Santoral del 11 de Noviembre



SAN MARTÍN DE TOURS, Obispo y ConfesorINDICE

Menas de Egipto, Santo
Julio Alameda Camarero y compañeros, Beatos.
Beato Vicente Eugenio Bossilkov, obispo y mártir
Beata Alicia Kotowska, virgen y mártir
Beata Vincenta María Poloni, virgen y fundadora
Santa Marina de Omura, virgen y mártir
San Bartolomé de Grottaferrata, abad
San Verano de Vence, obispo
San Teodoro Estudita, abad y confesor
San Juan el Limosnero, obispo
San Verano de Vence, obispo
San Martín de Tours, obispo
Videos


SAN MARTÍN DE TOURS, Obispo y Confesor
Velad y orad a fin de no caer en la tentación.
Que si bien el espíritu está pronto, la carne es flaca.
(Mateo 26, 41)

n. hacia el año 316 en Panonia, actual Hungría;
† 8 de noviembre de 397 en Candes (Tours), Francia
Patrono de mendigos; jinetes; caballería; caballos; alcohólicos reformados; soldados; hosteleros; sastres; vitivinicultores; gansos.
Protector contra la carestía y el empobrecimiento; alcoholismo

San Martín, hijo de un oficial pagano en Panonia, deslumbrose en Pavía con los esplendores del culto cristiano. Catecúmeno a los diez años, siguió no obstante la voluntad de su padre y de su príncipe, y sirvió en el ejército romano. Un día, durante un rudo invierno, dio una parte de su manto a un pobre, y Nuestro Señor se le apareció la noche siguiente vestido con ella. Martín recibió entonces el bautismo, fue incluido entre los acólitos por San Hilario de Poitiers, fundó Ligugé, primer monasterio de las Galias, obró numerosos milagros y llegó a ser obispo de Tours a pesar de sus lágrimas. Fue entonces cuando fundó el monasterio de Marmoutier con 80 religiosos. Por todas partes prodigó su caridad, su abnegación, sus oraciones y su enseñanza, y murió lleno de días y de méritos hacia el año 400.

MEDITACIÓN SOBRE LA VIDA DE SAN MARTÍN DE TOURS

I. San Martín de Tours tenía tan grande respeto por Dios, que no quería sentarse en las iglesias. A los que lo instaban a que lo hiciera, respondía que había que temblar en presencia de su Juez. ¿Con qué respeto y con qué modestia te mantienes tú en las iglesias? Jesucristo está allí en el adorable Sacramento del Altar; está en el tabernáculo para escuchar tus plegarias, para escuchar tus pedidos y no para ser espectador de tus inmodestias o de tus impiedades.

II. El medio ordinario de que se servía San Martín de Tours para lograr éxito en sus empresas era dirigirse a Dios, implorar su ayuda mediante la oración, el ayuno y otras austeridades. ¿Quieres tú tener éxito en todos tus proyectos? Recomiéndalos a Dios, haz algunas obras de piedad, ora, ayuna, da limosnas: es el medio para tocar el corazón de Dios y obligarlo a escuchar tus pedidos. Ensaya este secreto y no fíes tanto en tu prudencia.

III. San Martín de Tours, llegado a la hora de la muerte, oraba con tanto ardor como si estuviera gozando de plena salud; estaba acostado en tierra sobre ceniza y cubierto de un cilicio. Es preciso –decía– que un soldado muera con las armas en la mano. Con todo, el demonio se acercó para tentarlo, pero en vano; concluyamos de aquí que es menester combatir toda nuestra vida y hasta en la hora de la muerte. La penitencia y la oración son las armas que nos darán la victoria; sirvámonos de ellas hasta nuestros últimos momentos, porque solamente la perseverancia obtiene la corona. Todas las virtudes luchan por la recompensa; sólo la perseverancia es coronada (Pedro de Blois).

La caridad.
Orad por los pobres.

ORACIÓN
Oh Dios, que veis nuestra impotencia para mantenernos en el bien, haced, en vuestra bondad, que la intercesión del bienaventurado Martín, vuestro confesor y pontífice, nos fortifique contra las tentaciones que nos asedian.
Por J. C. N. S.


San Martín de Tours, obispo
n.: c. 331 - †: c. 397 - país: Francia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Memoria de san Martín, obispo, en el día de su sepultura. Nacido en Panonia, de padres gentiles, siendo soldado en las Galias y aún catecúmeno, cubrió con su manto a Cristo en la persona de un pobre, y luego, recibido el bautismo, dejó las armas e hizo vida monástica en un cenobio fundado por él mismo en Ligugé, bajo la dirección de san Hilario de Poitiers. Después, ordenado sacerdote y elegido obispo de Tours, teniendo ante sus ojos el ejemplo del buen pastor, fundó en distintos pueblos otros monasterios y parroquias, adoctrinó y reconcilió al clero y evangelizó a los campesinos, hasta que fue al encuentro del Señor en Candes.
patronazgo: protector contra el alcoholismo y el empobrecimiento, patrono de los mendigos y alcohólicos recuperados, jinetes, posaderos, la Guardia Suiza Pontificia, soldados, sastres, productores de vino y de muchas ciudades del mundo, entre ellas Buenos Aires.
tradiciones, refranes, devociones: El veranillo de San Martín, dura tres días y ¡fin!
El viento que anda en San Martín, dura hasta el fin
Per San Martín el cierzu por vecín (asturiano) [Cierzo: viento frío del norte]
Ta San Martín, la nieu al pin (aragonés)
refieren a este santo: San Bricio de Tours, San Maurilio de Angers, San Victricio de Rouen

oración:
Oh Dios, que fuiste glorificado con la vida y la muerte de tu obispo san Martín de Tours, renueva en nuestros corazones las maravillas de tu gracia, para que ni la vida ni la muerte puedan apartarnos de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).

