosísimo de Roma a Luca, y en otra ocasión peregrinó a Paray-le-Monial.

El padre Jaime Monzón Sanz, aspirante entonces, lo recuerda del año 1915 religioso excelente, significativamente silencioso, modesto, retirado, valoradísimo director espiritual de numerosos sacerdotes, religiosas y seglares. Sor Maria de la Consolación Sanz, clarisa, afirma: Era una alma santa; tenía algo que no había encontrado en otro sacerdote; en la primera confesión ya me dijo que tenía vocación religiosa. Era severo consigo mismo y muy indulgente con los otros. Se hacía obedecer sin mandar.

En noviembre de 1919 partió para Roma, vocal del capítulo general, regresando en diciembre. En 12 de enero de 1920 presidió el capítulo provincial que tenía que celebrarse en San Ramón, según la convocatoria, pero por razón de mal tiempo se celebró en la ciudad de Lérida.

Desde 1920 va frecuentemente a Juneda, para confesar a las religiosas. El 31 de agosto revisaba sus actividades la comunidad, haciendo constar cómo el padre Alcalá ni servía para el colegio, ni para el postulantado, ni para el culto; sólo para el confesionario. Se comprende, pues vivía abstraído, en silencio y recogimiento, en la misa parecía una estatua, sin ni apercibirse de quién le ayudaba; vivía en un mundo distinto al de los demás, convirtió su celda en Tebaida. A su paso, cuando iba por la calle, la gente lo miraba embelesada: Ahí el santo de la Merced. Era un ángel, expresaría uno de la comunidad. Marcelina Esquerza puntualiza sobre este su halo: En el modo de celebrar la misa llamaba mucho la atención su recogimiento y devoción, lo mismo en las procesiones a que asistía, totalmente absorto en sus pensamientos.

María Ristol, que trató mucho al padre Mariano entre 1916 y 1928 en la Merced de Lérida, a la que él escribió veintisiete cartas de dirección espiritual, expresa: Creo que su vida y fama de santidad eran excepcionales. Una vez que supe que lo habían calumniado, se lo dije y noté en él una virtud extraordinaria, no quiso saber quién me lo había dicho, ni porqué motivo, se limitó a decir, “pobrecillos, recemos por ellos.” Era muy puntual en las cosas de la iglesia, tenía mucha paciencia, como pude constatar en varias ocasiones. Mis hijas, después de muchos años, reconocieron haber sido afortunadas de tener una formación distinta de otras y se nota en mil detalles. Cuando yo le decía que era como un ángel de la guarda para mí y los míos, me respondía que Dios hace las cosas como quiere y a veces se sirve de un mango de escoba para dirigir. No obstante los muchos años que nos dirigió espiritualmente a mí y a los míos nunca supo dónde vivíamos; me dijo en una ocasión que lo invité a bendecir y entronizar en mi vivienda el sagrado Corazón de Jesús, que él no iba nunca a casa privada, al final aceptó pero vino acompañado de un hermano lego. Era muy mortificado, discretísimo en todas las cosas como no he visto en otro. Una vez que le dije que era un santo, se molestó.

En julio de 1922 pasó por El Puig yendo a impartir ejercicios espirituales a las mercedarias de Málaga, Lorca y Madrid. El 13 de enero de 1923 estaba en Barcelona, como exgeneral, en el capítulo provincial, teniendo tres votos para provincial y saliendo primer definidor. En 1924 andaba achacoso, aunque en diciembre fue a Madrid para las fiestas de la beata Mariana de Jesús. En agosto de 1925 fungía de vicario provincial, por ausencia del provincial Alberto Barros, negándose a ratificar el cierre del colegio de Lérida. El 24 de julio de 1926 estaba en San Ramón participando en el capítulo provincial, en cuanto exgeneral, exprovincial y definidor, siendo escrutador y recibiendo seis votos para definidor, pero no los suficientes; por lo visto tenía en su contra a la propia comunidad ilerdense, que lo había demostrado con modos inadecuados, por eso el padre Inocencio López Santamaría, presidente capitular, exigió a los conventuales ilerdenses que diesen satisfacciones al padre Alcalá, supongo que por su apoyo a la continuación del colegio y sus limitaciones.

Ya se mueve poco, y si viaja es a tomar las aguas, a Barcelona o Zaragoza. El 22 de marzo de 1929 la santa Sede constituyó el gobierno provincial de Aragón, después de haber realizado una votación de sondeo; nuestro padre Alcalá fue señalado segundo definidor. El 24 de abril estaba en San Ramón, rindiendo obediencia al provincial designado por la santa Sede y asumiendo su cargo de definidor. En 1931 el padre Alcalá se proveyó de ropa seglar. El 4 de marzo de 1932 se resistía a la venta del edificio que fuera colegio ilerdense. El 29 de julio de ese mismo 1932 abrió el capítulo provincial en San Ramón, pues el precedente día 4 le vino el nombramiento de presidente capitular; fue designado definidor con todos los votos; a su propuesta se hizo la consagración de la Provincia al Corazón de Jesús. En 1935 tiene ausencias prolongadas en las aplicaciones de misas, frecuenta médicos, consume medicamentos; en febrero estuvo en trance de muerte por bronconeumonía y afección del corazón; se halló al capítulo provincial de San Ramón, desde el 3 al 8 de agosto, siendo escrutador, pero ya no le dieron ninguna responsabilidad.

Evidentemente en el padre Alcalá se ha ido produciendo un proceso de agotamiento físico, a la par que de purificación interior. En su correspondencia se hallan expresiones como ésta: quisiera que no os molestaseis por mí... ya sabéis que soy un pobre religioso… No os olvidéis de este pobre ministro, que aunque muy indigno del Señor, sólo tiene una aspiración: amar fervientemente al Señor santificando así su pobrecita alma. Las humillaciones, las contrariedades, las injusticias le han clavado en la cruz. Y hasta fue calumniado. No obstante que era delicadísimo y prudente en todo, singularmente en cuanto a la pureza, hasta el punto de preparar para la primera comunión a dos hermanitas de cuatro y seis años a través de la rejilla del confesionario, pasó por una de las pruebas más duras que puede soportar un religioso recto.

