Santoral del 19 de Septiembre



INDICE

San Alonso de Orozco
San Arnulfo de Gap, obispo
San Carlo Hyon Song-mun catequista y mártir
Buonvicino de San Ciriaco Abate
San Jenaro, Obispo y sus Compañeros, Mártires
José María de Yermo y Parres, Santo
María de Cervellón, Beata Religiosa Mercedaria
Mariano de Evaux, Santo Eremita
Emilia de Rodat, Santa Fundadora
Antonio Faúndez López, Beato Sacerdote y Mártir
Santos Peleo, Nilo, Elías y Patermucio, mártires
San Secuano, abad y presbítero
San Teodoro de Canterbury, monje y obispo
Santa Pomposa, virgen y mártir
Santa María Guillerma Emilia de Rodat, virgen y fundadora
Beato Jacinto Hoyuelos González, religioso y mártir
Beata Francisca Cualladó Baixauli, virgen y mártir

SAN GENARO, Obispo y sus COMPAÑEROS, Mártires
No sé de dónde sois, apartaos de Mí, todos vosotros obradores de iniquidad.
Allí será el llanto
y el rechinar de dientes.
(Lucas, 13, 27-128).

San Jenaro, noble napolitano, obispo de Benevento, fue arrojado a una hoguera, pero las llamas no le hicieron ningún mal. Se puso a cantar las alabanzas de Dios, y los ángeles le respondieron en armonioso concierto. Fue torturado y después expuesto, en vano, a los leones, y, por último, condenado a muerte. Apenas el juez había pronunciado su sentencia cuando quedó ciego; pero San Jenaro le devolvió la vista y, por este milagro, convirtió a cinco mil paganos. Irritado el tirano de ver que esta multitud. renunciaba a los ídolos, condenó a su benefactor a ser decapitado, hacia el año 305.

Festo, diácono, y Desiderio, lector, participaron de su martirio y de su gloria.


MEDITACIÓN TRES CONSIDERACIONES SOBRE EL INFIERNO
I. El fuego que tortura a los condenados es un fuego ardiente, pero sin luz; éstas son las tinieblas exteriores de que habla el Evangelio. En estas tinieblas se encontrarán todos los males imaginables, sin mezcla de bien alguno. Piensa en todos los suplicios que han sufrido los mártires, en los dolores que causan las enfermedades más crueles, y después de esto di: El Infierno es todavía algo más espantoso que todos estos tormentos. Sería preciso concebir la omnipotencia de Dios y la malicia del pecado, para comprender la grandeza de los suplicios del infierno. El fuego del infierno es el tesoro de la cólera de Dios. (Tertuliano)

II. Represéntate a los miserables a quienes en estas llamas atormentan los demonios. Escucha sus quejas, sus lamentos, sus horribles blasfemias. Piensa en el nauseabundo olor que respiran, en la hiel en que se abrevan, en el fuego que penetra todos sus huesos. ¿Será posible que uno se exponga a estos sufrimientos por el placer de un momento?

III. La memoria de los condenados les representará los miserables placeres que causaron su pérdida, y lo poco que les hubiera bastado para salvarse. Su inteligencia concebirá entonces la grandeza del bien que han perdido y del mal en el que se han precipitado. Su voluntad quedará para siempre obstinada en el mal; querrán morir para no sufrir más; ni siquiera habrá muerte ya. Hagamos penitencia, ahora que todavía es el tiempo de ello. Tarde será arrepentirnos frente al fuego del infierno, que penetrará hasta la médula de nuestros huesos, hasta nuestros pensamientos. (Eusebio).
El pensamiento del infierno
Orad por las almas del Purgatorio.

ORACIÓN
Oh Dios, que cada año nos proporcionáis un nuevo motivo de gozo con la solemnidad de vuestros santos mártires Jenaro y sus compañeros, haced, en vuestra bondad, que regocijándonos con sus méritos, sintamos inflamarse nuestra piedad ante el espectáculo de sus virtudes. Por I. C. N. S. Amén











San Alonso de Orozco
Alonso de Orozco nació el 17 de octubre de 1500 en Oropesa, provincia de Toledo (España), donde su padre era gobernador del castillo local. Cursó los primeros estudios en la vecina Talavera de la Reina y durante tres años actuó como “seise” o niño cantor en la catedral de Toledo, en la que aprendió música con notable provecho. A la edad de 14 años fue enviado por sus padres a la Universidad de Salamanca, donde ya estudiaba uno de sus hermanos.

Los sermones de la cuaresma de 1520 predicados en la catedral por el profesor agustino Tomás de Villanueva sobre el salmo “In exitu Israel de GYPTO” maduraron su vocación a la vida consagrada y, poco más tarde, atraído por el ambiente de santidad del convento de San Agustín, entró en él, emitiendo en 1523 la profesión religiosa en manos de Santo Tomás de Villanueva.

Una vez ordenado sacerdote en 1527, los superiores vieron en Alonso tan profunda espiritualidad y tal capacidad para anunciar la Palabra de Dios que muy pronto lo destinaron al ministerio de la predicación. Ya desde los 30 años ocupó también diversos cargos, pero a pesar de su austeridad de vida, en el modo de gobernar se mostró lleno de comprensión. Impulsado por el deseo del martirio, en 1549 se embarcó para México como misionero, pero durante la travesía hacia las Islas Canarias padeció un grave ataque de artritis y los médicos, temiendo por su vida, le impidieron la prosecución del viaje.

En 1554, siendo prior del convento de Valladolid, ciudad desde decenios atrás residencia de la Corte, fue nombrado predicador real por el emperador Carlos V y, al trasladarse la Corte a Madrid en 1561, también él tuvo que pasar a la nueva capital del Reino, fijando su residencia en el convento de San Felipe el Real.

No obstante a ejercer un cargo que estaba exento de la jurisdicción directa de sus superiores religiosos y dotado de renta, renunciando a privilegios, quiso vivir como un fraile más, en pobreza y bajo la inmediata obediencia de sus superiores. Solamente hacía una comida, dormía a lo sumo tres horas, porque decía que le bastaban para emprender el nuevo día, y en una tabla por cama, con sarmientos por colchón. En su celda no había más que una silla, un candil, una escoba y unos libros. La eligió cerca de la puerta para atender mejor a los pobres que hasta allí se acercaban a suplicarle ayuda. Sin que la cotidiana asistencia al coro le resultara de obs‑táculo, además de cumplir con sus obligaciones como predicador regio, visitaba los enfermos en los hospitales, a los encarcelados en las prisiones y a los pobres en las calles y en sus casas. El resto del tiempo lo pasaba en oración, en la composición de sus libros, y preparando sus sermones. Predicaba con gran sinceridad de palabras, pero con mucha hondura espiritual, fervor y afecto, a veces, con lágrimas en los ojos, expresando la ternura de Dios hasta en el tono de la voz, igual en el palacio ante el Rey y la Corte que en las iglesias a las que era llamado.

Gozó de gran popularidad entre los más diversos ambientes sociales. Personajes de la sociedad y de la cultura testificaron en su proceso de canonización, tales como la infanta Isabel Clara Eugenia, los duques de Alba y de Lerma, los literatos Lope de Vega, Francisco de Quevedo y Gil González Dávila. El trato con las clases elevadas no le desvió de su sencillo estilo de vida. Su fama se extendió por toda Madrid. El pueblo que le llamab a, muy a pesar suyo, “el santo de San Felipe”, lo amó apreciando en él su exquisita sensibilidad en el acercarse a todos sin distinción.

Compuso numerosas obras tanto en latín como en castellano. La simplicidad de los títulos indican la intención pastoral del autor: Regla de vida cristiana (1542), Vergel de oración y monte de contemplación (1544), Memorial de amor santo (1545), Desposorio espiritual (1551), Bonum certamen (1562), Arte de amar a Dios y al prójimo (1567), Libro de la suavidad de Dios (1576), Tratado de la corona de Nuestra Señora (1588), Guarda de la lengua (1590). Como su acción, los escritos nacieron de su espíritu contemplativo y de la lectura de la Sagrada Escritura. Devoto de María, estaba convencido de escribir por mandato suyo.

Cultivó también un ferviente amor a su propia Orden, componiendo obras sobre su historia y su espiritualidad con ánimo de mover a la imitación de sus hombres mejores. En esta misma línea, inducido por un deseo de reforma interior, que luego convergería con el movimiento de recolección en la misma Orden, llevó a término varias fundaciones de conventos tanto de religiosos agustinos como de agustinas de vida contemplativa.

En agosto de 1591 cayó enfermo con fiebre, sin faltar por eso ningún día a la celebración de la Misa, puesto que nunca, ni siquiera en el transcurso de sus diversas enfermedades, había dejado de celebrar el santo sacrificio, ya que repetía con cierto gracejo que “Dios no hace mal a nadie”. Durante su enfermedad, fue visitado por el rey Felipe II, el príncipe heredero Felipe con la infanta Isabel, y el cardenal arzobispo de Toledo, Gaspar de Quiroga, quien le dio de comer de su mano y le pidió la bendición.

La noticia de la muerte, acaecida el 19 de septiembre de 1591 en el Colegio de la Encarnación que había fundado dos años antes —actualmente sede del Senado español— conmocionó la ciudad. Por la capilla ardiente pasó el pueblo de Madrid, que, como refiere Quevedo, se agolpó ante la iglesia del Colegio hasta derribar las puertas, pues todos deseaban hacerse con reliquias, astillas de la cama, fragmentos de sus ropas, zapatos y cilicios. El Cardenal Arzobispo se reservó para si la cruz de madera que durante largos años “el santo de San Felipe” había llevado consigo.