El gran san Martín, gloria de las Galias y lumbrera de la Iglesia de Occidente en el siglo IV, nació en Sabaria de Panonia, en la actual Hungría. Sus padres, que eran paganos, fueron más tarde a establecerse a Pavía. Su padre era un oficial del ejército, que había empezado como soldado raso. Es curioso notar que san Martín ha pasado a la historia como «santo militar». Como era hijo de un veterano, a los quince años, tuvo que alistarse en el ejército contra su voluntad. Aunque no era todavía cristiano bautizado, vivió algunos años más como monje que como soldado. Cuando se hallaba acuartelado en Amiens, tuvo lugar el incidente que ha hecho tan famoso al santo en la historia y en el arte. Un día de un invierno muy crudo, se encontró en la puerta de la ciudad con un pobre hombre casi desnudo, que temblaba de frío y pedía limosna a los transeúntes. Viendo Martín que las gentes ignoraban al infeliz mendigo, pensó que Dios le ofrecía la oportunidad de socorrerle; pero, como lo único que llevaba eran sus armas y su uniforme, sacó su espada, partió su manto en dos y regaló una de las mitades al mendigo, guardando la otra para sí. Algunos de los presentes se burlaron al verle vestido en forma tan ridícula, pero otros quedaron avergonzados de no haber socorrido al mendigo. Esa noche, Martín vio en sueños a Jesucristo vestido con el trozo del manto que había regalado al mendigo y oyó que le decía: «Martín, aunque sólo eres catecúmeno, me cubriste con tu manto». Sulpicio Severo, discípulo y biógrafo del santo, afirma que Martín se había hecho catecúmeno a los diez años por iniciativa propia, y que, en cuanto tuvo la visión que acabamos de describir, «voló a recibir el bautismo». Sin embargo, no abandonó inmediatamente el ejército. Pero después de la invasión de los bárbaros, cuando se presentó ante su general Julián César con sus compañeros para recibir su parte del botín, se negó a aceptarla y le dijo: «Hasta ahora te he servido como soldado. Déjame en adelante servir a Jesucristo. Reparte el botín entre los que van a seguir luchando; yo soy soldado de Jesucristo y no me es lícito combatir». El general se enfureció y le acusó de cobardía. Martín replicó que estaba dispuesto a marchar al día siguiente a la batalla en primera fila y sin armas en el nombre de Jesucristo. Julián César le mandó encarcelar, pero pronto se llegó a un armisticio con el enemigo, y Martín fue dado de baja en el ejército. Inmediatamente se dirigió a Poitiers, donde san Hilario era obispo, y el santo doctor le acogió gozosamente entre sus discípulos (Sobre este punto, la narración de Sulpicio Severo ofrece considerables dificultades cronológicas).

Una noche, mientras dormía, recibió Martín la orden de partir a su patria. Cruzó los Alpes, donde logró escapar de unos bandoleros en forma extraordinaria, llegó a Panonia y allí convirtió a su madre y a algunos otros parientes y amigos, pero su padre persistió en la infidelidad. En la Iliria se opuso con tal celo a los arrianos, que fue flagelado públicamente y expulsado de la región. En Italia se enteró de que los arrianos triunfaban también en la Galias y habían desterrado a san Hilario, de suerte que se quedó en Milán. Pero el obispo arriano, Auxencio, le expulsó de la ciudad. Entonces, el santo se retiró, con un sacerdote, a la isla de Gallinaria, en el Golfo de Génova, y ahí permaneció hasta que san Hilario pudo volver a Poitiers, el año 360. Como Martín se sintiese llamado a la soledad, san Hilario le cedió unas tierras en el actual Ligugé. Pronto fueron a reunirse con él otros ermitaños. La comunidad (según la tradición, fue la primera comunidad monástica de las Galias) se convirtió, con el tiempo, en un gran monasterio que existió hasta 1607; en 1852, lo ocuparon los benedictinos de Solesmes. San Martín pasó allí diez años, dirigiendo a sus discípulos y predicando en la región, donde se le atribuyeron muchos milagros. Hacía el año 371, los habitantes de Tours decidieron elegirle obispo. Como él se negase a aceptar el cargo, los habitantes de Tours le llamaron con el pretexto de que fuese a asistir a un enfermo y aprovecharon la ocasión para llevarle por la fuerza a la iglesia. Algunos de los obispos a quienes se había convocado para la elección, arguyeron que la apariencia humilde e insignificante de Martín le hacía inepto para el cargo, pero el pueblo y el clero no hicieron caso de tal objeción.

San Martín siguió viviendo como hasta entonces. Al principio, fijó su residencia en una celda de las cercanías de la iglesia, pero como los visitantes le interrumpiesen constantemente, acabó por retirarse a lo que fue más tarde la famosa abadía de Marmoutier. El sitio, que estaba entonces desierto, tenía por un lado un abrupto acantilado y por el otro, un afluente del Loira. Al poco tiempo, habían ya ido a reunirse con san Martín ochenta monjes y no pocas personas de alta dignidad. La piedad, los milagros y la celosa predicación del santo, hicieron decaer el paganismo en Tours y en toda la región. San Martín destruyó muchos templos, árboles sagrados y otros objetos venerados por los paganos. En cierta ocasión, después de demoler un templo, mandó derribar también un pino que se erguía junto a él. El sumo sacerdote y otros paganos aceptaron derribarlo por sí mismos, con la condición de que el santo, que tanta confianza tenía en el Dios que predicaba, aceptase colocarse junto al árbol en el sitio que ellos determinasen. Martín accedió y los paganos le ataron al tronco. Cuando estaba a punto de caer sobre él, el santo hizo la señal de la cruz y el tronco se desvió. En otra ocasión, cuando demolía un templo en Antun, un hombre le atacó, espada en mano. El santo le presentó el pecho, pero el hombre perdió el equilibrio, cayó de espaldas y quedó tan aterrorizado, que pidió perdón al obispo. Sulpicio Severo narra éstos y otros hechos milagrosos, algunos de los cuales son tan extraordinarios, que el propio Sulpicio Severo dice que, ya en su época, no faltaban «hombres malvados, degenerados y perversos» que se negaban a creerlos. El mismo autor refiere algunas de las revelaciones, visiones y profecías con que Dios favoreció a san Martín. Todos los años, solía el santo visitar las parroquias más lejanas de su diócesis, viajando a pie, a lomo de asno o en barca. Según su biógrafo, extendió su apostolado desde la Turena hasta Chartres, París, Antun, Sens y Vienne, donde curó de una enfermedad de los ojos a san Paulino de Nola. En cierta ocasión en que un tiránico oficial imperial llamado Aviciano llegó a Tours con un grupo de prisioneros y se disponía a torturarlos al día siguiente, san Martín partió apresuradamente de Marmoutier para interceder por ellos. Llegó cerca de la medianoche e inmediatamente fue a ver a Aviciano, a quien no dejó en paz sino hasta que perdonó a los prisioneros.