Lo cuenta la hermana Busquets: Fue gravemente calumniado. Supe por diversos conductos que una religiosa carmelita descalza de Lérida, Eva Valeta, había salido del convento con gran escándalo, encinta, y ella decía que había sido por causa del padre Mariano; pero no fue así, porque ella contrajo inmediatamente matrimonio con su cómplice, el carpintero que trabajaba en el convento, habiendo declarado explícitamente la inocencia del padre Mariano. Hablando de ésta con el Padre, me dijo “recemos por ella” Era confesor de las madres Carmelitas, y llevó toda esta cruz con mucha paciencia y resignación. También demostró mucha paciencia durante su permanencia en su convento de Lérida, porque algunos padres no lo respetaban como merecía. Siendo confesor ordinario de mi comunidad, advirtió a la madre general de ciertas irregularidades que venían sucediendo; viendo que no se le hacía caso y todo seguía igual, me obligó a recordar a la madre aquello que le había dicho y de que en caso contrario el instituto tendría una grave crisis: falta de vocaciones, algunas religiosas jóvenes se irían a otras órdenes más observantes y algunas morirían, esto ocurría en 1926; me predijo en 1929 las cruces, las penas, las enfermedades, los escrúpulos y lo mucho que me tocará sufrir, y todo se ha efectuado así.

Teresa Castelló lo conoció desde mayo de 1929, tomándolo por su director espiritual: Era religioso las veinticuatro horas del día, fray ejemplo, por su recogimiento y su mirada, imagen clara de la virtud, sobre todo de la fe, la esperanza y la caridad. Con la vida que llevaba, el martirio era la cosa más natural en aquellas circunstancias.

Claro que era dechado de fortaleza, paciencia. Afrentado, perseguido, humillado, callaba siempre. Cuando iba a su pueblo, Andorra, los quince o veinte días de verano, se pasaba horas en la iglesia, paseaba con los sacerdotes y su sobrino Ángel. Todos lo admiraban por retirado, humilde, todos lo calificaban ejemplar y santo. Pedro Tomás Callizo agrega que era jovial en el trato.

Seguía en Lérida, cada día más achacoso, cuando el 8 de marzo de 1936 su sobrino Ángel, casado con Luisa, se lo llevó a Andorra para ver que recuperara la salud. Lo tuvieron en su hogar hasta después de 18 de julio. Ella atesta: Era un gran místico, y cuando le comunicamos el triunfo de la revolución, previendo lo que se veía venir, y algunos le manifestamos un cierto temor, dijo preparémonos a morir bien, si debiese ser el caso. Margarita Vall asevera cómo supo que murió con gran disposición de ánimo, sobre todo las veinticuatro últimas horas antes de morir, como si estuviese contento de ir a la muerte. A María Ristol le manifestó que la gracia de las gracias era el martirio y estaba alucinado por obtenerla, pero dudaba de ser digno.

Porque la casa de Ángel era peligrosa, como farmacia muy frecuentada por los rojos, lo llevaron a casa de su sobrina Vicenta Alcalá, que manifiesta: Aquí vivía como en el convento, se levantaba a la misma hora, dedicaba a la oración y a sus trabajos el mismo horario que en el convento; meditaba, leía, escribía cartas de dirección espiritual; hacía el tiempo de recreación conversando con la familia; celebraba diariamente la santa misa; a veces paseaba con los sacerdotes, que se embelesaban con su palabra. En el pueblo todos admiraban su bondad, su afabilidad, su delicadeza, nunca reprochaba nada a nadie, no se lamentaba de nada, mostraba una paciencia admirable. Mosén Rafael Galve observó cómo aunque estaba en el hogar de sus familiares, se le veía ensimismado en la presencia de Dios, en tal modo que parecía no oír cuando se habla del mundo, aunque fuesen cosas familiares, en cambio hablaba con entusiasmo y fervor de temas espirituales, sobre todo de las preferencias de su devoción, el Corazón de Jesús, el Espíritu santo, la Virgen, santa Teresita, santa Gema, el Ángel de la Guarda, y más aún gustaba de comentar de Roma y del Papa. Algunos días antes del martirio, pese a su vejez, aún manifestaba deseos de ir a Roma, para el capítulo general. Nunca jamás le vi hablando tú por tú con una mujer, prueba de cuánto estimaba su castidad.

Y sobrevino la Guerra civil, y con ella lo que esperaba, el martirio. Cuando se hablaba de los rojos decía: no hablemos, recemos. Su disposición era serena, esperando el cielo y consolando a sus familiares. El 26 de julio ya no pudo ir a la iglesia, por la inminencia de la llegada de los rojos. Quedó escondido en casa de sus sobrinos, de Ángel, primeramente, de Vicenta, después, que fueron conminados a presentar a su tío so pena de volar sus casas. El 26 de agosto tuvo que acudir al comité. Lo acompañaron ambos sobrinos; los facinerosos ni le dirigieron la palabra; lo menospreciaron; a ellos les prometieron interceder por su vida. Lo devolvieron porque lo vieron viejo y agotado, a la ida y al regreso fue rezando.

Vicente Aguilar nos habla de este trance: su disposición de ánimo era serena, pensando en el cielo; comunicaba esperanza a sus familiares; consolaba a los suyos que no perderían nada con su muerte.

Cuenta Vicenta: El 15 de septiembre, sobre las cinco y media de la tarde el comité me llamó para que acompañase a mi tío hasta allí, a fin de que el pueblo no se diese cuenta y se alarmara; rehusé categóricamente, pues me dijeron que aquella noche lo iban a matar. A las seis de la tarde, vino un pelotón a buscarlo; le avisé de que debía presentarse al comité y me rogó que lo acompañase, y acepté; luego de bajar unas gradas, se retornó a su habitación, compareciendo inmediatamente; a la puerta lo esperaban los milicianos, que me impidieron acompañarlo; lo llevaron a la casa consistorial donde estaba el comité. Él se entregó sin resistencia alguna, resignado ante los empellones y amenazas que le proferían, azuzado porque no podía andar a su ritmo. Pasados unos días de esto, pues estuve fuera, regresé obligada por el comité, entrando en la habitación que tuviera mi tío, encontré sobre la mesa su reloj y su rosario, que nos dejaba para recuerdo, pues eran dos objetos de su predilección, el reloj porque se lo había regalado su padre el día de la ordenación y el rosario por su devoción a la Virgen.