Fue beatificado por León XIII el 15 de enero de 1882.

Vicisitudes históricas hicieron que sus restos fueran trasladados a distintos lugares. Actualmente reposan en la iglesia madrileña de las agustinas hasta este momento denominadas del Beato Orozco.

(fuente: www.vatican.va)
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San Arnulfo de Gap, obispo

†: c. 1075 - país: Francia
canonización: culto local
hagiografía: Santi e Beati
En Gap, de la Provenza, san Arnulfo, obispo, que sufrió mucho para restaurar la vida de la Iglesia.

Nació en Vendome y fue educado en el monasterio de la SSma. Trinidad de esa ciudad, fundado en el 1032 por Goffredo Martel. Recibió el hábito benedictino de manos del abad Oderico, que luego lo llevó consigo a Roma. El propósito del viaje era doble: obtener para la abadía francesa la confirmación de la cesión de la iglesia romana de Santa Prisca, y al mismo tiempo para su abad una confirmación del título de Cardenal Presbítero de Santa Prisca.

Durante esta misión las cualidades de Aenulfo no pasaron desapercibidas. En 1063 el papa Alejandro II, después de haberlo honrado con el pedido de consejos, lo nombró obispo de Gap, en lugar del simoníaco Riperto, y lo consagró el propio papa. Su vida fue escrita -a inicios del siglo XIII- por un desconocido monje de Vendome, que ilustra especialmente los prodigios y milagros cumplidos por el santo. Arnulfo murió entre 1070 y 1079 y su fiesta fue fijada para el 19 de septiembre. Es patrono de la diócesis de Gap.

Traducido para ETF de un artículo de Pierre Villette en Enciclopedia dei Santi. Imagen: vitral del santo en al catedral de Gap.

fuente: Santi e Beati
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San Carlo Hyon Song-mun catequista y mártir
Seúl, Corea del Sur, 1797 - Saenamteo, Seúl, Corea del Sur, 19 de septiembre 1846

Martirologio Romano: En Seúl, Corea, la pasión de St. Charles Hyon Song-mun, mártir: catequista, hizo unas largas y difíciles viajes para acompañar a los misioneros en su tierra natal; puesto en la cárcel junto con otros cristianos nunca dejó de instar a sus compañeros y finalmente fue decapitado por Cristo.

Charles Hyon Song-mun, un hombre de familia y un catequista, pertenecía a una familia que había sufrido mucho a causa de la persecución contra los católicos coreanos desde finales del siglo XVIII en adelante. Su padre fue ejecutado en 1801, mientras que su hermana mayor, Benedetta Hyon Kyong-nyon, fue martirizado en 1839 Su esposa y su hijo finalmente murió en la cárcel.
Fue una valiosa ayuda para los misioneros animó a los novatos, la distribución de la limosnas y escribió un libro acerca de la persecución de 1839 Cinco años más tarde, cuando el diácono Andrés Kim Taegon recibió instrucciones de ir a Shanghai para tomar el obispo Monseñor Férréol, le acompañaron; Andrea fue ordenado sacerdote allí, el primer nativo de Corea del Sur. Cuando tuvo que establecerse en Seúl para comenzar su trabajo apostólico fue asistido por Charles, que grabó con su propio nombre de su casa, arriesgando así de primera mano.
Inmediatamente después El arresto de su padre Kim en junio de 1846, algunos designados por el gobierno pedinarono catequista y fue detenido junto con cuatro mujeres que habían venido a visitarlo. En la cárcel, instó a los creyentes compañeros de prisión con él. Cuando el momento de la decapitación, se enfrentó con valentía y serenidad:. Fue 19 de septiembre 1846
, junto con su hermana Benedetta, Carlo fue incluido en el grupo de los mártires coreanos liderados por Andrea Kim Taegon beatificado 05 de julio 1925, y entró en un grupo más grande, canonizado 06 de mayo 1984.

Autor: Emilia Flocchini
fuente: Santi e Beati
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Buonvicino de San Ciriaco Abate
Buonvicino (Cosenza), sec. X - † Buonvicino, 19 de septiembre 1030

Nacido en Buonvicino (Cosenza), diócesis de San Marco Argentano, hacia la mitad del siglo X, cuando era joven era un ermitaño en una cueva cerca Buonvicino primero, y luego por Cenobite en el monasterio de Santa Maria de los Padres en Trepidone, donde más tarde fue abad durante muchos años. En el valle del cráter del río, en el Sila Grande, su fama se extendió rápidamente: en muchos se acercaron a la vida monástica. Él fue llamado a Constantinopla por el emperador de Oriente Miguel IV († 1041), que vio a su hija poseída por el diablo sanado gracias al santo abad. Buonvicino Ciriaco murió a 19 de septiembre 1030 fue enterrado en la iglesia de la abadía de Santa María de los Padres. (Avvenire)

Martirologio: A Buonvicino cerca de Cosenza, en Calabria, San Ciriaco, abad.

S. Ciriaco nació en el pueblo de Buonvicino (Cosenza), diócesis de San Marco Argentano, hacia la mitad del siglo X; vivido como ermitaño en una cueva, y luego fuimos al monasterio cenobita griega de Santa María de los Padres, en Tripidoro; más tarde fue nombrado abad, cargo que ocupó durante mucho tiempo.
fama de su santidad se extendió por todo el cráter valle del río, que se encuentra en la Sila Grande, húmeda Cosenza y la llanura de Sibaris; muchos hombres se sienten atraídos por la fama, con ganas de vestir "el hábito angelical", como se define en el hábito de los monjes que buscan la Regla de s. Albahaca (Basiliano).
Al mismo tiempo, su hermana María, fundada en el barrio romano de Buonvicino, un monasterio femenino, que tenía una buena floración.
Ciriaco fue llamado a Constantinopla por el emperador Miguel IV de Oriente, 'el Paphlagon' († 1041), donde curó a la hija poseída por el diablo, el emperador de gratitud, le dio muchos privilegios para su monasterio, con donaciones de tierras y las iglesias, en los territorios de Trigiano y Malvern (Cosenza).

El santo abad murió en Buonvicino 19 de septiembre 1030 y fue enterrado en la iglesia de la abadía de Santa María de los Padres, que desde entonces ha sido nombrado después de él; en su tumba floreció varios milagros, a la que los fieles de Buonvicino lo proclamó santo, sucedió tan a menudo entonces, el país celebra con solemnidad y lo proclamó su patrona.
En el momento del Obispo de San Marco Argentano, Defendente Brusato (1633-1647) , el padre de Daniele da Coserica, predicando el Buonvicino Cuaresma, dijo que había aprendido con una advertencia sobrenatural, que el cuerpo de s. Ciriaco, yacía en el agua y luego amenazó a la completa destrucción; la gente estaba escéptica, entonces el predicador abrió la noche de la tumba, y la encontraron inundado, mientras que los huesos despedían un olor dulce.

obispo intervino, y otros dignatarios hicieron una exhumación pública; encontramos tres casos con inscripciones griegas que contienen los cuerpos de s. Ciriaco y dos monjes bizantinos Cipriano y albahaca; un hueso del santo fue colocada en una urna de cristal, y luego colgó la imagen del santo, que reúne en una procesión anual, el resto de los huesos en un nuevo caso fue cerrado, colocado en un lugar más decente.
exhumación El documento notarial, que se había perdido en 1647 durante un ataque contra el palacio del obispo, un grupo de alborotadores.
Fiesta de la encuesta de las reliquias, 16 de abril, tenía prioridad sobre la de 19 de septiembre, día de su muerte. Su culto es todavía muy vivo y alrededores Buonvicino.

Autor: Antonio Borrelli
fuente: Santi e Beati
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Autor: http://www.evangeliodeldia.org/ | Fuente: Catholic.net
SAN JENARO y COMPAÑEROS(+ 305)
Los santos Jenaro, Festo, Desiderio, Sosso, Eutiques y Acucio, de los que tenemos Passiones muy posteriores, parece que derramaron su sangre por Cristo al comienzo del siglo IV.-

En una breve nota hagiográfica de la Liturgia de las Horas se lee, efectivamente, que Jenaro "fue obispo de Benevento; durante la persecución de Diocleciano sufrió el martirio, juntamente con otros cristianos, en la ciudad de Nápoles, en donde se le tiene una especial veneración".-

Los obispos de Benevento con este nombre son por lo menos dos: San Jenaro, mártir en el 305, y San Jenaro 11, que en el 342 participó en el concilio de Sardes. Este último, perseguido ,por los arrianos por su adhesión a la fe de Nicea, se lo habría venerado como mártir. Pero la mayoría de los historiadores se inclinan a identificar al patrono de Nápoles con el primero, o mejor con un mártir napolitano de Pozzuoli.-

Condenado "ad bestias" en el anfiteatro de Pozzuoli, junto con los compañeros de fe, a causa del atraso de un juez, fue decapitado en vez de ser echado en pasto a las fieras para la gratuita y macabra diversión de los paganos.-

Más de un siglo después, en el 432, con ocasión del traslado de las reliquias de Pozzuoli a Nápoles, una mujer le habría entregado al obispo Juan dos ampollas pequeñas con la sangre coagulada de San Jenaro. Casi como garantía de la afirmación de la mujer la sangre se volvió líquida ante los ojos del obispo y de una gran muchedumbre de fieles.-

Ese acontecimiento extraordinario se repite constantemente todos los años en determinados días, es decir, el sábado anterior al primer domingo de mayo y en los ocho días siguientes; el 16 de diciembre y el 19 de septiembre y durante toda la octava de las celebraciones en su honor.-

