Santos mexicanos


San Juan Diego Cuauhtlatoatzin
San Rafael Guízar y Valencia
San Felipe de Jesús
San Rodrigo Aguilar Alemán

Resultado de imagen para Santa María de Jesús Sacramentado VenegasSanta María de Jesús Sacramentado Venegas
Natividad Venegas de la Torre nació en Zapotlanejo, Jalisco el 8 de septiembre de 1868. Decimosegunda hija de un matrimonio muy cristiano, desarrolló durante su juventud un estilo de vida que cada vez más la acercó a la plena consagración al Señor.

En noviembre de 1905, asistió, en Guadalajara, a una tanda de ejercicios espirituales que la decidió por la vida religiosa. Ingresó a un instituto religioso de reciente creación, las Hijas del Sagrado Corazón de Jesús, fundada por el canónigo Atenógenes Silva para atender a los enfermos abandonados y a los menesterosos.

Fue durante estos años abnegada y dedicada enfermera al servicio del hospital. El 25 de enero de 1921 se realizaron las primeras elecciones canónicas de la congregación, siendo entonces electa superiora general; este nombramiento aumentó su fidelidad al deber. De 1926 a 1929, durante la crudelísima persecución religiosa, mantuvo con firmeza la vida espiritual y la disciplina del instituto a ella confiado; redactó las constituciones de su congregación, aprobadas por el arzobispo de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez, el 24 de julio de 1930.

El 8 de septiembre de 1930, fiesta de la Natividad de María, ella y las hermanas elegidas, formularon sus votos perpetuos; su nombre, Natividad, lo cambió por el de María de Jesús Sacramentado. Durante 33 años, hasta 1954, fecha en que dejó la dirección a ella confiada, fundó dieciséis casas para atender enfermos y ancianos desvalidos. Durante su vida prodigó cuidados verdaderamente maternales a los enfermos y a las religiosas puestas bajo su tutela; su fortaleza la atribuía a la recepción cotidiana de la sagrada Eucaristía.

Los últimos años de su vida, marcados por la enfermedad y la decrepitud, fueron ejemplo de abnegación y entereza. Murió en Guadalajara el 30 de julio de 1959, cuando contaba 91 años de edad, en el Hospital del Sagrado Corazón de Guadalajara, donde se guardan sus restos.

San Juan Diego Cuauhtlatoatzin
Nació en 1474 en Cuauhtitlán, entonces reino de Texcoco, perteneciente a la etnia de los chichimecas. Siendo adulto y padre de familia, atraído por la doctrina de los PP. Franciscanos llegados a México en 1524,
recibió el bautismo junto con su esposa María Lucía. Se llamaba Cuauhtlatoatzin, que en su lengua materna significa “Águila que habla”, o “El que habla con un águila”, y al ser bautizado recibió el nombre de Juan Diego. Tanto María Lucía como él fueron bautizados por el misionero franciscano Fray Toribio de Benavente, llamado por los indios “Motolinia”.

Celebrado el matrimonio cristiano, vivió castamente. Su esposa María Lucía falleció en 1529 y, al morir ésta, Juan Diego se fue a vivir con su tío Juan Bernardino en Tolpetlac, a 14 kilómetros de la iglesia de Tlatelolco, Tenochtitlán.

El 9 de diciembre de 1531, mientras se dirigía a pie a Tlatelolco, en un lugar denominado Tepeyac, tuvo una aparición de María Santísima, que se le presentó como “la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios”. La Virgen le encargó que en su nombre pidiera al Obispo capitalino, el franciscano Juan de Zumárraga, la construcción de una iglesia en el lugar de la aparición. Y como el Obispo no aceptó la idea, la Virgen le pidió que insistiese. Al día siguiente, domingo, Juan Diego volvió a encontrar al Prelado, quien lo examinó en la doctrina cristiana y le pidió pruebas objetivas en confirmación del prodigio.