José Artigas sigue el relato: El día 15 sobre la seis de la tarde me avisaron que fuera con el camión a la plaza Nueva para cargar cebada. Una vez allí, vi todo ocupado por milicianos armados, me hicieron meter la parte trasera del camión frente a la entrada de la Casa consistorial, advirtiéndome que no dejase el volante. Entonces comenzaron a salir hacia el camión varios hombres, unos armados y otros maniatados. Me ordenaron tomar la carretera de Alcañíz, pero cuando llegamos al cementerio de Andorra, a los muros orientados hacia Alcañíz, me ordenaron pararme, porque iban a ser fusilados de inmediato, según lo que me dijeron los armados, todos los maniatados en el camión. Me encontraba angustiadísimo, adivinando lo que iba a suceder, retirándome un poco hacia la puerta del cementerio para no asistir a un acto tan terrible; mientras pasaba por la puerta trasera del camión, vi entre otros y reconocí al padre Mariano Alcalá, entre dos le ayudaron a bajar del camión, lo reconocí distintamente y cómo sus labios se movían fervorosamente; volví a observarlo y constaté nuevamente que estaba rezando muy fervorosamente. No vi más, pero percibí perfectamente y sin perder tiempo, los disparos, algún lamento y un ¡viva la Virgen del Pilar! Dos días después, oí decir que el padre Mariano había gritado ¡viva Cristo rey!, cosa que yo no oí, tal vez porque estaba a una cierta distancia o porque el padre Mariano tenía poca voz.

El padre Mariano ni se lamentó, ni suplicó, ni protestó; rezaba y expiró diciendo con voz queda ¡viva Cristo rey!, abrazado a su sobrino Ángel, que gritó Viva la Virgen del Pilar. Fue sepultado con los otros seis fusilados.

Así cayó aquel prócer y gran maestro espiritua
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| Fuente: ACI Prensa
Giuseppe "Pino" Puglisi, Beato Sacerdote y Mártir

Martirologio Romano
: En Palermo, Sicilia, Italia, Beato Giuseppe Publisi, apodado Pino, sacerdote diocesano asesinado por odio a la fe por la mafia siciliana a la que enfrentó con gran valor. († 1993)

Fecha de beatificación: 25 de mayo de 2013, durante el pontificado de S.S. Francisco.

El Padre Puglisi fue un férreo defensor de los niños de Palermo usados por la mafia siciliana para distribuir heroína y otras drogas. Don "Pino" organizó un hogar para salvar a cientos de niños del barrio Brancaccio de Palermo, donde él mismo nació.

Su compromiso obstaculizó los planes de la mafia. Fue asesinado por sicarios el 15 de septiembre de 1993, el mismo día en que cumplía 56 años.

Hijo de un zapatero, Carmelo, y de una costurera, Josefa Fana, Don Pino ingresó al seminario diocesano de Palermo a los 16 años de edad y a los 23 fue ordenado sacerdote.

Trabajó en varias parroquias de su ciudad, fue confesor de religiosas y maestro en varias escuelas.

En 1967 fue nombrado capellán de la escuela para huérfanos "Roosevelt" de Addaura y en 1969 fue nombrado vicerrector del Seminario Menor Arquidiocesano. En 1970 fue nombrado párroco de Godrano, un pequeño pueblo cerca de Palermo marcado por la mafia, donde se dedicó a reconciliar a las familias víctimas de la violencia.

Desarrolló centros de promoción vocacional y formación católica para niños y jóvenes y desde mayo de 1990 ejerció su ministerio sacerdotal en la "Casa de Hospitalidad de la Madre" en Boccadifalco, para ayudar a mujeres jóvenes y madres solteras en dificultad.

Ese mismo año fue nombrado párroco de San Gaetano, en Brancaccio, y en octubre de 1992, y tres meses después, en enero de 1993, inauguró el hogar para niños "Padre Nuestro" de Brancaccio, para rescatar a los menores de la mafia. En poco tiempo, el hogar se convirtió en el punto de referencia para los jóvenes y las familias en la comunidad.

Se enfrentó a la mafia con determinación, incluyendo el rechazo de cualquier donativo de procedencia dudosa y el retiro en las fiestas patronales de los puestos de honor de los que tradicionalmente se habían apropiado los líderes mafiosas. Logró establecer entre los padres de familia la esperanza de que podían aspirar a cultivar una sociedad de bien encarando las inercias siniestras y recuperando los espacios públicos para el bien de todos.

"Nuestras iniciativas –decía– y las de los voluntarios deben ser un signo. No es algo que pueda transformar Brancaccio. Ésta es una ilusión que no nos podemos permitir. Es sólo un signo para proveer otros modelos, sobre todo a los jóvenes. Lo hacemos para poder decir: dado que no hay nada, nosotros queremos remangarnos la camisa y construir algo. Si cada uno hace algo, entonces se puede hacer mucho".

La mafia lo declaró enemigo y lo ejecutó frente a su iglesia solo nueve meses después de inaugurar el hogar. Sus restos están enterrados en el cementerio de Santa Úrsula de Palermo.

En su visita a Palermo, en octubre de 2010, el Papa Benedicto XVI recordó a Don Pino y lo propuso como modelo para los sacerdotes de Sicilia.

"Tenía un corazón que ardía de auténtica caridad pastoral; en su celoso ministerio dio amplio espacio a la educación de los muchachos y de los jóvenes, y a la vez trabajó para que cada familia cristiana viviera su vocación fundamental de primera educadora de la fe de los hijos. El mismo pueblo encomendado a su solicitud pastoral pudo saciarse de la riqueza espiritual de este buen pastor (…) Os exhorto a conservar viva memoria de su fecundo testimonio sacerdotal imitando su ejemplo heroico", afirmó el Papa.