El fenómeno se realiza también en fechas variables, y de ahí deducen los devotos del santo acontecimientos faustos o infaustos. Los testimonios de este fenómeno comienzan desde 1329 y son tan numerosos y concordantes que no se pueden tener dudas.-

El prodigio, porque así lo considera hasta la ciencia, merece la afectuosa admiración con que lo sigue el pueblo. La sincera devoción de los napolitanos por este mártir, históricamente poco identificable, ha hecho que la memoria de San Jenaro, celebrada litúrgicamente desde 1586, se haya conservado en el nuevo calendario.-

Puesto que el fenómeno no tiene ninguna explicación natural, pues no depende ni de la temperatura ni del ambiente, podemos atribuirle el significado simbólico de vivo testimonio de la sangre de todos los mártires en la vida de la Iglesia, que nació de la sangre de la primera víctima, Cristo crucificado.-

Entre los elementos positivamente ciertos en relación con esta reliquia, figuran los siguientes:

1 -La substancia oscura que se dice ser la sangre de San Genaro (la que, desde hace más de 300 años permanece herméticamente encerrada dentro del recipiente de cristal que está sujeta y sellada por el armazón metálico del relicario) no ocupa siempre el mismo volumen dentro del recipiente que la contiene. Algunas veces, la masa dura y negra ha llenado casi por completo el recipiente y, en otras ocasiones, ha dejado vacío un espacio equivalente a más de una tercera parte de su tamaño.-

2 -Al mismo tiempo que se produce esta variación en el volumen, se registra una variante en el peso que, en los últimos años, ha sido verificada en una balanza rigurosamente precisa. Entre el peso máximo y el mínimo se ha llegado a registrar una diferencia de hasta 27 gramos.-

3 -El tiempo más o menos rápido en que se produce la licuefacción, no parece estar vinculado con la temperatura ambiente. Hubo ocasiones en que la atmósfera tenía una temperatura media de más de 30º centígrados y transcurrieron dos horas antes de que se observaran signos de licuefacción. Por otra parte, en temperaturas de 5º a 8º centígrados más bajas, la completa licuefacción se produjo en un lapso de 10 a 15 minutos.-

4 -No siempre tiene lugar la licuefacción de la misma manera. Se han registrado casos en que el contenido líquido burbujea, se agita y adquiere un color carmesí muy vivo, en otras oportunidades, su color es opaco y su consistencia pastosa.-

Aunque no se ha podido descubrir razón natural para el fenómeno, la Iglesia no descarta que pueda haberlo. La Iglesia no se opone a la investigación porque ella busca la verdad. La fe católica enseña que Dios es todopoderoso y que todo cuanto existe es fruto de su creación. Pero la Iglesia es cuidadosa en determinar si un particular fenómeno es, en efecto, de origen sobrenatural .-

La Iglesia pide prudencia para no asentir ni rechazar prematuramente los fenómenos. Reconoce la competencia de la ciencia para hacer investigación en la búsqueda de la verdad, cuenta con el conocimiento de los expertos.-

Una vez que la investigación establece la certeza de un milagro fuera de toda duda posible, da motivo para animar nuestra fe e invitarnos a la alabanza. En el caso de los santos, el milagro también tienen por fin exaltar la gloria de Dios que nos da pruebas de su elección y las maravillas que El hace en los humildes.-
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San Jenaro
ORACIÓN

Señor, tú que nos has congregado hoy para venerar la memoria del mártir San Jenaro, concédenos que podamos ir a gozar en tu reino, juntamente con él, de la alegría que no tiene fin. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.-
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Fuente: Vatican.va
José María de Yermo y Parres, Santo

El sacerdote José María de Yermo y Parres nació en la Hacienda de Jalmolonga, municipio de Malinalco, Edo. de México el 10 de noviembre de 1851, hijo del abogado Manuel de Yermo y Soviñas y de María Josefa Parres. De nobles orígenes, fue educado cristianamente por el papá y la tía Carmen ya que su madre murió a los 50 días de su nacimiento. Muy pronto descubrió su vocación al sacerdocio.

A la edad de 16 años deja la casa paterna para ingresar en la Congregación de la Misión en la Ciudad de México. Después de una fuerte crisis vocacional deja la familia religiosa de los Paúles y continúa su camino al sacerdocio en la Diócesis de León, Gto. y allí fue ordenado el 24 de agosto de 1879. Sus primeros años de sacerdocio fueron fecundos de actividad y celo apostólico.

Fue un elocuente orador, promovió la catequesis juvenil y desempeñó con esmero algunos cargos de importancia en la curia, a los cuales por motivo de enfermedad tuvo que renunciar. El nuevo obispo le confía el cuidado de dos iglesitas situadas en la perifería de la ciudad: El Calvario y el Santo Niño. Este nombramiento fue un duro golpe en la vida del joven sacerdote. Le sacudió profundamente en su orgullo, sin embargo decidió seguir a Cristo en la obediencia sufriendo esta humillación silenciosamente.

Un día, mientras se dirigía a la Iglesia del Calvario, se halla de improviso ante una escena terrible: unos puercos estaban devorándose a dos niños recién nacidos. Estremecido por aquella tremenda escena, se siente interpelado por Dios, y en su corazón ardiente de amor proyecta la fundación de una casa de acogida para los abandonados y necesitados. Obtenida la autorización de su obispo pone mano a la obra y el 13 de diciembre 1885, seguido por cuatro valientes jóvenes, inaugura el Asilo del Sagrado Corazón en la cima de la colina del Calvario. Este día es también el inicio de la nueva familia religiosa de las “Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres”.

Desde ese día el Padre Yermo pone el pie sobre el primer peldaño de una larga y constante escalada de entrega al Señor y a los hermanos, que sabe de sacrificio y abnegación, de gozo y sufrimiento, de paz y de desconciertos, de pobrezas y miserias, de apreciaciones y de calumnias, de amistades y traiciones, de obediencias y humillaciones. Su vida fue muy atribulada, pero aunque las tribulaciones y dificultades se alternaban a ritmo casi vertiginoso, no lograron nunca abatir el ánimo ardiente del apóstol de la caridad evangélica.

En su vida no tan larga (1851-1904) fundó escuelas, hospitales, casas de descanso para ancianos, orfanatos, una casa muy organizada para la regeneración de la mujer, y poco antes de su santa muerte, acontecida el 20 de septiembre de 1904 en la ciudad de Puebla de los Ángeles, llevó a su familia religiosa a la difícil misión entre los indígenas tarahumaras del norte de México. Su fama de santidad se extendió rápidamente en el pueblo de Dios que se dirigía a él pidiendo su intercesión. Fue beatificado por Su Santidad JuanPablo II el 6 de mayo 1990 en la Basílica de Ntra. Sra. de Guadalupe en la Ciudad de México. Fue canonizado el 21 de mayo de 2000 en la Plaza de San Pedro.
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Autor: Xavier Villalta
María de Cervellón, Beata Religiosa Mercedaria
La primera religiosa mercedaria, nació en Barcelona, en la calle de Moncada, el 1 de diciembre de 1230.

Fue bautizada el 8 del mismo mes, en el sarcófago antiguo de la mártir barcelonesa Santa Eulalia, que servía de pila bautismal en la parroquia de Santa María del Mar.

La joven María, inmersa en el clima de caridad creado en su ciudad natal por los frailes redentores de cautivos, se sintió atraída por el empeño liberador, y se convirtió en el consuelo de los pobres, de los enfermos y de los cautivos, en el Hospital de Santa Eulalia. Allí conoció a las grandes primeras figuras de la Orden Mercedaria agrupados en torno a fray Pedro Nolasco.

Pidió, decidida, el hábito blanco de la Merced, y el 25 de mayo de 1265, emitió su profesión religiosa como hermana de la Orden de la Merced, prometiendo trabajar por la redención de cautivos. Con ella formaron comunidad las jóvenes sor Eulalia Pinós, sor Isabel Berti y sor María de Requesens, a las que muy pronto se agregó sor Colagia.

A Santa María de Cervelló también se le denomina Socós o Socorro. Esto se debe a los relatos que dicen que fue vista, en vida y después de muerta, ir sobre las alas del viento en ayuda de las naves de la redención combatidas por el mar embravecido.

Murió el 19 de septiembre de 1290. Sus restos mortales fueron sepultados en la iglesia de los frailes mercedarios de Barcelona, hoy Basílica de la Merced. En un altar, el primero de la derecha, reposa su cuerpo, que se conserva incorrupto. Desde el siglo XIII fue tenida como santa.

Ha sido invocada como patrona de los navegantes y tiene su templo parroquial en la Barceloneta, puerto de la ciudad Condal.

Su culto fue confirmado por el Papa León X el 13 de febrero de 1692.
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Autor: P. Felipe Santos

Mariano de Evaux, Santo Eremita,
Martirologio Romano. En el territorio de Bourges, en Aquitania (hoy Francia), san Mariano, eremita, que sólo se alimentaba de manzanas agrestes y a veces de miel, si la encontraba (s. VI).

Etimologia: Mariano = iluminador, espejo. Viene de la lengua hebrea.

Cuando en las pruebas de tus pensamientos se imbrican unos en otros, la esencial paz del corazón hace que te vuelvas hacia Jesús, el Resucitado.

No mi paz, sino tu paz, esto es posible decirle a Cristo. Cuando surgen temores en nuestro interior, acudamos a él. Mariano vivió en Bourges, Francia, y no se sabe mucho de su vida y de sus andanzas.

Se sabe que era de una familia rica y noble. Su juventud prometía para todos los suyos un casamiento original y feliz.