En tanto que san Martín conquistaba almas para Cristo y extendía pacíficamente su Reino, los priscilianistas, que constituían una secta gnóstico-maniquea fundada por Prisciliano, empezaron a turbar la paz en las Galias y en España. Prisciliano apeló al emperador Máximo la sentencia del sínodo de Burdeos (348), pero Itacio, obispo de Ossanova, atacó furiosamente al hereje y aconsejó al emperador que le condenase a muerte. Ni san Ambrosio de Milán ni san Martín, estuvieron de acuerdo con la actitud de Itacio, quien no sólo pedía la muerte de un hombre, sino que además mezclaba al emperador en los asuntos de la jurisdicción de la Iglesia. San Martín exhortó a Máximo a no condenar a muerte a los culpables, diciéndoles que bastaba con declarar que eran herejes y estaban excomulgados por los obispos. Pero Itacio, en vez de aceptar el parecer de san Martín, le acusó de estar complicado en la herejía. Sulpicio Severo comenta a este propósito que esa era la táctica que Itacio solía emplear contra todos aquéllos que llevaban una vida demasiado ascética para su gusto. Máximo prometió, por respeto a san Martín, que no derramaría la sangre de los acusados; pero, una vez que el santo obispo partió de Tréveris, el emperador acabó por ceder y dejó en manos del prefecto Evodio la decisión final. Evodio, por su parte, viendo que Prisciliano y algunos otros eran realmente culpables de algunos de los cargos que se les hacían, los mandó decapitar. San Martín volvió más tarde a Tréveris a interceder tanto por los priscilianistas españoles, que estaban bajo la amenaza de una sangrienta persecución, como por dos partidarios del difunto emperador Graciano. Eso le puso en una situación muy difícil, en la que le pareció justificado mantener la comunión con el partido de Itacio, pero más tarde tuvo ciertas dudas sobre si se había mostrado demasiado suave al proceder así (san Siricio, papa, censuró tanto al emperador como a Itacio por su actitud en el asunto de los priscilianistas. Fue ésa la primera sentencia capital que se impuso por herejía, y el resultado fue que el priscilianismo se difundió por España).

San Martín tuvo una revelación acerca de su muerte y la predijo a sus discípulos, los cuales le rogaron con lágrimas en los ojos que no los abandonase. Entonces el santo oró así: «Señor, si tu pueblo me necesita todavía, estoy dispuesto a seguir trabajando. Que se haga tu voluntad». Cuando le sobrecogió la última enfermedad, san Martín se hallaba en un rincón remoto de su diócesis. Murió el 8 de noviembre del año 397. El 11 de noviembre es el día en que fue sepultado en Tours. Su sucesor, san Bricio, construyó una capilla sobre su sepulcro; más tarde, fue sustituida por una magnífica basílica. La Revolución Francesa destruyó la siguiente basílica que se construyó allí. La actual iglesia se levanta en el sitio en que se hallaba el santuario saqueado por los hugonotes en 1562. Hasta esa fecha, la peregrinación a la tumba de san Martín era una de las más populares de Europa. En Francia hay muchas iglesias dedicadas a san Martín y lo mismo sucede en otros países. La más antigua iglesia de Inglaterra lleva el nombre de este santo: se trata de una iglesia en las afueras de Canterbury, y Beda dice que fue la primera que se construyó durante la ocupación romana. De ser cierto esto, debió tener otro nombre al principio, y recibió el de san Martín cuando san Agustín y sus monjes tomaron posesión de ella. Un historiador ha contado en Francia 3.667 parroquias dedicadas a él y 487 pueblos que llevan su nombre. Un buen número hay también en Alemania, Italia y España.

La literatura y la iconografía sobre el santo es inmensa. La fuente principal, sin embargo, es Simplicio Severo, quien visitó a san Martín en Tours, y cuyos relatos son mucho más importantes que cualquiera de los documentos posteriores. Cuando murió san Martín, Sulpicio ya había terminado su biografía. Algún tiempo después, revisó su obra e introdujo en ella el texto de tres largas cartas que había escrito en el intervalo; en la última de ellas describía la muerte y los funerales del santo. Entre tanto, había escrito también una crónica general, en cuyo capítulo 50 del libro II trata de la actuación de san Martín en la controversia priscilianista. Finalmente, el año 404 compuso un diálogo con algunos otros materiales, donde compara a san Martín con los ascetas primitivos y cuenta algunas anécdotas. Casi un siglo y medio después de la muerte de san Martín, su sucesor en la sede de Tours, san Gregorio, hizo otra importante contribución a la historia de su venerado predecesor. Desgraciadamente, las cronologías de Sulpicio y de Gregorio son diferentes con frecuencia. En la literatura el personaje de san Martín está muy presente, y en particular seguramente recordarán los de tradición hispana el fragmento del Quijote en el que el héroe explica a Sancho el caso de la capa:
«Descubrió [una talla] el hombre, y pareció ser la de San Martín puesto a caballo, que partía la capa con el pobre; y apenas la hubo visto don Quijote, cuando dijo:
-Este caballero también fue de los aventureros cristianos, y creo que fue más liberal que valiente, como lo puedes echar de ver, Sancho, en que está partiendo la capa con el pobre y le da la mitad; y sin duda debía de ser entonces invierno, que, si no, él se la diera toda, según era de caritativo.
-No debió de ser eso -dijo Sancho-, sino que se debió de atener al refrán que dicen: que para dar y tener, seso es menester.»
(2ª parte, Cap LVIII)