S.S. Benedicto XVI firmó el 28 de junio de 2012 el decreto con el cual se reconoce el martirio del Siervo de Dios Giuseppe Puglisi, lo cual permió su beatificación que se realizó el 25 de mayo de 2013.
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SANTA CATALINA DE GÉNOVA Viuda(1447-1510)
Memoria libre


Santa Catalina de Génova, viudaUna tragedia doméstica, un conflicto psicológico, y, como solución, un idilio místico: he aquí las tres etapas de la vida de Santa Catalina de Genova. Casada a los dieciséis años, sin vocación para el matrimonio, se abre para ella un período de desolación interior. Había cedido a una conveniencia de familia. Los Flisci y los Adurni, las dos casas que se disputaban el predominio en la ciudad, eran eternos rivales. Siglo tras siglo se transmitían el odio, y con el odio la lucha, como los Capuletos y Mónteseos en Verona. Pero, cansados de sangre, buscaron una reconciliación, y el sacrificio ofrecido a la paz fue Catalina. Catalina era una Flisci, su marido un Adurni, un Adurni rudo, bárbaro, violento, mundano, pendenciero y derrochador. Pocas veces se han juntado en un hogar dos caracteres tan diversos. Catalina era dulce, concentrada, sensitiva, nerviosa, viva de ingenio y profundamente apasionada. Educada en una atmósfera de piedad, comprendió inmediatamente que la compañía de su marido iba a ser el tormento de su vida. No tardó en establecerse un divorcio tácito entre ambos. Pensaba él que le habían casado con una monja; lloraba ella porque la habían unida a un demonio. Él se pasaba la vida en los afanes de la política, en aventuras guerreras, en azares de juego y en casas de placer. Gozaba, brillaba en la sociedad, malgastaba su hacienda y la de su mujer. Ella, entre tanto, se pasaba los días recluida en el palacio, silenciosa, resignada, olvidando su dolor en la lectura de libros piadosos, y llorando delante de una Pietá, que era su única confidente.

Pasaban los años, y el abismo que separaba a los dos esposos se hacía cada vez más profundo. «Pero no es da él toda la culpa, decían a Catalina. ¿Por qué no te esfuerzas en atraerle? ¿Por qué no dejas de llorar? Sonríe, acaricia, vístele tus galas, sal con él a la calle, cubre con carmines la palidez de tus mejillas. Acércate un poco, él se acercará otro poco, y acabaréis por encontraros.» Estos consejos hicieron mella en el alma de la joven esposa. No tardó en pensar que tenían razón los que la hablaban de aquella manera, y sus venenosos argumentos repercutían en el fondo de su alma. En aquel admirable Diálogo entre el cuerpo y el alma, que escribió más tarde, refleja la actitud de su espíritu con estas palabras de la prudencia de la carne: «¡Oh alma mía! Es menester templar un poco tu fervor excesivo y procurar las cosas necesarias al prójimo. ¿Crees que Dios hubiera dado la existencia a las cosas creadas, si tuviésemos que renunciar a ellas?»

De pronto, vióse a Catalina brillar en los salones y frecuentar el trato de la aristocracia genovesa. Reía, conversaba, danzaba, lucia sus sedas y sus collares, recibía visitas y las devolvía, asistía a las reuniones galantes; donde se jugaba, se tocaba el laúd, se contaban cuentos picantes y se decían versos de amor. Su belleza, su talle grácil y esbelto, su aire majestuoso, su ingenio penetrante y la gracia de su conversación le merecieron los mayores éxitos en aquel campo nuevo para ella. De todas partes le llovían felicitaciones, atenciones y cumplimientos. Su mismo marido empezaba a estar orgulloso de ella. Pero ella no era feliz. «En vano—dice—se unían todos los placeres del mundo para contentar mis apetitos. Pronto comprendí que todas las cosas criadas eran incapaces de tranquilizarme, y menos de satisfacerme. Y hay que dar gracias a Dios, que así ha dispuesto las cosas, pues si el hombre pudiese encontrar descanso en la tierra, habría muy pocas almas que se salvasen.»

No obstante, aquella vida mundana se prolongó por espacio de cinco años, cinco años que llenaron de amargura la vida de Catalina. Más tarde no podrá pensar en ellos sin estremecerse, sin sentir angustias mortales y verse en trance de desesperación. «¡Oh amor mío!—exclamaba—; yo no puedo sufrir todo Santa Catalina de Génovalo que queráis, pero el haberos ofendido es para mí una cosa tan espantosa y tan intolerable, que os pido otra pena que no sea la vista de mis pecados.» Y en otra parte decía: «Yo no sé cómo no he muerto cuando he visto el mal que encierra el más ligero pecado. Yo he visto lo que es una falta leve, y lo he visto un solo instante; sin embargo, mi sangre empezaba a helarse en mis venas, me sentía desfallecer, y creo que la menor prolongación de aquella visión horrible habría despedazado mi cuerpo, aunque hubiese sido de diamante.» Tal vez esto nos permita dar el verdadero valor a aquellas frases en que nos dice Catalina que había perdido la inocencia de su alma, que se había encadenado con lazos vergonzosos, que se había visto abatida por un peso insoportable de pecados.

En 1474 se realiza un nuevo vuelco en aquella existencia agitada. Fue una transformación repentina, un rayo súbito como el que cayó sobre Saulo en el camino de Damasco. Se hallaba en una iglesia, cuando vino la iluminación. Quiso confesarse, pero no pudo hablar, y poco faltó para que cayese en tierra sin vida. Fue una llama de amor que la arrebató fuera de sí misma; quitándole de una vez el uso de la inteligencia, del sentido y de la palabra. Catalina hubiera querido realizar entonces un desdoblamiento de su personalidad para arrojarse sobre sí misma, ultrajarse y pisotearse. Tal era el desprecio y el odio que había concebido contra su vida mundana. De vuelta en su casa, gritaba como fuera de sí: «Yo he merecido el infierno y estoy llena de pecados; y ahora no sé qué hacer. Huiré del mundo; ya no quiero nada con él; pero, ¿dónde esconderé mi vergüenza?»