En espíritu de pobreza y de vida humilde Juan Diego recorrió el camino de la santidad, dedicando mucho de su tiempo a la oración, la contemplación y la penitencia. Dócil a la autoridad eclesiástica, tres veces por semana recibía la Santísima Eucaristía. Las virtudes cristianas que caracterizan su vida son su fe sencilla, su confianza en Dios y en la Virgen, su caridad, su coherencia moral, su desprendimiento y su pobreza evangélica.
El 12 de diciembre, martes, mientras Juan Diego se dirigía de nuevo a la ciudad, la Virgen se le volvió a presentar y le consoló, invitándole a subir hasta la cima de la colina del Tepeyac para recoger flores y traérselas a ella. No obstante la fría estación invernal y la aridez del lugar, Juan Diego encontró unas flores muy hermosas. Una vez recogidas las colocó en su “tilma” y se las llevó a la Virgen, que le mandó presentarlas al señor Obispo como prueba de veracidad. Una vez ante el Obispo Juan Diego abrió su “tilma” y dejó caer las flores, mientras en el tejido apareció, inexplicablemente impresa, la imagen de la Virgen de Guadalupe.

Luego del milagro de Guadalupe, Juan Diego, movido por una tierna y profunda devoción a la Madre de Dios, dejó los suyos, la casa, los bienes y su tierra y, con el permiso del Obispo, pasó a vivir a un pequeño cuarto junto al templo de la “Señora del Cielo”. Pasó el resto de su vida dedicado a la difusión del relato de las apariciones entre la gente de su pueblo. Murió el 30 de mayo de 1548, a la edad de 74 años.

San Rafael Guízar y Valencia
Resultado de imagen para San Rafael Guízar y ValenciaRafael Guízar Valencia nació en Cotija, estado de Michoacán y diócesis de Zamora, México, el 26 de abril de 1878. Sus padres, Prudencio y Natividad, fervientes cristianos, dieron a sus 11 hijos una esmerada educación religiosa.

Huérfano de madre a los nueve años, Rafael hizo sus primeros estudios en la escuela parroquial y en un colegio regentado por los padres jesuitas. Maduró durante esos años su vocación al sacerdocio y decidió seguir la llamada de Dios. En 1891 ingresó en el seminario menor de Cotija y en 1896 pasó al seminario mayor de Zamora. El primero de junio de 1901, a la edad de 23 años, fue ordenado sacerdote.

En los primeros años de ministerio sacerdotal, se dedicó con gran celo a dar misiones en la ciudad de Zamora y por diferentes regiones de México. Nombrado en 1905 misionero apostólico y director espiritual del seminario de Zamora, trabajó incansablemente para formar a los alumnos en el amor de la Eucaristía y la devoción tierna y filial a la Virgen.

En 1911, para contrarrestar la campaña persecutoria contra la Iglesia, fundó en la ciudad de México un periódico religioso, que fue pronto cerrado por los revolucionarios. Perseguido a muerte, vivió durante varios años sin domicilio fijo, pasando toda especie de privaciones y peligros. Para poder ejercer su ministerio, se disfrazaba de vendedor de baratijas, de músico, de médico homeópata. Podía así acercarse a los enfermos, consolarlos, administrarles los sacramentos y asistir a los moribundos.

Acosado por los enemigos, no pudiendo permanecer más tiempo en México por el inminente peligro de ser capturado, pasó a finales del 1915 al sur de los Estado Unidos y al año siguiente a Guatemala donde dio un gran número de misiones. Su fama de misionero llegó a Cuba, donde fue invitado para predicar misiones populares. Su apostolado en esa isla fue fecundo, y ejemplar fue también su caridad con las víctimas de una peste que diezmó en 1919 a los cubanos.