Aunque es patrono de muchos oficios y muchas ciudades, e incluso san Gregorio de Tours lo proclama como «patrono especial del mundo entero», me gustaría contar la anécdota de uno solo de esos patronazgos, el de la ciudad de Buenos Aires: dice una antigua tradición que a poco de fundar la ciudad (por segunda vez) en 1580, se reunieron los miembros del Cabildo para la elección del patrono. La suerte recayó en san Martín de Tours, pero algunos vecinos se opusieron por ser francés -preferían mnás bien uno español- así que repitieron la elección, y volvió a recaer en san Martín de Tours, y aun una tercera vez, y volvió a salir el mismo papel, por lo que dedujeron que se trataba de la voluntad de Dios que el santo francés fuera el patrono de tan hispánica ciudad. Lo cierto es que muchos lugares en la historia de la ciudad aluden a san Martín no por el Gral. Don José de San Martín, libertador patrio, sino por el santo patrono.

E. Babut aprovechó las diferencias cornológicas entre Severo y Gregorio para hacer una crítica destructiva en su obra titulada St. Martin de Tours (1912), que en su época causó sensación. La respuesta detallada del P. Delehaye en Analecta Bollandiana (vol. XXXVIII, 1920, pp. 1-136) es tal vez la última palabra en la materia. Las biografías y estudios sobre diferentes aspectos de la vida de san Martín son muy numerosos. Ver sobre todo las obras de A. Lecoy de la Marche, C. H. van Rhijn, P. Ladoué. Acerca de san Martín en el arte, cf. Künstle, Ikonopraphie, vol. II, pp. 438-444; y el volumen de H. Martin en la colección L'art et les saints. San Martín ha jugado también un papel muy importante en la formación de tradiciones populares; por ejemplo, en muchos dichos populares franceses figura su nombre. Artículo del Butler, con unos pocos agregados finales (la referencia al Quijote y la anécdota sobre Buenos Aires). La "Vida de San Martín de Tours" por Sulpicio Severo está accesible en español gracias a una traducción reciente de Cuadernos Monásticos. Imposible elegir una obra de arte como la más bella o representativa de las dedicadas al santo, escogemos una vidriera con la escena en la que el santo parte su capa con el pobre, en la Iglesia de la Santísima Trinidad de Skipton, Yorkshire, Inglaterra, que recogemos de la increible colección de fotos de vidrieras del Hno Lawrence O.P.; y el siempre emocionante San Martín y el Pobre, de El Greco, año 1597-99, en la Capilla de San José, de Toledo.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
INDICE


San Verano de Vence, obispo
n.: c. 402 - †: c. 475 - país: Francia
otras formas del nombre: Verant
canonización: pre-congregación
hagiografía: Abel Della Costa

En Vence, lugar de Provenza, en la Galia, conmemoración de san Verano, obispo, que siendo hijo de san Euquerio, obispo de Lyon, fue educado en el monasterio de Lérins y escribió al papa san León Magno, agradeciéndole su profesión de fe en la encarnación del Verbo contenida en la carta a Flaviano.
refieren a este santo: San Euquerio de Lyon
Euquerio y Gala eran un matrimonio cristiano galo, de buena posición. Cuando sus dos hijos, Salonio y Verano, comenzaron a crecer, el matrimonio acordó dejar la vida matrimonial para entrar en la vida religiosa. Salonio, que nació hacia el 400, tenía en ese momento diez años, y Verano, que siempre aparece enumerado después, sería poco menor. Los padres se retiraron a la isla de Lerins, y el padre llevó allí mismo, al monasterio de san Honorato, a sus dos hijos, que se educaron a cargo de Hilario de Arlés, Salviano y Vicente de Lérins.

Algunos años más tarde Euquerio, cuya fama de santidad y sabiduría brillaba en toda la Galia, fue elegido obispo de Lyon, unos años después, en el 439, lo fue Salonio de la sede de Ginebra, y hacia el 450 Verano en la sede de Vence (sede episcopal suprimida en la Revolución Francesa, fusionada en la de Niza). Por esa misma época fue su participación en la escritura de la llamada «Epístola dogmática», enviada por Salonio, Cerecio de Grenoble y el propio Verano al papa san León Magno en respuesta y agradecimiento al «Tomus ad Flavianum», que el Pontífice había escrito para explicar la doctrina católica de las dos naturalezas de Cristo. Naturalmente, traándose la epístola de un escrito colectivo, poco podemos saber de la participación de cada uno de los tres autores.

Su padre, Euquerio, dedicó a Verano uno de sus libros, el «Formularium spiritualis Intelligentiae ad Veranium» (Reglas de la inteligencia espiritual para Verano). El santo gobernó la sede de Vence por unos veinticinco años. Lamentablemente, carecemos de otras informaciones sobre san Verano, que pasó a la historia en la sombra de sus notables padre y hermano.

Esta escasa información proviene de las biografías de san Euquerio y san Salonio, pueden verse en Di Berardino, Patrología, BAC, tomo III, pág. 605 y 642-3 respectivamente; tambien Catholic Encyclopedia tiene biografía de san Euquerio, donde, naturalmente, se menciona a los dos hermanos. La «Epístola dogmática» se encuentra en Migne PL 54,887-889.

Abel Della Costa
INDICE



San Juan el Limosnero, obispo
fecha en el calendario anterior: 23 de enero
n.: c. 550 - †: 620 - país: Chipre
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Amatunte, de la isla de Chipre, tránsito de san Juan el Limosnero, obispo de Alejandría, famoso por su compasión hacia los pobres, y tan rebosante de caridad para con todos que hizo construir muchas iglesias, hospitales y orfanatos, para aliviar todas las necesidades de la ciudad, aportando para ello los bienes de la Iglesia y exhortando continuamente a los ricos al ejercicio de la beneficencia.