Y empezó la época de las penitencias, de las oraciones largas e inflamadas, de las cuaresmas enteras pasadas sin probar un solo bocado, de los raptos y las visiones de todos los fenómenos que suelen acompañar a la vida de íntima unión con Dios. El temor había cedido el puesto al amor. «De todos los libros santos—habíala dicho Jesús—, escoge una sola palabra; ella será para ti fuente de integridad, de pureza, de entusiasmo, de alegría: escoge la palabra amor.» «Era—dice ella misma—un torrente de amor tan fuerte, tan violento, tan dulce, tan embriagador, que apenas podía tenerme en pie.» «No encuentro—añadía—expresiones para describirle. Solamente puedo decir que si cayese en el infierno una chispa del fuego que me consume, vendría a ser para sus desgraciados habitantes la vida eterna, transformando la noche en día, las penas en consuelos, los demonios en ángeles.» No exageraba. Agitado por aquella pasión divina, su corazón palpitaba tan furiosamente, que acabó por romper el pecho; y aspirando el aire a través de la abertura, amortiguaba el fuego que le consumía. El cuerpo de Catalina se tornaba incandescente, saltaban chispas de su boca y de sus ojos, y el contacto de sus manos calentaba el agua. «¡Oh amor!, no puedo más», decía ella a veces, postrada en tierra y desfallecida. Y añadía: «Me costaría menos poner la mano en un brasero que tener el corazón en esta hoguera celestial.» Pero si el cuerpo desmayaba, el alma decía siempre: más, más. A un fraile, que veía en el estado del matrimonio un obstáculo para amar a Dios, le decía con furia de celos divinos: «Si yo estuviese persuadida que ese hábito que lleváis pudiese añadir la menor chispa a mi amor, lo arrancaría de vuestras espaldas y lo haría pedazos.» Y dirigiéndose hacia Dios, clamaba enajenada: «¡Oh amor! ¿Quién será capaz de impedirme amaros cuanto quiera?»

Todos cuantos la rodeaban estaban maravillados de aquel sagrado torbellino; pero todos habían quedado más o menos envueltos en él. Su mismo marido ya no era el antiguo jugador, el hombre de la espada al cinto y el juramento en la boca, sino el ciudadano honrado, el esposo amante, el cristiano fervoroso. La vida de Catalina es ahora una vida de seguridad, de confianza ciega, de alegría frenética. No concibe que el dolor pueda convivir con el amor. «El alma que ama—dice ella misma—no puede decir que las penas que padece sean penas. Las persecuciones, el infierno, el martirio, todo es tolerable para ella.» De aquí una doctrina consoladora acerca del eslado de las almas benditas en el purgatorio. Catalina bajó al purgatorio, vio que el purgatorio era una mezcla inefable de tormento y de amor, como su propia vida, el exceso del dolor y el amor sin medida, y con el amor el júbilo íntimo, el contentamiento supremo, que sólo con el del paraíso se puede comparar, la inmensa alegría de cumplir la voluntad del Dios amado y adorado sin desmayo, sin vacilación.

«Al salir las almas de esta vida—dice la santa—ven de una vez para siempre las causas del purgatorio, que ellas llevan consigo, para no volver a recordarlas jamás. Y no descubriendo en sí mismas toda la pureza necesaria para ver a Dios, y viéndose con un impedimento que sólo el purgatorio puede hacer desaparecer, arrójanse al punto en sus llamas, y si no encontrasen este lugar del purgatorio, sufrirían allí instantáneamente un infierno mucho más cruel, al ver que se les quitaba toda esperanza de vivir en compañía de Dios, su último fin. Y si pudiesen dar con otro purgatorio más terrible y que obrase con más rapidez, se lanzarían a él con todo el ímpetu del amor.»
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Paolo Manna, un hombre y un sueño misionero

Juan XXIII le definió como "el Cristóbal Colón de la cooperación misionera" y Pablo VI dijo de él –en la carta apostólica Graves et Increscentes, de 1966– que su nombre "merece ser escrito con letras de oro en los anales de las misiones".
El 4 de noviembre de 2001, otro Papa, Juan Pablo II, le eleva a los altares. Se trata de Paolo Manna, sacerdote, misionero, animador misional y fundador, allá por el lejano 1916, de la Unión Misional del Clero, la más joven de las Obras Misionales Pontificias.

Bien puede decirse que el nuevo beato Paolo Manna dedicó su vida a un sueño: el de conseguir que toda la Iglesia fuera misionera. Demuestra su empeño el lema que acuñó: “Todas las Iglesias para la conversión de todo el mundo”. Trabajó siempre con un objetivo: el poner a la Iglesia entera, y de modo especial a obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, “en estado de misión”. Y a esta meta de formar e implicar al clero en la evangelización dedicó toda su vida. Lamentablemente, y pese a los avances realizados, hoy día ese objetivo sigue siendo eso: un sueño.
Paolo Manna nació en 1872 en la localidad italiana de Avellino. En 1887, con quince años, entra en los Salvatorianos, pero cuatro años después deja esta Congregación para ir a estudiar al Seminario de Misiones Extranjeras de Milán y cumplir su sueño de ser misionero. Tras ordenarse sacerdote, en 1895 marcha como misionero a la lejana Birmania, país en el que trabajaría con los indígenas de la tribu Ghekku. Sus problemas de salud acabarían por frustrar esa vocación misionera (de hecho, en 1912 deberá regresar definitivamente a Italia), pero en el camino ya habían quedado esbozados sus novedosos criterios misioneros, sobre todo en el terreno de la inculturación. Sus palabras constituían toda una declaración de intenciones. “Me dirigiré a mis ovejas en su propia lengua, rescataré sus tradiciones, integraré sus locuciones y sus maneras de pensar en mi trabajo de evangelización...”, afirmaba.