El primero de agosto de 1919, mientras realizaba en Cuba su apostolado misionero, fue preconizado obispo de Veracruz. Consagrado en la catedral de La Habana el 30 de noviembre de 1919, tomó posesión de su diócesis el 9 del año siguiente. Los dos primeros años los dedicó a visitar personalmente el vasto territorio de la diócesis, convirtiendo sus visitas en verdaderas misiones y en obra de asistencia a los damnificados de un terrible terremoto que había provocado destrucción y muerte entre la pobre gente de Veracruz: predicaba en las parroquias, enseñaba la doctrina, legitimaba uniones, pasaba horas en el confesionario, ayudaba a los que habían sido víctimas del terremoto.

Una de sus principales preocupaciones era la formación de los sacerdotes. En 1921 logró rescatar y renovar el viejo seminario de Jalapa, que había sido confiscado en 1914, pero el gobierno le incautó otra vez el edificio apenas renovado. El obispo trasladó entonces la institución a la ciudad de México, donde funcionó clandestinamente durante 15 años. Fue el único seminario que estuvo abierto durante esos años de persecución, llegando a tener 300 seminaristas.
De los dieciocho años que regentó la diócesis, nueve los pasó en el exilio o huyendo porque lo buscaban para matarlo. Dio sin embargo muestras de gran valor llegando a presentarse personalmente a uno de sus perseguidores y a ofrecerse como víctima personal a cambio de la libertad de culto.

En diciembre de 1937, mientras predicaba una misión en Córdoba, sufrió un ataque cardíaco que lo postró para siempre en cama. Desde el lecho del dolor dirigía la diócesis y especialmente su seminario, mientras preparaba su alma al encuentro con el Señor, celebrando todos los días la santa misa. Murió el 6 de junio de 1938 en la ciudad de México. Al día siguiente fueron trasladados sus restos mortales a Jalapa. El cortejo fúnebre fue un verdadero triunfo: Todos querían ver por última vez al «Santo Obispo Guízar».

Fue beatificado por S. S. Juan Pablo II el 29 de enero de 1995 en la Basílica de San Pedro. El pasado 28 de abril de 2006 el Santo Padre Benedicto XVI ordenó que se promulgara el Decreto «super miraculo » para proceder a la canonización. Es el primer obispo de Latinoamérica canonizado.
Sepultado en la catedral de Jalapa, su sepulcro es meta para miles de peregrinos que piden su intercesión.

El domingo 15 de octubre del 2006 en la Ciudad del Vaticano fue canonizado por el papa Benedicto XVI el beato Rafael Guízar y Valencia, quien ha sido el primer obispo mexicano en ser declarado santo.

El Sumo Pontífice encabezó el rito mediante el cual se declaró nuevo santo al quinto obispo del estado de Veracruz, México, quien se convirtió en el santo número 30 de México, el país de hispanohablante con más católicos en Latinoamérica y que cuenta con 25 beatos (Beatos de México).

Rafael Guízar, junto a otros tres beatos, fueron elevados al honor de los altares. Se trata de Filippo Smaldone (1848-1923), presbítero y fundador de la Congregación de las Hermanas Salesianas de los Sagrados Corazones y Rosa Venerini (1656-1728), fundadora de la Congregación de las Maestras Pías Venerinas.

También la francesa Theodore Guérin (1798-1856), virgen y fundadora de la Congregación de las Hermanas de la Providencia de Santa María de los Bosques en Indiana, Estados Unidos, donde pasó gran parte de su vida.

El milagro por el cual fue canonizado Rafaél Guízar y Valencia ocurrió en el año 2002, cuando a la señora Valentina Santiago se le detectó, a través de un ultrasonido, una malformación en su embarazo. Al conocer la noticia, la mujer pidió la intervención del santo mexicano. Tiempo después, el niño Rafael de Jesús Barroso nació sano y sin ninguna complicación.La Comisión Médica, el 18 de mayo de 2005, comprobó la cura milagrosa del labio leporino que padecía el feto desde el seno materno a las 31 semanas de su gestación, y que no apareció en el niño recién nacido. El congreso de los Teólogos Consultores, aprobó el milagro el 15 de noviembre de 2005, por lo que concedió el juicio resolutivo de curación completa y milagrosa, inexplicable científicamente.