Pero Mariano, en contra de la opinión de los padres y de mucha gente que le halagaba, decidió entregarse enteramente a Dios. Y con la mayor tranquilidad de lo que se podía esperar de sus años, les dijo a todos unas palabras que les hicieron pensar:"Si quieres ser perfecto, anda, deja cuanto tienes, dalo a los pobres y sígueme".

Siguió al pie de la letra el Evangelio de Jesús de Nazaret.Vendió cuanto le correspondía por herencia y, sin la menor vacilación, se los entregó a los pobres.

Se fue a un bosque solitario a hacer penitencia y oración. Su fama de santidad llegó a conocerla mucha gente que acudía a su cueva para que los curara o para que los animara en sus dudas y malos ratos.
Un día fue exagerada la gente que se acercó a verle. Cuál no fue su sorpresa al encontrarlo muerto debajo de un manzano.

Su devoción es grande en Francia, y Pío VII ordenó su fiesta para el día de hoy.
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Autor: P. Felipe Santos | Fuente: Catholic.net
Emilia de Rodat, Santa Fundadora,
Etimológicamente significa “gentil, amable, encanto”. Viene de la lengua latina.

En nuestra vida se nos presenta la alternativa de elegir con toda libertad una respuesta a lo que la vida espera de nosotros. La fe es un don que se recibe o se rechaza.

Esta joven francesa tuvo muchas dificultades para poder entrar de religiosa. Tres intentos y los tres fracasaron.

Pero Dios sabía que aceptaba su exigencia de ser alguien importante, no pos sus cualidades – que las tenía – sino por la elección de entregarse plenamente a su servicio.

Hacía nada que había terminado la Revolución francesa. En 1815 había gente que deploraba los destrozos y muertes que había causado aquel horrible acontecimiento en Francia.

Oyó el llanto de personas que veían con sus propios ojos que la escuela de las Ursulinas había desaparecido.. No se quedó en lamentos, sino que abrió en seguida una escuela pequeña hasta que 1817 pudo adquirir el convento Cordeliers.

Este fue el sitio en el que, por inspiración divina, fundó la nueva congregación de la Sagrada Familia (en España se les conoce con el nombre de “las francesas”). Era el año 1819
El fin de la nueva obra sería la educación de las chicas pobres, a cuidar a los enfermos en su domicilio.

Como obra de Dios, floreció en seguida. A la muerte de Emilia había ya 40 casas en distintos países.

Por su parte, le tocó sufrir más de veinte años con sus enfermedades y hasta con su crisis de que podía haber perdido la fe y la esperanza.

Pasados estos malos trances, Dios la premió con una gran paz interior y la intimidad con el Señor.
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Fuente: diocesisdecartagena.org
Antonio Faúndez López, Beato Sacerdote y Mártir
Martirologio Romano: En diversos lugares de Murcia, España, Beato Antonio (en el siglo Miguel Faúndez López), sacerdote profeso de la Orden de los Hermanos Menores y tres compañeros, asesinados por odio a la fe. († 1936)

Fecha de Beatificación: 13 de octubre de 2013, durante el pontificado de S.S. Francisco.

Fr. Antonio (Miguel Faúndez López) Sacerdote profeso de la Orden de Frailes Menores. Nació en el pueblo de La Hiniesta, diócesis de Zamora, el 23 de julio de 1907 y fue bautizado a los dos días con el nombre de Miguel.

Emitió la profesión perpetua en la Orden de Frailes Menores en 1928 y fue ordenado sacerdote el 8 de febrero de 1931.

El 11 de marzo de 1936, los milicianos asaltaron el Convento de Cehegín, obligando al Siervo de Dios a buscar su salvación en varios pueblos. La tarde del 11 de septiembre, mientras estaba hospedado benignamente en una casa fue sacado de ella por los milicianos con un pretexto. Una vez en la calle, se dio cuenta que era conducido a otro lugar para ser asesinado y comenzó a gritar: “¡Viva la Virgen del Rosario”! “¡Viva Cristo Rey”!. Alcanzado por los tiros de los milicianos, el Siervo de Dios enrojeció con su sangre las calles de Bullas.

S.S. Benedicto XVI firmó el 10 de diciembre de 2010 el decreto con el cual se reconoce el martirio de este grupo de mártires, lo cual permitirá su próxima beatificación que se realizará, Dios mediante, el 13 de octubre de 2013

Este grupo de mártires está integrado por:


1. ANTONIO (MIGUEL FAÚNDEZ LÓPEZ), sacerdote profeso, Orden Frailes Menores
nacimiento: 23 Julio 1907, en La Hiniesta, Zamora (España)
martirio: 19 Septiembre 1936 en Bullas, Murcia (España)

2. BUENAVENTURA (BALTASAR MARIANO MUÑOZ MARTÍNEZ), clérigo profeso, Orden Frailes Menores
nacimiento: 7 Diciembre 1912 en Santa Cruz, Murcia (España)
martirio: 4 Septiembre 1936 en Cuello de Tinaja, Murcia (España)

3. PEDRO SÁNCHEZ BARBA, sacerdote diocesano y terciario franciscano
nacimiento: 1 Junio 1895 en Llano de Brujas, Murcia (España)
martirio: 4 Septiembre 1936 en Cuelo de Tinaja, Murcia (España)

4. FULGENCIO MARTÍNEZ GARCÍA, sacerdote diocesano y terciario franciscano
nacimiento: 14 Agosto 1911 en Ribera de Molina, Murcia (España)
martirio: 4 Octubre de 1936 en Espinardo, Murcia (España)
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Santos Peleo, Nilo, Elías y Patermucio, mártires
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

En Palestina, santos mártires Peleo y Nilo, obispos en Egipto, Elías, presbítero, y Patermucio, todos ellos, por su fe en Cristo, consumidos por el fuego, junto con otros muchísimos clérigos, durante la persecución en tiempo del emperador Diocleciano.
Los confesores que fueron condenados a trabajar en las canteras de Palestina en el curso de la última persecución general, construyeron en las galerías y cuevas dejadas por las excavaciones pequeños oratorios donde solían reunirse para los oficios divinos, que eran su gran consuelo en medio de las penurias terribles a que se hallaban sometidos. Firmiliano, el gobernador de Palestina, informó al emperador Galerio sobre las libertades que se habían tomado aquellos cristianos, y el tirano respondió con una orden para que fuesen sacados de las canteras y enviados a las minas de Chipre unos, otros a las del Líbano y otros más a diversos sitios donde las condiciones de vida y de trabajo fuesen más crueles y rigurosas. El oficial a quien se encomendó la tarea de trasladar a los prisioneros, pidió y obtuvo la autorización para eliminar a los que él considerase inservibles y, en consecuencia, apenas iniciada la marcha, señaló a cuatro de ellos para que fuesen quemados en vida. Los elegidos fueron Peleo y Nilo, dos obispos egipcios, el sacerdote Elías y un laico egipcio. Es posible que estos mártires perecieran en la hoguera en la localidad de Funon, cerca de Petra, al mismo tiempo que san Tiranio de Gaza y sus compañeros.

Nuestra principal autoridad es Eusebio en su obra De Martyribus Palestinae (XIII, 3). Ver también a B. Violet en Die Palizstinischen Märtyrer des Eusebius von Cäserea, pp. 105-107.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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San Secuano, abad y presbítero
†: s. VI - país: Francia
otras formas del nombre: Seine, Signe
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En el monasterio de Sisteron, cerca de Langres, también en la Galia, san Secuano, presbítero y abad.

Este santo monje nació en la pequeña localidad de Mesmont, en Borgoña. Durante algún tiempo vivió solitario en los bosques de Verrey-sous-Drée, en una choza que él mismo construyó con troncos y ramas. Se afirma que ningún día probaba bocado hasta haber recitado el salterio completo. El obispo de Langres lo elevó al sacerdocio cuando el santo era todavía muy joven. Como consecuencia de aquella temprana ordenación, fue víctima de las oposiciones y aun de las persecuciones de algunos miembros del clero y, para escapar a ellas, tomó la prudente medida de ponerse a las órdenes y bajo la dirección del santo abad Juan, que gobernaba el monasterio de Réomé. Ahí se perfeccionó en el estudio de las Sagradas Escrituras y en la práctica de todas las virtudes religiosas. Al cabo de algún tiempo, construyó un monasterio en los bosques de Segestre, cerca de las fuentes del río Sena, y los monjes que vivieron ahí contribuyeron en gran medida a civilizar a los pobladores de la comarca que, según se dice, practicaban el canibalismo.

La aldea que con el tiempo se construyó en torno a la abadía, llevó el nombre de Saint-Seine en honor del fundador. La disciplina regular que estableció éste en el monasterio, le dio mucha fama y atrajo a numerosos discípulos. Dios le otorgó la gracia de obrar milagros. En los martirologios más antiguos se le menciona con el nombre de san Sigón. El Hieronymianum, por ejemplo, conmemora a san Secuano con estas palabras: «depositio sancti Sigonis, presbiteri et confessoris», pero San Gregorio de Tours, que habla de él en época todavía más antigua, le llama «Sequanus».