A su regreso a Italia, el padre Manna se convertirá en el gran animador misionero que fue. En 1916 –ya está dicho– crea la que será su obra cumbre: la Unión Misional del Clero, que en 1937 recibiría el titulo oficial de Obra Pontificia. En el origen de la Unión Misional hay que ver una dura realidad, denunciada por el propio Manna: la indiferencia de muchos obispos y del clero ante el problema de lo que en la época era conocido como “conversión de los infieles”. “Muchos sacerdotes se ocupan demasiado de sus propios problemas pastorales y no lo suficientemente de las misiones”, decía.
Con la creación de la Unión Misional –tarea en la que contó con la ayuda del obispo de Parma y fundador del Instituto Misionero Javeriano, Guido María Conforti,– el padre Manna perseguía un único objetivo. Y éste no era otro que el de “ayudar a despertar y profundizar la conciencia misionera de la vida sacerdotal y de la vida consagrada”. Dicho con otras palabras. La Unión Misional se encargaría de “encender en las almas de los sacerdotes el deseo de la conversión de los gentiles”, tal y como se especifica en los estatutos generales de 1937. Esos estatutos precisan también que no se trata de “una nueva Obra Misional instituida para recaudar limosnas de los fieles”.

No estaba de más esa precisión. En 1916, hacía tiempo ya que funcionaban las otras tres Obras Misionales. La primera de ellas, la de la Propagación de la Fe había visto la luz casi un siglo antes, en 1822, de la mano de una joven llamada Paulina Jaricot. Dos décadas después, en 1843, el obispo Forbin-Janson, había creado la Obra Misional de la Santa Infancia. Y hacia el final de siglo, en 1889, nacía, de la mano de Estefanía y Juana Bigard, madre e hija respectivamente, la Obra de San Pedro Apóstol. Con la creación de estas instituciones, sus fundadores (tres cristianas laicas y un obispo, todos ellos franceses) habían querido subrayar que todo bautizado era responsable de la transmisión de la Buena Noticia de Jesús; pretendieron también animar a la cooperación misionera ya desde la infancia; y ayudar a la formación del clero indígena. Al poner en marcha la Unión Misional del Clero, el padre Manna buscó una mayor implicación de las personas consagradas en la misión y, especialmente, de los sacerdotes. El nuevo beato lo tenía muy claro: a nadie concierne más la difusión del Evangelio que al sacerdote. “Ninguno más que él debe ser celoso del progreso de las misiones (...) La clave del problema misionero está en las manos del sacerdote”, afirmaba.

En muchos aspectos, el padre Manna fue un pionero. Se ha dicho de él, y con razón, que en el terreno misional sembró ideas que con el tiempo maduraron en el Vaticano II. Y sorprende comprobar cómo muchas de sus propuestas misioneras de principios de siglo han acabado siendo incorporadas al Magisterio Pontificio, especialmente a través de la encíclica Redemptoris Missio y en la carta apostólica Pastores Dabo Vobis. Si algo destacaba en la personalidad del nuevo beato era su celo misionero.
Escribió una veintena de libros y estudios de animación, con los que trató de sensibilizar y concienciar a los católicos italianos sobre la necesidad de un mayor compromiso misional. En algunos de ellos se repite una misma idea-base. “Hoy, después de dos mil años de cristianismo”, –afirmaba– “centenares de millones de hombres nacen, viven y mueren sin haber conocido al verdadero Dios”. Y extraía la siguiente conclusión: “Debemos reconocer que, si una gran parte del mundo es todavía increyente, ello es debido a la falta de esfuerzo por parte de los cristianos”. La teoría, por tanto, tenía que ir acompañada de una mayor práctica, de un mayor compromiso. De ahí que se preguntara al respecto: “¿De qué sirve hablar a los jóvenes sobre las misiones o dar cursos de misionología si, a continuación, cada uno permanece donde está y no se compromete a multiplicar el número de los misioneros? ¿De qué sirve tener 145.000 sacerdotes inscritos en la Pontificia Unión Misional (PUM), si ni siquiera un uno por ciento, ni un uno por mil, toma la decisión de dejar su patria para ir a trabajar por la salvación de los infieles?”.
Hoy día, afortunadamente, ya no resulta extraño oír hablar del compromiso que todos los cristianos tienen para con la evangelización. Lo que sí llama poderosamente la atención, en cambio, es el lenguaje misionero de antes del Concilio, con expresiones como “infieles”, “hermanos disidentes en la fe”, etc.

Los tiempos, evidentemente, han cambiado. Y también muchas ideas en el terreno misional. En este sentido, algunos postulados del nuevo beato han quedado obsoletos. “Ahora más que nunca –escribía recientemente el actual secretario general de la PUM, padre Fernando Galbiati– existe la necesidad de revisar las ideas del P. Manna sobre el modo de hacer misión y sobre algunos cambios radicales en los métodos para la preparación de todo el clero para cumplir con su tarea de evangelización”. Hoy día, por ejemplo, junto a la necesidad de anunciar a Jesucristo, se subraya –y mucho– la importancia del diálogo y de la inculturación. Se insiste en que no se trata de “imponer” la Buena Noticia de Jesús, sino de darla a conocer mediante una teología adaptada a cada cultura y abierta al diálogo con los pueblos. Muchas veces, por avatares políticos o intransigencias religiosas, la actividad misional ha de consistir simplemente en una presencia, en un testimonio de servicio cristiano.
El legado misionero del nuevo beato, sin embargo, sigue siendo inmenso. “La Iglesia debe mucho a este sacerdote eminente”, reconoció en 1990 Juan Pablo II, después de orar ante su tumba en Trentola Ducenta. El padre Manna –añadió el Papa– “puso en evidencia, de una manera única, la esencial dimensión misionera de la Iglesia universal”. Ahí es nada.
(Misioneros Tercer Milenio, nº 15, noviembre 2001)
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Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, Beatos Mártires
En la localidad de Santo Domingo de Xagacia, en México, beatos Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, mártires, que, siendo catequistas, al pretender apartar los ídolos para servir a Cristo, fueron apaleados cruelmente, y así, imitando la pasión del Señor, alcanzaron el premio eterno.

Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, indígenas zapotecos de la Sierra Norte de Oaxaca, nacieron en el año de 1660 en S. Francisco Cajonos. Juan Bautista se casó con Josefa de la Cruz, con quien tuvo una hija llamada Rosa. Jacinto de los Ángeles se casó con Petrona de los Ángeles, con quien tuvo dos hijos llamados Juan y Nicolasa. Los dos pertenecían a la Vicaría de S. Francisco Cajonos, atendida por los padres dominicos Gaspar de los Reyes y Alonso de Vargas. De los dos sabemos que fueron personas íntegras en su vida personal, matrimonial y familiar, así como en el cumplimiento de sus deberes ciudadanos, de modo que desempeñaron los diversos cargos civiles acostumbrados en su pueblo y en su tiempo como topil, juez de tequio, mayor de vara, regidores, presidente, síndico y alcalde, mostrando así el aprecio por las tradiciones culturales y la responsabilidad para el cumplimiento de los deberes ciudadanos.

Igualmente, consta que los dos fueron personas bautizadas, evangelizadas y catequizadas, desempeñando también los diversos cargos a los que tenían acceso los fieles en ese tiempo como acólito, sacristanes menor y mayor, y topilillo.

Finalmente desempeñaron el cargo civil y eclesiástico de Fiscal, que los misionersos introdujeron o fomentaron entre los indígenas. Quiere el III Concilio Provincial Mexicano celebrado en 1585 «que en cada pueblo se elija a un anciano distinguido por sus irreprochables costumbres, quien al lado de los párrocos sea perpetuo censor de las costumbres públicas» (P. Antonio Gay, Historia de Oaxaca, II.V.2) «Es su oficio principal inquirir los delitos y vicios que perturban la moralidad, descubriendo al cura los amancebamientos, adulterios, divorcios indebidos, perjurios, blasfemias, infidelidades, etc.» (Ibídem; Cfr. III Concilio Mexicano L I, Tít. IX, 1,23).

En la noche del 14 de septiembre de 1700, los dos Fiscales descubrieron que un buen grupo de personas del pueblo de S.Francisco Cajonos y de los pueblos vecinos estaban realizando en una casa particular un culto de religiosidad ancestral; los Fiscales avisaron a los padres dominicos; los fiscales y los padres acompañados del capitán Antonio Rodríguez Pinelo fueron al lugar de los hechos, sorprendieron a los autores, dispersando la reunión, recogiendo las ofrendas del culto y regresándose al convento.

Al día siguiente, el pueblo se amotinó, exigiendo la entrega de las ofrendas confiscadas y de los fiscales. Refugiándose en el convento los padres, los fiscales y las autoridades, se pasaron la tarde entre exigencias y negociaciones. Finalmente, ante las amenazas y el peligro crecientes de matar a todos e incendiar el convento, el capitán Pinelo decidió entregar a los Fiscales, bajo promesa de respetar sus vidas.

Los padres no aceptaron la entrega. Pero los fiscales depusieron sus armas aceptando la perspectiva de morir, se confesaron y recibieron la Comunión, diciendo Juan Bautista: «vamos a morir por la ley de Dios; como yo tengo a su Divina Majestad, no temo nada ni he de necesitar armas»; y al verse en manos de sus verdugos dijo: «aquí estoy, si me han de matar mañana, mátenme ahora». Cuando eran azotados en la picota de la plaza pública, dijeron a los padres que observaban desde la ventana: «Padres, encomiéndenos a Dios»; y cuando los verdugos se burlaban de ellos diciéndoles: «¿te supo bien el chocolate que te dieron los padres?», ellos respondieron con el silencio.

El día 16 los verdugos condujeron a los fiscales a S. Pedro, donde de nuevo los azotaron y los encarcelaron. Cuando los verdugos invitaban a los fiscales a renunciar a la fe católica y les perdonarían, ellos contestaron «una vez que hemos profesado el bautismo, continuaremos siempre a seguir la verdadera religión». Luego les llevaron bajando y subiendo por laderas, hasta el monte Xagacía, antiguamente llamado «De las hojas», donde amarrados los despeñaron, casi los degollaron y los mataron a machetazos, les arrancaron los corazones y los echaron a los perros que no se los comieron. Los verdugos Nicolás Aquino y Francisco López bebieron sangre de los mártires, para recuperar ánimo y fortalecerse según costumbre de beber sangre de animales de caza, pero también como señal de odio y coraje, según un dicho ancestral que aún se escucha «me voy a tomar tu sangre». Y los sepultaron en el mismo monte, desde entonces llamado «Monte Fiscal Santos».

Algunos opinan que los fiscales no son mártires sino delatores de sus paisanos y traidores a su cultura; pero es claro que los fiscales estaban designados civil y religiosamente para el ejercicio de un cargo público en el pueblo y en la comunidad religiosa, tal como en aquel moento se entendía la relación entre las diversas prácticas religiosas. Más aún, desde el principio en el proceso civil que se llevó a cabo entre 1700-1703 y en el proceso eclesiástico hasta el día de hoy, viene la fama de martirio y santidad, que finalmente la Iglesia reconoce con la beatificación, que se realizó en la basílica de Guadalupe el 1 de agosto de 2002.
fuente: Vaticano
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San Porfirio el Mimo, mártir
Icono ortodoxo griego del Santo pintado sobre madera. Porta en su mano la copa con las aguas bautismales.Los sinaxarios bizantinos lo conmemoran el 15 de septiembre, diciendo que siendo llamado por el emperador Julián el Apóstata (361-363) para alegrar las celebraciones que festejaban su aniversario, Porfirio fue invitado a que parodiase ante el emperador la ceremonia del bautismo cristiano. El, después de haber pronunciado sobre sí mismo la fórmula sacramental, se puso en pie delante de todos y confesó que era realmente cristiano. Terminan diciendo los sinaxarios que, esta confesión de fe, le valió la condena a morir decapitado. Sin embargo, “antes de ser decapitado realizó diversos milagros”. La frase anterior la he puesto entre comillas, porque volveremos a este tema.