San Juan había nacido de una rica familia. Habiendo enviudado y enterrado a todos sus hijos en Amato de Chipre, empleó sus rentas en socorrer a los pobres y se ganó el respeto de todos por su santidad. Su fama hizo que le eligiesen patriarca de Alejandría hacia el año 608, cuando tenía ya más de cincuenta años. Cuando San Juan fue electo patriarca, hacía ya varias generaciones que todo Egipto se hallaba envuelto en acres disputas eclesiásticas, y la ola del monofisismo iba creciendo. Como escribe el historiador Baynes, «El lector de la vida de san Juan tiene que tener presente este cuadro. San Juan tuvo el tino de escoger, como patriarca, el camino de una bondad y una caridad sin límites para hacer amable la ortodoxia en Egipto». Al llegar a Alejandría, san Juan ordenó que le hiciesen una lista exacta de sus «amos». Cuando le preguntaron quiénes eran éstos el santo respondió que eran los pobres, porque son los que gozaban en el cielo de un poder ilimitado para ayudar a quienes les habían socorrido en la tierra. El número de los pobres de Alejandría era de 7500. El santo los tomó a todos bajo su protección. Los decretos del patriarca eran severos, pero estaban redactados en los términos más humildes. Entre otras cosas, impuso el uso de pesos y medidas justos para proteger a los pobres de una de las más crueles formas de opresión. El santo prohibió rigurosamente a todos los miembros de su casa que aceptaran regalos, pues sabía muy bien que esto era capaz de corromper aun al mayor de los justos. El patriarca se sentaba todos los miércoles y viernes delante de su casa, para que todos pudiesen presentarle sus quejas y darle a conocer sus necesidades.

Una de sus primeras acciones en Alejandría fue la de distribuir entre los hospitales y monasterios las ochenta mil monedas de oro que había en su tesorería. Igualmente consagró a los pobres las ricas rentas de su sede, que era entonces la más importante del Oriente, tanto por la dignidad como por las riquezas. Además, por las manos del santo pasaba una continua corriente de limosnas que provenían de otros, a quienes su ejemplo había arrastrado. Cuando los ayudantes del patriarca se quejaron de que estaba empobreciendo a la Iglesia, él les contestó que Dios se encargaría de proveer a sus necesidades. Para convencerles de ello, les contó una visión que había tenido en su juventud: una hermosa mujer, coronada por una guirnalda de oliva, se le había aparecido. Representaba la caridad y compasión por los pobres, y le había dicho: «Yo soy la mayor de las hijas del rey. Si eres mi amigo, yo te conduciré a Él. Nadie como yo goza ante Él de mayor influencia, porque yo le moví a bajar del cielo y a hacerse hombre para salvar a la humanidad».

Cuando los persas asolaron la Siria y saquearon Jerusalén, san Juan recibió a todos los que huían a Egipto. Asimismo, envió a los pobres de Jerusalén, además de una gran suma de dinero, semillas, pescado, vino, acero y un contingente de trabajadores egipcios para que les ayudasen a reconstruir las iglesias. En la carta que escribió al obispo Modesto con tal ocasión, añadía que hubiese deseado ir a Jerusalén en persona para ayudar con sus propias manos en ese trabajo. Ni la pobreza, ni las pérdidas, ni las dificultades que tuvo que sufrir hicieron vacilar nunca su confianza en la Divina Providencia, y la ayuda de Dios no le faltó jamás. El santo cortó bruscamente la palabra a un hombre a quien había sacado de deudas y que le expresaba su gratitud en términos encomiásticos, diciéndole: «Hermano, todavía no he vertido por ti mi sangre, como me manda hacerlo mi Dios y Maestro, Jesucristo». Cierto mercader que había perdido dos veces su fortuna en sendos naufragios, fue socorrido otras tantas veces por el santo patriarca, quien la tercera vez le regaló una nave cargada de grano. La tormenta arrastró la nave hasta las costas de Inglaterra, donde el hambre hacía estragos, de suerte que el mercader pudo vender el grano a muy buen precio y volvió con una buena cantidad de dinero y un cargamento de estaño. El estaño, según se vio después, tenía una amalgama de plata, y todo ello fue atribuido a las virtudes del santo.

Sin embargo, el Patriarca, en lo personal, vivía en la mayor austeridad y pobreza. Un distinguido personaje, al enterarse de que el santo sólo tenía en su lecho una cobertura muy desgarrada, le envió una valiosa piel, rogándole que la usara en consideración de quien se la mandaba. San Juan la aceptó y la usó una sola noche, pero apenas pudo pegar los ojos, reprochándose el lujo que se permitía mientras tantos de sus «amos» yacían en la miseria. A la mañana siguiente, vendió la piel y repartió el dinero entre los pobres. El amigo que se la había regalado recuperó la piel dos o tres veces y la devolvió al santo, quien le decía sonriendo: «Vamos a ver quién se cansa primero».