Hay una biografía anónima impresa en el Acta Sanctorum, sept. vol. VI, pero su valor histórico es muy relativo.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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San Teodoro de Canterbury, monje y obispo
fecha: 19 de septiembre
n.: c. 602 - †: 690 - país: Reino Unido (UK)
otras formas del nombre: Teodoro de Tarso
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Canterbury, en Inglaterra, san Teodoro, obispo, antes monje de Tarso, que, elevado al episcopado por el papa san Vitaliano y enviado a Inglaterra casi septuagenario, gobernó con fortaleza de ánimo la Iglesia a él encomendada.
refieren a este santo: San Adriano de Canterbury, San Aldelmo de Sherborne, San Ceada de Lichfield, San Wilfrido de York

Teodoro era griego, natural de Tarso, en la Cilicia (la ciudad natal de san Pablo) y estudiante en Atenas. Fue el último en la serie de obispos extranjeros que ocuparon el trono metropolitano de Canterbury y uno de los más grandes arzobispos de aquella sede. Tras la muerte de san Deusdedit, el sexto arzobispo, en 664, Oswy, el rey de Nortumbría, y Egberto, el rey de Kent, enviaron a Roma a un sacerdote llamado Wighard, para que el propio Pontífice lo consagrase y lo confirmase debidamente, a fin de ocupar la sede. Pero Wighard murió en Italia, y san Vitaliano, quien por entonces ocupaba el trono de San Pedro, escogió a Adrián, abad de un monasterio vecino a Nápoles, para elevarlo a aquella dignidad. Aquel abad había nacido en el África, conocía perfectamente el griego y el latín y era muy versado en teología y en la disciplina monástica y eclesiástica; pero tan extremados eran sus temores ante las responsabilidades del cargo, que el Papa se vio obligado a ceder a sus negativas para aceptarlo. Sin embargo, el Pontífice insistió en que Adrián buscase una persona digna y capaz para el puesto, y éste se apresuró a presentar a un monje, llamado Andrés, que fue declarado inepto, debido a sus muchas enfermedades; entonces, Adrián buscó con mayor detenimiento y encontró a otro monje: Teodoro de Tarso. Éste fue aceptado, pero a condición de que el propio Adrián le acompañase a las islas de Bretaña, ya que era un experto en los viajes a través de Francia y el papa confiaba en él para vigilar a Teodoro para que no introdujese en la Iglesia nada contrario a la fe, «como suelen hacerlo los griegos», según el comentario de san Beda.

Por aquel entonces, Teodoro tenía sesenta y seis años de edad, había avanzado mucho en las ciencias seculares y sagradas, su vida era ejemplar, y aún no había recibido las órdenes sagradas. Tan pronto como se le eligió, fue ordenado como subdiácono, pero debió aguardar varios meses hasta que le creciera el cabello para que se lo cortasen luego en forma de corona, de acuerdo con la costumbre romana. Por este dato se puede pensar que Teodoro había sido hasta entonces monje en algunas de las órdenes de Oriente, donde los religiosos llevaban el cabello corto y que su promoción requirió lo que hoy podríamos llamar «un cambio de rito» [la primera iglesia católica de rito bizantino que hubo en Inglaterra, en el sector londinense de Saffron Hill, se dedicó justamente a San Teodoro en 1949]. Por fin, el papa san Vitaliano lo consagró obispo y lo recomendó a san Benito Biscop, quien se hallaba entonces en Roma, y éste se vio obligado a regresar a Inglaterra junto con los santos Teodoro y Adrián, en calidad de guía y de intérprete. Los tres partieron el 27 de mayo de 668, por mar hacia Marsella y, de ahí, por tierra, hasta Arles, donde fueron cordialmente acogidos por el arzobispo Juan. Teodoro pasó el invierno en París con san Agilberto, quien había sido obispo de Wessex, y pudo informar con conocimiento de causa al nuevo arzobispo sobre las circunstancias y necesidades de la iglesia de la que iba a hacerse cargo, al tiempo que le enseñaba las primeras nociones de la lengua inglesa. En cuanto Egberto, el rey de Kent, supo que su nuevo arzobispo se hallaba en París, envió a su mayordomo para que le diese la bienvenida. Este condujo a Teodoro al puerto de Quentavic, que ahora se llama Saint-Josse-sur Mer, donde éste cayó enfermo y debió permanecer durante algún tiempo; pero tan pronto como comenzó a restablecerse, se embarcó con san Benito Biscop y tomó al fin posesión de su sede de Canterbury el 27 de mayo de 669, justamente un año después de haber partido de Roma. Entretanto, san Adrián se había quedado en Francia.

Teodoro inició sus tareas con una visita general a las iglesias de la nación inglesa, tan pronto como pudo acompañarle el abad Adrián. En todas partes fue bien recibido, escuchó con atención lo que sus fieles tuviesen que decirle, habló para enseñar las reglas morales más simples, confirmó la disciplina de la Iglesia para la celebración de la Pascua e introdujo el canto romano en los divinos oficios, hasta entonces practicado en muy pocas de las iglesias de Inglaterra, aparte de las de Kent. También estableció otros reglamentos relacionados con el servicio divino, combatió los abusos e impuso reformas para eliminarlos y ordenó a obispos para enviarlos a los lugares donde se necesitaban. Cuando visitó la Nortumbría, tuvo que entendérselas con las dificultades que habían surgido entre san Wilfrido y Chad, los dos obispos que reclamaban sus derechos sobre la sede de York. El arzobispo Teodoro juzgó que Chad había sido indebidamente consagrado, lo cual acabó por admitir éste antes de retirarse voluntariamente a su monasterio de Lastingham. Poco después, al morir el obispo de los mercianos, Teodoro elevó a Chad a la sede vacante. San Wilfrido fue confirmado como el verdadero obispo de York, con el apoyo de todos los partidarios de una política favorable a Roma, cuyo antagonismo con los elementos celtas de Nortumbría fue la causa principal de que el Papa enviase a san Adrián a Inglaterra junto con san Teodoro. Pero éste se las arregló para penetrar hasta el baluarte de la influencia celta, en Lindisfarne, donde consagró la iglesia en honor de San Pedro. Se afirma que durante aquellas jornadas, impartió órdenes para que cada uno de los jefes de familia dijese a diario, junto con todos los miembros de la misma, el Padre Nuestro y el Credo.

Teodoro fue el primer arzobispo al que obedeció toda la Iglesia de Inglaterra, el primer metropolitano en las islas de Bretaña y su fama llegó hasta los rincones más remotos de aquellas tierras. Muchos estudiantes se reunieron en torno a aquellos dos prelados extranjeros que sabían griego y latín, puesto que los propios Teodoro y Adrián impartían enseñanzas sobré las Escrituras e instruían en las ciencias, particularmente en la astronomía y en la aritmética (para calcular la fecha de la Pascua), así como a componer versos latinos. Muchos de sus alumnos más aprovechados llegaron a utilizar el griego y el latín con tanta facilidad como su propia lengua. Desde que los ingleses pusieron pie en las islas, no hubo tiempos tan dichosos como los del gobierno episcopal de san Teodoro. Dice san Beda que por aquel entonces, los reyes llegaron a ser tan poderosos y valientes, que ninguna de las naciones bárbaras osaba atacarlos, mientras que los súbditos de los reyes eran tan buenos cristianos, que sólo aspiraban a conquistar la paz y la felicidad del reino de los cielos, que, últimamente se les había presentado en una nueva forma. Todos los que querían aprender encontraban quien los instruyera.

A la sede de Rochester, que desde muy largo tiempo atrás había estado vacante, Teodoro le dio un obispo en la persona de Putta y autorizó la inclusión de toda Wessex en la sede de Winchester. Después, en 673, convocó al primer concilio nacional de la Iglesia inglesa, en la localidad de Hertford. Acudieron a aquella asamblea, Bisi, obispo de los anglos del este, Putta, el de Rochester, Eleuterio, obispo de Wessex, Winfrido, el de los mercianos, y los representantes de san Wilfrido. San Teodoro, que presidía el acto, les habló de esta manera: «Os rogamos, muy amados hermanos, que por el amor y el temor de nuestro divino Redentor, lleguemos a tratar todos en común los asuntos relacionados con la fe y que están encaminados al fin que ha sido decretado y definido por los santos y venerables padres y que es hacia el cual todos debemos mirar invariablemente». Después de aquel concilio, escribió un libro de cánones eclesiásticos, entre los cuales destacaban diez particularmente importantes para Inglaterra. El primero establecía que la Pascua debía observarse en todas partes el domingo siguiente a la fecha en que aparece la luna llena, antes o después del 21 de marzo, de acuerdo con las ordenanzas del Concilio de Nicea y en contra de los celtas recalcitrantes. Otros de aquellos cánones consolidaron en Inglaterra el sistema diocesano común de la Iglesia; la adopción de los reglamentos por parte de los obispos puede considerarse como el primer acto legislativo, eclesiástico o civil, para todo el pueblo inglés. Entre los cánones figuraba uno que convocaba a un sínodo anual de los obispos, que deberían reunirse cada 1 de agosto en Clovesho. Hubo otro concilio provincial convocado por san Teodoro siete años después, en Hatfield, con el propósito de salvaguardar la pureza de la fe entre su clero, de cualquier vestigio de los errores monofisitas. Luego de discutir la teología del misterio de la Encarnación, los miembros del concilio expresaron su adhesión a los decretos de los cinco concilios ecuménicos habidos hasta entonces y condenaron las doctrinas herejes.