Las fuentes sobre las que se inspiraron los sinaxarios bizantinos hasta ahora son desconocidas. En realidad, se han interpretado de diversas formas, porque la información que nos da el Menologio de Basilio II, ese mismo día 15 de septiembre, hace referencia mucho más ampliamente a las causas que originaron el martirio de Porfirio. Sin decir nada acerca de la representación de la escena del bautismo, nos dice que Porfirio, públicamente, arremetió contra el emperador, reprochándole su apostasía y su ingratitud hacia Dios, por lo que el emperador, irritado, después de torturarlo cruelmente por su imprudencia, lo mandó decapitar.

Pero los sinaxarios bizantinos hacen nuevamente mención suya el día 4 de noviembre, aunque en esta ocasión no dicen que sufrió martirio en tiempos de Julián en Apóstata, sino en tiempos de Aureliano (270-275), o sea, mucho antes. Dicen que era natural de Éfeso y que marchó a Cesarea de Capadocia acompañando a un cierto personaje llamado Alejandro. Allí realizó la misma parodia sobre la ceremonia del bautismo, pero encima de un escenario donde estaba otro comediante que participaba representando a un obispo. La representación tuvo que tener un final imprevisto porque después de “esta ceremonia”, cuando Porfirio estaba a punto de ponerse las vestiduras blancas propias de los recién bautizados, se le aparecieron unos ángeles que le dieron la iniciación cristiana, confirmándole que el bautismo que había recibido era válido, por lo que él se declaró cristiano. Esto bastó para desatar entre los espectadores una masiva afluencia de neoconversos. Y fue por eso por lo que Porfirio fue decapitado.

De la información facilitada por los sinaxarios el día 4 de noviembre, se deduce una posible fuente informativa o, al menos, se puede afirmar que ésta proviene de una “passio” muy breve, de la que al menos se conocen dos revisiones, en las que cuentan los mismos episodios pero desarrollándolos más y dando muchos más detalles. Por ejemplo, cuenta que durante el juicio al que fue sometido delante del propio Alejandro, Porfirio demostró la veracidad de la nueva religión, de la cual él había hecho profesión de fe, resucitando un buey. Después de realizar este “milagro” fue cuando lo decapitaron. De este “milagro”, del que, como poco, podemos decir que es algo insólito, los sinaxarios no dicen nada el día 15 de septiembre, sino que como hemos visto anteriormente, dice que “antes de ser decapitado, realizó diversos milagros”.

Este enfoque, semejanza de las circunstancias y de la identidad de los nombres y de las profesiones, ha inclinado a los hagiógrafos a concluir que el Porfirio del 15 de septiembre es el mismo que el mencionado el 4 de noviembre, aun a costa de las distintas épocas en las que se dicen que vivieron (tiempos de Julián el Apóstata y de Aureliano). Como la fuente original de la información que lo sitúa el 15 de septiembre no ha sido encontrada, es imposible afirmar que dicha fuente diera otros datos más precisos, que no se mantuvieron en los sinaxarios y que nos hubiera permitido entroncar más fácilmente una serie de hipótesis.

En la hipótesis de que existiera un solo Porfirio, el problema sigue siendo el saber si verdaderamente estamos ante un personaje histórico o simplemente ante un héroe legendario, creado para escribir una historia edificante, que tiende a demostrar la gratuidad de la gracia divina, que opera en las circunstancias más imprevistas, como en este caso, en el que se parodiaba una de las ceremonias cristianas por excelencia. No debemos olvidarnos de que el tema del mimo (parodia) es la circunstancia que también se aduce en los casos de los martirios de San Ardalio, de San Gelasio (de tradición bizantina) y de San Ginés de Roma, lo que nos hace pensar que esta tradición oriental penetró también en Occidente.

Dado que poseemos testimonios históricos, independientes de las leyendas hagiográficas sobre escenas de parodias de algunas ceremonias cristianas, se puede decir que, efectivamente, un hecho real de estas características no tendría por qué haber influido de manera apologética en la confección de esta “passio”, lo que nos lleva a pensar que el personaje fue realmente histórico.

Con respecto al Porfirio del 4 de noviembre, conviene también recordar que en ese día, el Martirologio Jeronimiano le pone a continuación el apelativo “Cessari”, lo que no es más que una corrupción, un error de escritura que nos hace pensar que el escritor lo que quería decir es “Porphyrii Cesareae” (Porfirio de Cesarea). El sinaxario armenio del 27 sahmi (5 de noviembre) también lo conmemora aunque un día más tarde, haciendo una extensa mención del santo cuya procedencia original es la versión griega.

En Occidente, San Porfirio el Mimo es un Santo desconocido en los llamados martirologios históricos, tanto en la conmemoración del 15 de septiembre como en la del 4 de noviembre. Tenemos que llegar a los tiempos del cardenal Baronio para que éste lo incluya el 15 de septiembre en el Martirologio Romano, diciendo que padeció martirio en tiempos de Julián el Apóstata (que es lo que dicen los sinaxarios bizantinos), aunque también lo incluye el 4 de noviembre, pero diciendo solamente: “Porfirio, mártir de Éfeso bajo Aureliano”, pero sin nombrar la profesión de mimo. Quizás por esto, algunos hayan pensado que pudieran haber existido dos Porfirios. De todos modos, no nos olvidemos que una cosa es su lugar de origen (Efeso) y otra es su lugar de martirio (Cesarea). Todo esto es lo que hemos podido encontrar sobre su santo patrono.

Antonio Barrero

Bibliografía:
– BARONIO, C., “Martyrologium Romanum”, Roma, 1586.
– SAUGET, J.M., “Bibliotheca sanctorum”, vol. X, città N. Editrice, Roma, 1990
– VAN DE VORST, Ch., “Une passion inédite de S. Porphyre le Mime”, Anal. Boll., XXIX, 1910.
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