Por lo demás, san Juan el limosnero no se complicaba la vida con teorías muy perfectas sobre la ayuda a los pobres. Nicetas, gobernador de Alejandría, había planeado un nuevo impuesto que iba a pesar particularmente sobre los pobres. El patriarca defendió humildemente a sus «amos», pero el gobernador, enfurecido, partió, dejándole con la palabra en la boca. Hacia el atardecer, san Juan le envió un mensaje con las palabras del apóstol: «El sol está cayendo. No dejes que el sol se ponga sobre tu ira». El mensaje produjo el efecto deseado. El gobernador fue en busca del patriarca, le pidió perdón, y le prometió como penitencia no prestar jamás oídos en adelante a las hablillas. San Juan le confirmó en su resolución, y le explicó que él no creía jamás a quien hablaba mal de otro, sin haber antes oído al acusado, y que castigaba severamente a los calumniadores para que los otros se guardasen de caer en tal vicio. Habiendo exhortado en vano a cierto noble a perdonar a uno de sus enemigos, el patriarca le invitó a que asistiese a la misa en su oratorio particular, y ahí le rogó que recitase el Padre Nuestro. Antes de las palabras «perdónanos nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden", el santo se calló, de suerte que el otro las dijo solo. Entonces el patriarca le suplicó que reflexionase sobre lo que acababa de decir a Dios en medio de la misa, ya que sólo obtendría el perdón de Dios en la medida en que perdonase a sus enemigos. El noble cayó a los pies de san Juan, muy conmovido, y se reconcilió con su adversario. El santo predicaba frecuentemente el deber de no hacer juicios temerarios, diciendo: «Las circunstancias nos engañan fácilmente. Ya hay magistrados para juzgar a los criminales. Nosotros, los particulares, no tenemos por qué meternos con los delitos ajenos, sino para excusarlos». Habiendo caído en la cuenta de que muchos pasaban el tiempo de los divinos oficios riendo a las puertas de la iglesia, san Juan fue a sentarse en medio de ellos y les dijo: «Hijos míos, el pastor tiene que estar con sus ovejas». Los culpables se sintieron tan avergonzados de esta bondadosa reprensión, que jamás volvieron a cometer esa falta. En cierta ocasión en que el patriarca se dirigía a la iglesia, una mujer le pidió justicia contra su yerno. Las gentes de la comitiva del santo le impusieron silencio, diciéndole que esperase a que el patriarca volviera de la iglesia. Pero el patriarca intervino con estas palabras: «¿Cómo podría esperar yo que Dios oyese mis oraciones, si yo no oigo las quejas de esta mujer?» Y no se movió de ese sitio, sino después de haber hecho justicia.

Nicetas persuadió al santo para que le acompañase a Constantinopla a visitar al emperador Heraclio, el año 619, cuando los persas se preparaban a atacar. Durante el viaje, en Rodas, el patriarca recibió un aviso del cielo de que su muerte estaba próxima, y dijo a Nicetas: «Tú me habías invitado a visitar al emperador de la tierra; pero el Rey del cielo me llama a Sí». De manera que san Juan se dirigió a Chipre, donde había nacido, y murió apaciblemente poco después, en Amato (Limassol), el año 619 ó 620. Su cuerpo fue después trasladado a Constantinopla, donde estuvo largo tiempo. El sultán turco regaló las reliquias del santo patriarca a Matías de Hungría, quien construyó en su oratorio de Budapest un relicario especial para guardarlas. En 1530, las reliquias fueron trasladadas a Tall, cerca de Bratislava, y en 1632, a Bratislava, donde se hallan en la actualidad..

Juan Moschus y Sofronio, dos contemporáneos del santo, escribieron una biografía que se perdió. En cambio, nos ha quedado la biografía escrita por otro contemporáneo, el obispo Leoncio de Nápoles, de Chipre. Un antiguo editor redujo estas dos fuentes a una sola en un texto publicado por el P. Delehaye en 1927 (Analecta Bollandiana, vol. XLV, pp. 5-74). Esa es la versión que empleó Simeón Metafrasto para su biografía, en el siglo X. N. H. Baynes y Elizabeth Dawes, en Three Byzantine Saints (1948), ofrecen una traducción de la parte de ese texto escrita por Moschus y Sofronio, y del texto original de Leoncio. H. Gelzer (1893) publicó el texto griego de Leoncio; en Acta Sanctorum, 23 de enero, se halla una traducción latina hecha por Anastasio el Bibliotecario; el P. P. Bedjan publicó una versión siria, en Acta Martyrum et Sanctorum, vol. IV.
El cuadro que ilustra el artículo es "Juan el Limosnero" de Tiziano (1550), en la Iglesia de san Juan Limosnero, en Venecia.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
INDICE



San Teodoro Estudita, abad y confesor
n.: 759 - †: 826 - país: Turquía
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

En Constantinopla, san Teodoro Estudita, abad, que hizo de su monasterio una escuela de sabios, santos y mártires, que murieron víctimas de las persecuciones promovidas por los iconoclastas. Fue tres veces expulsado al destierro, tuvo entrañable veneración por las tradiciones de los padres de la Iglesia y escribió tratados famosos sobre la fe católica, en los que exponía la doctrina cristiana.
refieren a este santo: San José de Tesalónica, San Juan Damasceno, San Juan de Afusia, San Juanicio, San Metodio de Constantinopla, San Miguel de Sinnada, San Nicetas, San Nicolás Estudita, San Platón

El abad del monasterio de Simbóleon en el Monte Olimpo, en Bitinia, San Platón, tenía un cuñado cuyos tres hijos fueron a establecerse en sus posesiones de Sakkoudion, cerca del Monte Olimpo, para llevar allí vida eremítica. El más fervoroso de los tres hermanos era el mayor de ellos, Teodoro, quien iba cumplir veintidós años. Los jóvenes persuadieron a san Platón para que renunciase al gobierno de su abadía y se encargase de gobernar a los ermitaños de Sakkoudion. Más tarde, san Teodoro fue enviado a Constantinopla para recibir la ordenación sacerdotal. El joven hizo tales progresos en la virtud y el saber, que su tío Platón le confió la dirección de la comunidad con el consentimiento unánime.