Durante la ceremonia litúrgica 10 peregrinos mexicanos recibieron la comunión de manos del Papa Benedicto XVI. En la canonización también estuvieron presentes algunos obispos mexicanos, entre ellos los cardenales Norberto Rivera Carrera y Juan Sandoval Iñiguez. Y en la Ciudad de México, en la Basilica de Guadalupe Amelia Cristina Guízar sobrina nieta, asistió con el Coro Suizo de la Ciudad de México para acompañar la misa. La noche del sábado 14 de octubre de 2006, en el zócalo de Xalapa y frente a la catedral donde yacieron los restos del santo, comenzó una vigilia de oración y verbena popular esperando la transmisión directa de la ceremonia desde Ciudad del Vaticano, que fue dada el domingo 15 de octubre de 2006.

San Felipe de Jesús
Nació en la ciudad de México entre 1572 y 1576. En su niñez era inquieto y travieso por lo que su aya decía, refiriéndose a un árbol de la casa: 'Antes la higuera seca reverdecerá, a que Felipillo llegue a ser santo'.

El joven Felipe entró en el noviciado de los franciscanos dieguinos, pero no resistió aquella vida y se escapó del convento. Regresó a su casa y ejerció el oficio de platero sin mucho éxito. Varios años más tarde, cuando había cumplido 18 años, su padre lo envió a las Islas Filipinas a probar fortuna. Allí se estableció en la ciudad de Manila. Al principio estaba deslumbrado por los placeres, las riquezas y la vida mundana que ofrecía la ciudad, pero pronto sintió de nuevo la llamada del Señor: "Si quieres venir en pos de mí, renuncia a ti mismo, toma tu cruz y sígueme" (Mt 16,24).
Felipe entró con los franciscanos de Manila. Esta vez ya había madurado y su conversión fue de todo corazón. Cambió su nombre al de Felipe de Jesús. Estudiaba y atendía a los enfermos y moribundos. Todo lo hacía con la dedicación de un hombre que vivía para Jesús. Un día sus superiores le anunciaron que ya se podía ordenar sacerdote. La ordenación sería en México, su ciudad natal, junto con su familia y amistades de infancia.

Con ese fin se embarcó con Fray Juan Pobre y otros franciscanos, rumbo a la Nueva España, hoy México; pero una gran tempestad desvió el barco hacia el Japón. En medio de la tormenta Felipe pudo observar una gran señal sobre ese país, una especie de cruz blanca, símbolo de su pronta victoria. El barco en que viajaba se vio golpeado por tres tifones (huracanes), encallando finalmente en las costas del Japón. Felipe interpretó su naufragio como una dicha. El mayor sueño de Felipe era la de convertirse en misionero en ese país. Podría entregarse más a Cristo trabajando duro por la conversión de los japoneses, y así lo hizo.

Llegando a tierra, inmediatamente se dio a la tarea de buscar el convento de los Franciscanos. San Francisco Javier y otros habían comenzado la evangelización del país. Allí estaban Fray Pedro Bautista y algunos hermanos de su provincia Franciscana de Filipinas.
Los frailes se dedicaron a la evangelización con buenos resultados, pero sobrevino la persecución del emperador Taicosama contra los cristianos. Felipe, por su calidad de náufrago, hubiera podido evitar honrosamente la prisión y los tormentos, como lo habían hecho Fray Pobre y otros compañeros de naufragio. Pero Felipe escogió el camino más estrecho y difícil, compartiendo la suerte de sus hermanos cristianos en aquel país. Se quedó allí con Fray Pedro Bautista y demás misioneros franciscanos.
Felipe y los otros fueron llevados en procesión a pie, por un mes y en pleno invierno por pueblos y ciudades de Japón, para ser objeto de burla y escarmiento, un auténtico Vía Crucis. En la ciudad de Kyoto, a cada uno le cortaron la oreja izquierda. Las orejas fueron exhibidas en las calles. Cuando se vieron a lo lejos en una colina las cruces para el tormento que les tenían destinado, los 26 religiosos y laicos cristianos se llenaron de júbilo; pero al contarlas se turbaron, pues les pareció que sólo había 25. Entonces, Felipe corrió presuroso y abrazó fuertemente su cruz y no quería que nadie se la arrebatara.