Dos años antes, en el 678, el «año del cometa», habían surgido dificultades entre Egfrido, el rey de Nortumbria y san Wilfrido, quien había brindado su apoyo a la esposa del rey, santa Etheldreda, para que se retirase a un convento. La actividad administrativa de san Wilfrido en la extensa diócesis no había sido bien recibida, ni aun por aquéllos que simpatizaban con sus propósitos, y Teodoro aprovechó aquellas desavenencias para afirmar su autoridad metropolitana en el norte; por lo tanto, ordenó que se formasen tres sedes de la gran diócesis de York y, de acuerdo con el rey Egfrido, procedió a nombrar obispos para ellas. San Wilfrido se opuso a tales medidas, apeló a Roma y aun viajó a la ciudad para litigar personalmente en favor de su caso, en tanto que san Teodoro consagraba a los nuevos obispos en la catedral de York. El papa san Agatón decidió que Wilfrido debía ser restablecido en su sede y recomendó a éste que eligiera obispos sufragáneos que le ayudasen en su gobierno. Sin embargo, el rey Egfrido se negó a aceptar la decisión del papa, alegando que en todo el asunto se había recurrido al soborno y, a fin de cuentas, Wilfrido partió al exilio, circunstancia que aprovechó el santo para evangelizar a los sajones del sur. San Teodoro no hizo nada para dejar sin efecto o aliviar siquiera la rigurosa medida adoptada por el monarca y, poco después, consagró a san Cutberto, en reemplazo del desterrado, como obispo de Lindisfarne en la catedral de York. Pero si acaso fue culpable de alguna injusticia en aquel caso, no pasó mucho tiempo sin repararla, puesto que san Teodoro y san Erconwaldo se entrevistaron con Wilfrido en Londres, hubo una completa reconciliación y éste aceptó hacerse cargo de nuevo de la diócesis de York, que ya había quedado muy reducida. San Teodoro escribió al rey Ethelredo de Mercia y al rey Aldfrido de Nortumbria para recomendar a san Wilfrido, así como a santa Elfleda, la abadesa de Whitby, y a otras personas que se habían opuesto a Wilfrido o que eran parte interesada en el asunto de su reposición.

Las mejores obras de san Teodoro se desarrollaron en la esfera de sus actividades como organizador y administrador; el único trabajo literario que lleva su nombre, es una colección de normas disciplinarias y cánones, llamada el «Penitencial de Teodoro» y que tal vez no es todo de él. Suele decirse que fue san Teodoro de Canterbury quien organizó el sistema parroquial en Inglaterra, pero eso no puede ser cierto, ya que, entre los ingleses, dicho sistema llegó a establecerse con mucha lentitud, al cabo de muchas dificultades y esfuerzos que no hubiese podido realizar un solo hombre. Lo que sí hizo en los veintiún años de su episcopado fue transformar la Iglesia de Inglaterra, que no era más que una misión dividida y sin verdadera cohesión, en una verdadera provincia de la Iglesia católica, debidamente organizada, separada en diócesis que consideraban a Canterbury como su sede metropolitana. El trabajo que realizó, llegó a subsistir como un monumento a su memoria durante ochocientos cincuenta años y hasta hoy es, todavía, la base en la organización jerárquica para la Iglesia de Inglaterra. Murió el 19 de septiembre de 690 y fue sepultado en la iglesia de la abadía de San Pedro y San Pablo en Canterbury, de manera que el monje griego quedó enterrado junto a su primer predecesor el monje romano Agustín. «Para decirlo en pocas palabras», escribe San Beda, «las iglesias de Inglaterra prosperaron más durante el pontificado (de san Teodoro) que todo lo que habían progresado antes, desde su nacimiento»; mientras que Stubbs dice lo siguiente: «Es difícil cuando no imposible, estimar la deuda que Inglaterra, Europa y la civilización cristiana tienen con san Teodoro por el trabajo que realizó». Eso es lo que no se ha olvidado y hoy se celebra su fiesta en seis de las diócesis de Inglaterra y en las congregaciones inglesas de benedictinos.

Nuestra más autorizada fuente de información, por supuesto, es san Beda en su Ecclesiastical History, que en muchos puntos ha sido elucidada por C. Plummer con valiosos comentarios; en segundo lugar contamos con la Vita Wilfridi de Edio. Mucho es lo que se ha publicado en Inglaterra sobre Teodoro y sobre su época, pero aparte de algunas valiosas ilustraciones arqueológicas, libros tales como Theodore and Wilfrith, de Browne, Golden Days of English Church History, de Sir Henry Howorth y el Chapeters on Early English Church History del canónigo Bright, tienen un pronunciado tono antiromano. En cuanto a la parte desempeñada por Teodoro en el mencionado «Penitencial» conviene ver el resultado de las investigaciones practicadas por Paul Fournier, que figuran en su libro Historie des Collections canoniques en Occident (1931-1932). Ahí se pone en duda que el arzobispo haya tomado parte siquiera en la realización de aquel libro, como dicen que lo hizo Wasserschleben y Stubbs. Ver a W. Stubbs en DCB, vol. IV, pp. 926-932. F. M. Stenton, Anglo-Saxon England (1943), pp. 131-141. El Dr. W. Reany publicó una biografía en 1944.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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Santa Pomposa, virgen y mártir
†: 853 - país: España
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

En Córdoba, en la región hispánica de Andalucía, santa Pomposa, virgen y mártir, la cual, durante la persecución desencadenada por los sarracenos, sabedora del martirio de santa Columba, salió a escondidas del monasterio cordobés de Pefiamelera y confesó intrépida a Cristo ante el juez, por lo cual fue inmediatamente decapitada ante las puertas del palacio y consiguió, así, la palma del martirio.
Pomposa quiso imitar a Colomba, decapitada por la fe el 17 de septiembre. Vivía en la comunidad de San Salvador, al pie de la Pinna Mellaria, adonde se había retirado para servir a Cristo junto con sus padres, sus hermanas y su familia. San Fandilas era sacerdote de este monasterio. Pomposa nació en Córdoba y había convencido a los suyos a renunciar a los bienes perecederos para conquistar los eternos. Todos habían prometido a Dios su castidad. Sus padres habían enajenado su patrimonio y habían hecho construir el monasterio de San Salvador, en un lugar famoso por las abejas, de allí el nombre Pinna Mellaria («pico colmena»; cf. en África del Norte el nombre árabe Oum en-Neh-al "la madre de las abejas", es decir lugar en donde pululan las abejas). Pomposa, la más joven de la comunidad, se distinguía por sus virtudes, su mortificación y su celo por meditar la Sagrada Escritura. El abad Félix pudo contar a san Eulogio, el historiador de los mártires de Córdoba, muchos rasgos edificantes de esta joven santa; por desgracia, Eulogio no los escribió, por temor de fatigar al lector. Cuando Pomposa supo la noticia del martirio de Colomba, se llenó de gozo y se inflamó en el deseo inmenso de imitarla. ¿Cómo hacerlo? Unos años antes había tratado de «ir al martirio», según palabra de san Eulogio, pero los suyos la tuvieron bajo llave y muy vigilada.

Pero esa noche, después del oficio nocturno, uno de sus hermanos, contra la costumbre, abrió la puerta del monasterio, quitó la llave y dejó la puerta atorada solamente con una pequeña cuña. Pomposa se dirigió silenciosamente a la puerta, la abrió y salió. En la bóveda celeste brillaban las estrellas como lámparas. Tal vez nuestra santa, nutrida en la Sagrada Escritura, se preguntaba en qué combate tantos guerreros allá arriba hacían brillar sus luces como los soldados de Gedeón (Jue 7,20) o bien, pensaba que ese hormiguero de luces era un escuadrón de vírgenes que hacían honor al Esposo (Mt 25). La virgen llegó de mañana a Córdoba, después de una marcha penosa por los caminos empedrados. Se presentó al juez, dio testimonio de su fe y escarneció al profeta impúdico, Mahoma. Se le dio muerte mediante un golpe de espada, ante las puertas del palacio. La decapitaron el 13 de las kalendas de octubre, el año 891 de la Egira (19 de septiembre de 853). Su cuerpo fue arrojado al río, pero fue recuperado y enterrado. Al término de veinte días, los monjes lo transportaron al santuario de Santa Eulalia, en donde lo depositaron a los pies de santa Colomba.

S. Eulogio, Memoriale sanctorum, III, c. XI; Patrologia Latina, vol. CXV, col. 812-813, 897. H. Leclercq, Les martyrs, vol. V, pp. 44-46. Acta Sanctorum, 19 de septiembre, vol. VI, pp. 92-95. Flores, España Sagrada, vol. X, pp. 4005-407.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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Santa María Guillerma Emilia de Rodat, virgen y fundadora
.: 1787 - †: 1852 - país: Francia
canonización: B: Pío XII 9 jun 1940 - C: Pío XII 23 abr 1950
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

En Villefranche, en la región de Rodez, en Francia, santa María Guillerma Emilia de Rodat, virgen, fundadora de la Congregación de la Sagrada Familia, dedicadas a la educación de niñas y a ayuda para los necesitados.

Ante la llanura donde se levanta la antigua ciudad de Rodez, en el sur de Francia, hay una magnífica casa señorial a la que se conoce con el nombre de Druelle, y fue ahí donde nació, en 1787, la niña Marie Guillemette Emilie de Rodat. Apenas tenía dieciocho meses cuando la llevaron a vivir con su abuela materna en el castillo de Ginals, construido sobre una colina en las afueras de Villefranche-de-Rourgue. Allí se encontraba al estallar la Revolución cuyos horrores no llegaron a afectar aquella casa solariega en un lugar tan remoto.

A pesar de que de ninguna manera se vio libre de las travesuras y berrinches de la niñez, sí fue lo que puede llamarse una niña piadosa, y una prima suya que se atrevió a besarla, recibió un impresionante bofetón para que aprendiera a no andar con aquellas veleidades. Sin embargo, cuando cumplió los dieciséis años y comenzó a conocer algo de la vida en sociedad, su devoción se entibió bastante: descubrió que su confesor era demasiado estricto y se buscó otro, abrevió sus plegarias para no perder tiempo, y así por el estilo. Su abuela, mujer severa y vigilante, no dejó de advertir aquellos cambios y decidió que, en vista de que rechazaba la compañía de «las monjas y las gentes piadosas» en Villefranche, debía volver a la austera y monótona existencia de Ginals donde por entonces vivían sus padres. Aquella mudanza que se le impuso como castigo le sirvió en realidad para descubrir dónde radicaba su felicidad y su deber. Desde el día de Corpus Christi de 1804, experimentó una repentina y definitiva renovación espiritual y ya nunca volvió a mirar hacia atrás: «Me hallaba envuelta a tal punto en Dios», confiesa ella misma, «que hubiera podido orar sin detenerme quién sabe hasta cuándo, sobre todo si me hallaba en la iglesia ... Sólo durante una época de mi vida me sentí hastiada y aburrida y eso fue cuando le dí la espalda a Dios».