El joven emperador Constantino IV se divorció de su esposa y se casó con Teódota, que era pariente de san Platón y san Teodoro. Ambos protestaron contra ese abuso. Constantino, que deseaba ganarse a Teodoro, le hizo promesas y trató especialmente bien a sus parientes. Como no obtuvo ningún resultado, Constantino fue entonces a los baños de Brusa, cerca Sakkoudion, con la esperanza de que san Teodoro fuese a hacerle una visita de cumplimiento; pero ni el abad, ni ninguno de sus monjes se presentaron a recibirle. El emperador regresó furioso a su palacio e inmediatamente envió un pelotón de soldados con órdenes de desterrar a Teodoro y a los demás seguidores. Todos fueron enviados a Tesalónica, donde se publicó un edicto que prohibía a los habitantes darles asilo y ayudarlos, de suerte que ni los monjes de la región se atrevieron a tenderles la mano. San Platón, ya muy anciano, fue encerrado en una celda en Constantinopla. San Teodoro le escribió desde Tesalónica un relato del viaje, en el que le contaba las vicisitudes por las que habían atravesado él y sus compañeros y expresaba su admiración por su antiguo maestro. El exilio sólo duró algunos meses. La forma en que terminó, es un ejemplo característico de la ambición brutal que reinaba allí en aquélla época. En efecto, el año 797, Irene, la madre del emperador, destronó a su hijo y mandó sacarle los ojos. Irene, que reinó seis años, llamó del destierro a Teodoro y sus compañeros. El santo regresó a Sakkoudion y reorganizó el monasterio, pero el año 799, como el monasterio era una presa fácil para los árabes, los monjes se refugiaron dentro de las murallas de la ciudad. Entonces, se confió a san Teodoro la dirección del célebre monasterio de Studios, que el cónsul Studius había construido el año 463, en un viaje que hizo de Roma a Constantinopla. Constantino Coprónimo había expulsado a los monjes, de suerte que cuando llegó san Teodoro apenas había una docena. Bajo su gobierno, el monasterio llegó a tener un millar de habitantes, entre monjes y criados. En materia de legislación monástica, Teodoro fue quien más contribuyó a desarrollar la tradición procedente de san Basilio. San Atanasio el Lauriota aplicó la legislación de san Teodoro en el Monte Athos, y de allí se extendió a Rusia, Bulgaria y Servia, donde todavía es la base de la vida monástica. San Teodoro fomentó los estudios y las artes; la escuela de caligrafía que fundó fue famosa durante largo tiempo. Los escritos del santo constituyen una serie de sermones, instrucciones, himnos litúrgicos y tratados de ascética monástica, en los que se muestra muy moderado, si se le compara con otros orientales. El santo dijo en cierta ocasión a un ermitaño: «No practiquéis la austeridad para satisfacer vuestro amor propio. Comed pan, bebed alguna vez, usad zapatos en invierno y comed carne cuanto os haga falta». Teodoro gobernó apaciblemente el monasterio durante ocho años, en medio del remolino de la política imperial, hasta que volvió a surgir la cuestión del adulterio de Constantino:

El emperador Nicéforo I eligió al futuro san Nicéforo, que era entonces laico, para ocupar la sede patriarcal de Constantinopla. Como san Nicéforo no había recibido las órdenes, san Teodoro, san Platón y otros monjes se opusieron al nombramiento. El emperador los tuvo presos durante veinticuatro días, al cabo de los cuales, a instancias de Nicéforo y de un reducido grupo de obispos, restituyó la jurisdicción al sacerdote José, que había sido degradado por haber bendecido el matrimonio de Constantino IV con Teódota. San Teodoro y otros se negaron a mantener la comunión con José y a aceptar la decisión de que el matrimonio había sido válido. Así pues, san Teodoro, san Platón y José (que era hermano de san Teodoro y arzobispo de Tesalónica), fueron aprisionados en la Isla de la Princesa. Teodoro explicó el asunto por carta al Papa, y san León III le contestó alabando su prudencia y su constancia. Los enemigos de Teodoro habían hecho correr en Roma el rumor de que este había caído en la herejía y estaba despechado por no haber sido nombrado patriarca, de suerte que san León III prefirió abstenerse de un juicio definitivo. Los monjes estuditas fueron dispersados en diferentes monasterios y muy maltratados. El destierro de san Teodoro y sus compañeros duró dos años, hasta la muerte del emperador Nicéforo, ocurrida el año 811.

Teodoro y el patriarca Nicéforo se reconciliaron, ya que su actitud en el doloroso problema de la veneración de las imágenes era idéntica. San Teodoro negó abiertamente que el emperador tuviera derecho a inmiscuirse en los asuntos eclesiásticos y el Domingo de Ramos, cuando san Nicéforo había sido ya expulsado, ordenó a sus monjes que saliesen a la calle en solemne procesión con las sagradas imágenes, cantando un himno que comienza así: «Reverenciamos tu sagrada imagen, bendito santo». Desde ese momento, san Teodoro se convirtió en el jefe del movimiento ortodoxo. Como continuase en la defensa del culto a las imágenes, el emperador le desterró a Misia, desde donde continuó exhortando a los fieles por cartas de las que se conservan algunas. Cuando se descubrió su correspondencia, el emperador le desterró a Bonita, en la Anatolia, y mandó decir al carcelero, Nicetas, que flagelase a su víctima. Aquél vio conmovido la alegría con que san Teodoro se despojaba de su túnica y ofrecía al látigo su cuerpo consumido por los ayunos y, lleno de compasión, hizo salir de la mazmorra a todos los presentes, colocó una zalea de borrego sobre el lecho del santo y descargó sobre ella los golpes para que los oyesen los que se hallaban afuera. Finalmente, Nicetas se rasguñó los brazos para manchar con su sangre el látigo y salió a mostrarlo a los otros. San Teodoro pudo escribir más cartas a los fieles, a los patriarcas y una al Papa Pascual, a quien decía: «Escucha, obispo apostólico, pastor que Dios ha puesto para guiar el rebaño de Jesucristo: tú has recibido las llaves del Reino de los Cielos, tú eres la piedra sobre la que ha sido edificada la Iglesia, tú eres Pedro, puesto que ocupas su sede. Ven en ayuda nuestra». El Pontifice escribió a Constantinopla algunas cartas, que resultaron infructuosas. Entonces, san Teodoro le escribió para agradecerle con estas palabras: «Tú has sido desde el principio la fuente pura de la ortodoxia, tú eres el puerto seguro de la Iglesia universal, su amparo contra las acometidas de los herejes y la ciudad de refugio que Dios nos ha dado».