Finalmente, en el “Monte de los Mártires” a las afueras de Nagasaki (la ciudad que en 1945 sufrió la terrible destrucción de la bomba atómica), fueron todos colgados, pues sí, eran 26 las cruces. Felipe de Jesús fue el primero entre aquellos mártires en ser crucificado. Muere en la cruz, atravesado por ambos costados por dos lanzas; otra más le atravesó el pecho. Sus últimas palabras fueron: "Jesús, Jesús, Jesús". Era el 5 de febrero de 1597 y Felipe contaba con apenas 23 años.

Se cuenta que ese mismo día, la higuera seca de su casa paterna reverdeció de pronto y dio fruto. Felipe había llegado a la santidad más heroica. Fue beatificado, juntamente con sus compañeros mártires el 14 de septiembre de 1627 y canonizado el 8 de junio de 1862.
Es patrono de la Ciudad de México y de su Arzobispado.



San Rodrigo Aguilar Alemán
Resultado de imagen para San Rodrigo Aguilar AlemánNació en Sayula, Jalisco, el 13 de febrero de 1875. Ingresó al seminario auxiliar de Zapotlán el Grande, en 1888, donde cultivó el estudio del idioma castellano, aplicando sus cualidades literarias en el ministerio de la palabra. Ordenado presbítero el 4 de enero de 1903, desempeñó su ministerio con celo y dedicación.

Desde 1925 párroco de Unión de Tula, Jalisco, a partir de la suspensión del culto público fue objeto de persecución: debido al acoso sufrido desde enero de 1927 buscó refugio fuera de los límites de su parroquia, en Ejutla, Jalisco, perteneciente a la diócesis de Colima, donde seguía atendiendo las necesidades espirituales de sus feligreses.

Durante lo más álgido de la persecución religiosa llegó a decir: “Los soldados nos podrán quitar la vida, pero la fe nunca”. El 27 de octubre de 1927 el general Juan B. Izaguirre llegó a Ejutla, capitaneando un nutrido contingente de militares. El padre Aguilar, nombrado examinador sinodal de un grupo de seminaristas, refugiados como él por la persecución, se disponía a cumplir con su oficio; alertados, todos huyeron, menos el padre, enfermo de sus pies. Al ser descubierto, los soldados le pidieron identificarse: “Soy sacerdote”, respondió, a sabiendas que eso significaba afrentas e injurias, como sucedió.

Pocas horas más tarde, a la una de la mañana del día siguiente, el general Izaguirre, cediendo a las peticiones de Donato Aréchiga, ordenó que el sacerdote fuera ahorcado en la plaza central de Ejutla. Suspendida la soga en la rama de un robusto mango, el padre Aguilar bendijo el instrumento de su martirio, perdonó a sus verdugos y a uno de ellos le obsequió su rosario. A cambio de salvar la vida, le propusieron abjurara de sus convicciones con un ¡Viva el Supremo Gobierno!; por esa razón un soldado le espetó: ¿Quién vive? ¡Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!, fue la inmediata respuesta. Tiraron de la soga y mantuvieron a su víctima en el aire algunos momentos. Lo hicieron bajar para cuestionarlo de nuevo: ¿Quién vive? Sin titubear, dijo: ¡Cristo Rey y Santa María de Guadalupe! Repitieron una tercera vez la operación: ¿Quién vive? Arrastrando las palabras el mártir aún pudo decir: ¡Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!, dicho lo cual lo ahorcaron. Sus restos se conservan en la parroquia de Unión de Tula, Jalisco.