Al año siguiente, después de cumplir los dieciocho años, Emilia regresó a Villefranche, con el propósitu de ayudar a las monjas a establecer la Maison Saint-Cyr, donde ella misma había asistido a la escuela. No cabe duda de que Emilia pensaba encontrar ahí su propia vocación, pero la comunidad no resultó satisfactoria para ella, puesto que comprendía a monjas de cierta edad, salidas de varios conventos con motivo de la revolución y reunidas fortuitamente bajo un techo. Su falta de unidad interna se reflejaba en la forma como trataron a Emilia: unas aprobaban prontamente sus ideas, otras encontraban exagerado y fuera de propósito su entusiasmo. La joven se había hecho cargo de cuidar a los niños durante los recreos, de prepararlos para la primera comunión y de enseñarles geografía; la segunda de sus obligaciones invadió la tercera, porque los nombres de santos en los diversos lugares geográficos le brindaban la ocasión de extraer una lección edificante de la vida del bienaventurado en cuestión. Pero no fue su trabajo en la escuela ni su amor por los niños lo que influyó en su vida espiritual, sino los consejos y conversaciones del padre Marty, el director espiritual del establecimiento. Por consejo de éste, durante los once años que Emilia pasó en la Maison Saint-Cyr, hizo el intento de buscar su camino en otra parte: en Figeac con las Damas de Nevers, en Cahors con las Hermanas de la congregación del Picpus, en Moissac con las Hermanas de la Misericordia; y tras cada una de aquellas expiriencias, desalentada e inquieta, regresaba a Villefranche y se reprochaba su inestabilidad.

Cierto día, durante la primavera de 1815, Emilia de Rodat visitó la casa de un enfermo donde gran número de vecinos discutían (sin duda que con poca discreción y caridad) la casi imposibilidad de mandar a los hijos a la escuela, porque carecían de dinero para pagarla. Con la claridad y la rapidez de un relámpago, surgió la idea en su mente y así la puso en práctica. «Yo daré la instrucción necesaria a esos pobres niños», dijo para sí misma y, sin pérdida de tiempo, fue a abrir su corazón al padre Marty. Eso, precisamente, era lo que él había estado esperando y, en cosa de pocas semanas, Emilia empezó a instruir a los niños pobres en su propia habitación de la Maison Saint-Cyr. No era más que una habitación pequeña, pero Emilia se las arregló para recibir en ella a cuarenta niños y a las maestras que le ayudaban. Aquel fue el principio de lo que habría de llegar a ser la Congregación de la Sagrada Familia (hay más congregaciones con ese mismo nombre), aunque naturalmente no faltaron las oposiciones y las dificultades. Los padres de una de las ayudantes, llamada Eleonor Dutriac, la amenazaron con un proceso legal por hacer trabajar a Eleonor que sólo tenía dieciséis años, en condiciones inhumanas; algunas de las otras monjas del establecimiento trataron rudamente a Emilia; buena parte de la opinión pública se puso en su contra, y muchos miembros del clero la criticaron. Pero a pesar de todo y con el callado pero firme apoyo del padre Marty, Emilia siguió adelante, recurrió a sus propios bienes para alquilar y acondicionar una casa y, en mayo de 1816, se inició su escuela gratuita. Entretanto, la comunidad en la Maison Saint-Cyr, se venía abajo; menos de dieciocho meses después de que la hermana Emilia (ya para entonces había hecho sus votos) abandonó el edificio, regresó a hacerse cargo de él, con otras ocho hermanas y un centenar de alumnos. Las gentes dejaron de burlarse y de criticar al grupo y, por el contrario, se dispusieron a darle apoyo.

Transcurrieron dos años antes de que la hermana Emilia pudiese adquirir otro edificio más amplio y mejor, en un monasterio abandonado, con su capilla y su jardín; pero fue entonces cuando ocurrió una catástrofe que estuvo a punto de acabar con la naciente comunidad. En ésta se produjo una serie de fallecimientos sucesivos que se iniciaron con la muerte de la hermana Eleonor Dutriac, cuya causa no pudo ser descubierta por los médicos y la que el famoso sacerdote Mons. Alejandro von Hohenlohe atribuyó a la influencia diabólica. La hermana Emilia se sintió inclinada a considerar aquellos desastres como un signo de que ella no estaba llamada a hacer una fundación, y llegó a pensar seriamente en fundir su comunidad con la de las Hijas de María, recientemente establecida por Adela de Batz de Trenquelléon. Casi seguro que esto era lo que habría sucedido, a no ser por la enérgica actitud de las hermanas de Villefranche que se negaron a tener otra madre superiora que no fuese Emilia de Rodat. Esta tuvo que ceder, y se llevó a cabo la instalación de la nueva casa. En el otoño de 1820, todas las hermanas hicieron sus votos perpetuos y tomaron el hábito, cuya característica es la orla transparente del velo que cubre la parte superior de la cara.

Durante los siete años siguientes, la madre Emilia sufrió terribles enfermedades corporales: primero unas adherencias cancerosas en la nariz y, luego, un mal que le dejó para siempre extraños ruidos en los tímpanos (posiblemente el mal de Menier) . Precisamente debido a su mala salud, se pudo establecer la primera de las filiales en Aubin, a donde la madre Emilia había ido a consultar con un médico. El padre Marty no estaba completamente en favor de aquella fundación, debido al gran número de dificultades legales, pero la madre Emilia, no obstante que nunca había pensado más que en una sola comunidad y una escuela, siguió los dictados de su propio criterio. Después tuvo que arrepentirse de su indocilidad y se lamentaba de que «la palabra Aubin llegó a adquirir en mis oídos la discordante sonoridad del grito de un pavo real». Cerca de Aubin había una mina de carbón y muchos de los mineros eran ingleses. Estos y sus familiares se beneficiaron con el convento y la escuela y contribuyeron a la formación de una especie de hermanas terciarias que atendían a las necesidades de los fieles a distancia del convento (Inglaterra pagó su deuda de gratitud a las hermanas, al acogerlas cordialmente citando fueron expulsadas de Francia, en 1904). Pocos meses más tarde, la ayuda directa del padre Marty fue retirada cuando se nombró a éste vicario general del obispo de Rodez.

A la mala salud física de la madre Emilia se sumó entonces una prolongada y severa "noche oscura del alma", pero ella continuó ampliando sus congregaciones y haciendo nuevas fundaciones (antes de su muerte, había treinta y ocho casas). A la enseñanza agregó el cuidado de los enfermos y otras buenas obras, de manera que las exigencias sobre los recursos de las hermanas eran a menudo excesivas; sin embargo, la madre Emilia tuvo siempre una confianza absoluta en que podría responderse a las necesidades de los pobres y así fue siempre, a veces con misteriosas multiplicaciones de dinero y de alimentos, que tenían la marca de lo milagroso. Por otra parte, Emilia insistió siempre en adoptar la más extrema sencillez en todos sus establecimientos y en el ahorro de todo lo posible que se requería para las necesidades de los pobres. Aquella economía se aplicaba a la capilla lo mismo que el refectorio; la madre Emilia estaba al tanto de que los ricos mármoles y las costosas imágenes no eran necesariamente una muestra de honor para Dios, como lo habían dicho y repetido los monjes del Cister y los franciscanos durante la Edad Media. El padre Marty tenía otras ideas, pero aquella diferencia de opinión era un asunto sin la menor importancia, en comparación a las dificultades que surgieron para la iniciación de algunos de los conventos, dificultades aquellas tan terribles, que uno de los biógrafos de la santa afirma que parecían creadas por «la rabia del demonio». Pero no obstante todo aquello, las aspirantes seguían llegando, y no es que la madre Emilia alentase a las jóvenes a «abandonar el mundo», por el contrario, tenía un gran respeto por la libertad personal y la responsabilidad individual, y a menudo recordaba a las gentes que «la vocación religiosa se produce por la gracia de Dios y no por nuestras palabras».

En 1843, las hermanas de Villefranche comenzaron a visitar las cárceles, con resultados muy alentadores, tanto así, que dos años más tarde se inauguró la primera casa de regeneración para mujeres. Asimismo hubo un lugar que Mons. Gély llamaba con buen humor «el Hotel de los Inválidos» y que era en realidad un lugar de retiro para los religiosos y sacerdotes de edad avanzada; a ese hospicio se agregó una casa para los novicios y un orfelinato. Pero no por el rápido crecimiento y la multiplicidad de las tareas, se relegaron a segundo término las monjas enclaustradas de la congregación. La madre Emilia no desperdició la primera oportunidad que se le presentó para establecer un convento de clausura y, así, realizó una idea que había acariciado siempre con verdadero amor, puesto que consideraba que, con ello, su comunidad se personificaba en Marta y María; el trabajo activo de Marta en el mundo era alentado y bendecido por el trabajo de María en el claustro, ofreciéndolo al Salvador. La madre Emilia tenía el don de hacer frases ingeniosas. «Hay gentes que no sirven para el convento, pero el covento sí les sirve a ellas», solía decir; «en el mundo se hallan perdidas y en el convento no hacen mucho bien, pero al menos se conservan alejadas del mal». Si una novicia miraba a su alrededor cuando alguien entraba en la sala, se le ordenaba ir a besar los pies del crucifijo, «como un castigo y no como una recompensa». «Si me encontrase con un ángel junto a un sacerdote, me inclinaría primero ante el sacerdote». «Los evangelistas mencionan las cuatro ocasiones en que habló la Santísima Virgen, pero no nos dicen ni una palabra de lo que habló san José. Si examinamos ese caso como es debido, veremos que hay en él una lección valiosa». «La confesión es una acusación, no una conversación». Hay algo de amargura o de dureza en esas frases elegidas al azar. Por cierto, que la santa no era muy inclinada a hacer bromas, pero al tratar el regocijo de los santos, cambiaba de actitud, consideraba su alegría como una característica de la santidad y siempre destacaba su valor. «Mantened vuestro entusiasmo», escribía a una postulante. «Conservad el valor. Poned toda vuestra confianza en Dios y sólo así tendréis siempre una santa alegría». A las hermanas en Aubin, les decía: «¡Alegraos, alegraos! Debemos mantener lejos toda tristeza». En los días de su juventud, su defecto principal era el orgullo personal y por eso decía en una de sus cartas: «Debo tratar de ser humilde en el mismo grado que fui orgullosa». Por cierto que lo consiguió y aun se sobrepasó un poco, puesto que descuidó su apariencia personal y sus vestimentas, de manera que su biógrafo, el padre Rayelt, afirma que «con una candidez natural, aparecía a veces ridícula». Resulta interesante descubrir en la Francia del siglo diecinueve este eco, si así puede llamarse, de «las locuras por el amor de Cristo» que a veces se producían cuatrocientos o seiscientos años antes.

«Es bueno ser objeto de desprecio», declaraba santa Emilia, y por cierto que los calumniadores y los difamadores que rondaron en torno a ella dnrunte algún tiempo, le demostraron absoluto desprecio. Las gentes solían escribirle cartas insultantes y maliciosas y, si acaso la secretaria de la madre Emilia protestaba por las palabras suaves y las amabilidades con que ella respondía a los improperios, replicaba la superiora: «¿No sabes que somos la hez del mundo y que cualquiera tiene derecho a maltratarnos?» Una abnegación semejante sólo podría ser sostenida por medios divinos y, por consiguiente, no debe sorprendernos saber que a menudo era imposible interrumpir las plegarias de santa Emilia, hasta que su estado de éxtasis había pasado.

Las hermanas de la Sagrada Familia perdieron el cariñoso cuidado del padre Marty, en lo que a este mundo se refiere, cuando murió, a fines de 1835. No siempre había estado de acuerdo con la hermana Emilia, ni ella había buscado siempre las reconciliaciones («Es un santo -solía decir-, pero un santo muy terco»); sin embargo, siempre los unió el más sincero afecto, el respeto y el propósito común, y no era lo menos que la madre Emilia debía al padre Marty, la constante solicitud de éste para mantener viva la llama del Espíritu Santo en la comunidad, algo que es de inapreciable valor para los cristianos. La madre Emilia sobrevivió a su viejo amigo diecisiete años.

Fue en abril de 1852 cuando apareció un tumor canceroso en el ojo izquierdo de la madre Emilia y, desde el primer momento, supo que su fin estaba cerca. Renunció al gobierno de la congregación para dejarlo en manos de la madre Foy y no se guardó para sí, como ella misma dijo, nada más que el sufrimiento. Y así fue precisamente, porque sus sufrimientos y su debilidad corporales aumentaron terriblemente de día en día. Durante casi tres semanas, a partir del 3 de septiembre, la madre Emilia permaneció a la espera del momento de su muerte. Entre los proyectos que hizo durante su larga agonía, figuró la Hermandad de la Santa Infancia y sus tareas para los niños abandonados de la China. «Conservad vivo el interés por los niños», decía a sus hijas, «y enseñadlos a amaros por el interés que en ellos tenéis». «La muralla se derrumba», les advirtió en la tarde del 18 de septiembre y, al día siguiente, se derrumbó tan sólo para ser reconstruida en la Jerusalén celestial, donde juegan eternamente aquellos niños a quienes ella dedicó su vida terrenal. Emilia de Rodat fue canonizada en 1950.

Hay diversas biografías en francés, como la de L. Aubineau (1891), la de L. Reylet (1897), la de Mons. Ric. ard en la serie Les Saints (1912), la del R. P. Barthe, L'Esprit d'Emilie de Rodat (2 vols., 1897) y la de M. Arnal (1951). Sus cartas fueron publicadas por separado en 1888. El libro más cómodo y agradable para leerse, es Marie-Emilie de Rodat, por Margarita Savigny Vasco (1940). La autora tuvo acceso, además de todas las fuentes de información impresas en existencia, a cierto material manuscrito y cabe preguntarse si supo hacer el mejor uso posible de su oportunidad, aunque la Academia Francesa le dio las palmas por su obra.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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Beato Jacinto Hoyuelos González, religioso y mártir
n.: 1914 - †: 1936 - país: España
canonización: B: Juan Pablo II 25 oct 1992
hagiografía: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003
En Ciempozuelos, cerca de Madrid, en España, beato Jacinto Hoyuelos González, religioso de la Orden Hospitalaria San Juan de Dios y mártir, que, confesando a Cristo, coronó su vida con un glorioso martirio en la persecución contra la Iglesia durante la contienda civil.

Nació en Matarrepudio (Santander) el 11 de septiembre de 1914 en el seno de una familia humilde y cristiana. Desde pequeño dio señales de ser piadoso y caritativo, y alentado en la vocación religiosa por su párroco, optó por la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Hecho el noviciado, emitió la profesión religiosa el 8 de septiembre de 1935. Unos meses después, al tener que cumplir con sus obligaciones del servicio militar, fue a Ciempozuelos y allí le confiaron la enfermería de San Camilo. Era un joven de buena índole, humilde y dócil, que se sentía realizado asistiendo a los enfermos. Destinado en la clínica psiquiátrica militar, podía hacer la vida de comunidad simultáneamente con los religiosos. El día 7 de agosto los religiosos fueron detenidos, pero el Dr. Sloker, jefe de la dicha clínica militar, lo reclamó alegando que era un soldado a sus órdenes. Eso lo salvó de momento, pero los milicianos no lo olvidaban y continuamente lo zaherían con acusaciones y amenazas. Pero el hermano Jacinto no hacía caso de ellas y continuaba su servicio a los enfermos, retirándose al sótano para hacer sus rezos. En confianza decía que no entendía por qué se perseguía a los hermanos si ellos no hacían daño a nadie.

El día 18 de septiembre por la noche fue sorprendido en la clínica antes de acostarse y obligado a salir a prestar declaración ante el Comité. Fue sacado por la puerta de la despensa, llevado al comité del pueblo y allí interrogado, mezclándose las preguntas políticas con las religiosas. El hermano ante estas preguntas guardó silencio. Lo llevaron entonces directamente al puente de la estación, llamado de San Cosme, y le querían obligar a que blasfemara y a que diera vivas a la República. El hermano se negaba a blasfemar a pesar de los golpes que le daban. Entonces le pusieron una cuerda al cuello, la ataron por el otro extremo al puente y lo arrojaron al vacío, ahorcándolo. Y además le dispararon varios tiros. Vestía un mono azul y alpargatas y tenía las manos atadas a la espalda. Al día siguiente su cuerpo colgando del puente y un gran charco de sangre en el suelo era un horroroso espectáculo. Llamado el juez, mandó llevar el cadáver al depósito, donde el forense reconoció que el cuerpo había sido ahorcado y tenía varias heridas de bala. Dijo que la muerte se produjo por asfixia en suspensión. Se cumplió así el deseo manifestado por él en alguna ocasión de morir mártir.

Fue beatificado el 25 de octubre de 1992 por el papa Juan Pablo II en el grupo de 71 Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios muertos durante los días de la revolución española.

fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003
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Beata Francisca Cualladó Baixauli, virgen y mártir
n.: 1890 - †: 1936 - país: España
canonización: B: Juan Pablo II 11 mar 2001
hagiografía: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003

En Benifaió, en la provincia de Valencia, también en España, beata Francisca Cualladó Baixauli, virgen y mártir, que derramó su sangre por su fe en Cristo en la misma persecución religiosa.
Ver más información en:
233 Mártires de la persecución religiosa en Valencia (1936)

Nació en el Molino de San Isidro, en el barrio valenciano de Ruzafa, el 3 de diciembre de 1890. Su vida discurrió en Massanassa, siendo educada cristianamente y trabajando desde su adolescencia como modista para colaborar en la economía familiar muy deteriorada por la muerte prematura de su padre y la enfermedad de su madre que quedó paralítica. Sus muchas horas de trabajo no le quitaron, sin embargo, la voluntad de hacer mucho apostolado, todo el que le fue posible como militante cristiana. Fundó en su parroquia los Jueves Eucarísticos, y asimismo colaboró en la fundación del Sindicato de la Aguja. Daba clases de corte y confección y hacía todo el bien que podía a las aprendizas. Preparaba con mucho celo a los enfermos a recibir los sacramentos. Estas cualidades y estas obras son las que provocaron que fuera odiada por los enemigos de la religión. El 19 de septiembre de 1936 fue fusilada en Benifaió, no sin antes haberle arrancado la lengua para que no siguiera dando vivas a Cristo Rey. Fue beatificada el 11 de marzo de 2001 por el papa Juan Pablo II en la ceremonia conjunta de los 233 mártires de la persecución religiosa en Valencia.

fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003
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