San Teodoro y su fiel discípulo Nicolás, estuvieron presos en Bonita durante tres años. Sus sufrimientos eran indecibles: en el invierno, el frío era muy intenso; en el verano, se ahogaban de calor y padecían hambre y sed, pues los guardias sólo les echaban por una claraboya un trozo de pan cada tercer día. San Teodoro afirma que muchas veces creyó morir de hambre y añade: «Pero Dios es todavía demasiado misericordioso con nosotros». Probablemente hubiesen muerto de hambre, si un oficial de la corte que visitó la cárcel por casualidad, no hubiese ordenado que se les diese bien de comer. El emperador interceptó una carta en la que el santo exhortaba a los fieles a desafiar a la infame secta de los iconoclastas, ordenó al prefecto del Oriente que castigase al autor. El prefecto no se dejó ganar por la compasión -como el carcelero Nicetas- y mandó azotar al monje Nicolás, a quien Teodoro había dictado la carta, y a éste le condenó a sufrir cien azotes. Después de la tortura, los verdugos dejaron al santo tirado en el suelo durante largo tiempo, expuesto a los rigores del frío de febrero. San Teodoro no pudo comer ni dormir durante muchos días y, si escapó con vida, fue gracias a Nicolás que olvidó sus propios sufrimientos, le alimentó gota a gota con una cucharita y le vendó sus heridas, no sin antes cortarle los trozos de carne infectada en las llagas. San Teodoro sufrió lo indecible durante tres meses. Antes de que estuviese totalmente restablecido, se presentó un oficial imperial con el encargado de conducirle a Esmirna, junto con Nicolás. Durante el día caminaban a marchas forzadas y, por la noche, se los encadenaba.

El arzobispo de Esmirna, que era un iconoclasta furibundo, mandó vigilar estrechamente al santo y llegó a decirle que iba a pedir que el emperador le mandase decapitar o, por lo menos, cortarle la lengua. Pero la persecución terminó el año 820 con el asesinato de quien la había provocado. El sucesor de León, Miguel el Tartamudo, fingió al principio suma moderación y levantó las sentencias de destierro. San Teodoro el Estudita regresó al cabo de siete años de prisión y escribió una carta de agradecimiento al emperador, exhortándole a permanecer unido a Roma -la primera de las Iglesias- y a permitir el culto de las imágenes. Pero Miguel se negó a permitir el culto de las imágenes y a devolver sus cargos al patriarca, al abad de Studios y a todos los prelados ortodoxos que no estuviesen de acuerdo con esa medida. San Teodoro, después de hacer vanos intentos por convencer al emperador, partió de Constantinopla (en realidad era una forma de destierro) e hizo un recorrido por los monasterios de Bitinia para alentar y reconfortar a sus partidarios, «El invierno ha pasado ya -les decía-, pero aún no ha llegado la primavera. El cielo se despeja, hay buenas esperanzas. El fuego está ya apagado, pero las cenizas humean todavía». La influencia de san Teodoro llegó a ser tan grande, que los monjes en general y los estuditas en particular se convirtieron en el baluarte de la ortodoxia. Algunos de los discípulos del santo fueron a reunirse con él en el monasterio de la península de Akrita. A principios de noviembre de 826 san Teodoro enfermó allí. Al cuarto día de su enfermedad, pudo ir hasta la iglesia a celebrar el santo sacrificio, pero el mal fue en aumento, y el santo dictó a su secretario sus últimas instrucciones. Dios le llamó a Sí el siguiente domingo 11 de noviembre. Sus restos fueron transportados al monasterio de Studios dieciocho años más tarde.

En el Oriente hay gran veneración por san Teodoro el Estudita. El santo merece elogio como legislador monástico, como defensor de la suprema autoridad de Roma y como valiente propugnador del culto de las imágenes, por el que sufrió. San Teodoro hizo la guerra a los iconoclastas por motivos teológicos, no porque considerara las imágenes como un adorno esencial de las iglesias, ya que desaprobaba absolutamente la representación pictórica de los vicios, de las virtudes y otros «excesos injustificados de la fantasía religiosa». Por otra parte, no creía que la devoción a las imágenes fuese absolutamente necesaria (él mismo parece haberla practicado muy poco), sino sólo una ayuda para los «hermanos más débiles». En sus instrucciones sobre la oración habla de la unión de la mente y el corazón con Dios sin la ayuda exterior de las imágenes. Pero comprendía claramente que negar la validez del culto a las imágenes, equivalía a negar la validez de ciertos principios teológicos esenciales. Se conservan muchos escritos de san Teodoro, entre los que hay cartas, tratados sobre la vida monástica y el culto de las imágenes, sermones y cierto número de himnos. Dichos escritos reflejan su integridad y desapego del mundo, que rayan en ese puritanismo que caracterizó a muchos de sus discípulos y que en algunos de sus sucesores llegó a extremos que turbaron la paz de la Iglesia.

En Migne PG., vol. XCIX, hay dos biografías de san Teodoro y otros documentos relerentes a él, así como sus escritos. Su vida estuvo tan íntimamente relacionada con las controversias de la época que, para comprenderla, hay que referirse a las obras de historia general de Iglesia. Véase Pargoire, L'Eglise Byzantine de 527 a 874 (1923); Hefele-Leclercq, Histoire des Concites, particularmente lib. 18, vol. III, pte. 2; Mons. Mann, Lives of the Popes vol. II, pp. 795-858; y Bréhier, La Querelle des lmages (1904). Entre las obras más directamente relacionadas con San Teodoro, mencionaremos a J. Hausherr, St Théodore.,. d'apres ses catécheses (1926), en la colección Orientalia Christiana, n. 22; Alice Gardner Teodore of Studium (1905); H. Martin, St Théodore (1906); Dobschütz, Methodius una Studiten, en Byzantinische Zeitschrilt, vol. XVIII (1909), pp. 41-105..

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
INDICE


San Bartolomé de Grottaferrata, abad
n.: c. 980 - †: 1065 - país: Italia
>otras formas del nombre: Bartolomé el joven, Bartolomé de Rossano
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En el monasterio de Grottaferrata, en las cercanías de Frascati, próximo a Roma, san Bartolomé, abad, que, nacido en Calabria, fue al encuentro de san Nilo, cuya vida y costumbres dejó por escrito, y al lado del cual estuvo hasta su muerte en el cenobio tusculano que había fundado bajo la disciplina ascética de los orientales, obra que él continuó convirtiéndola en una escuela de ciencias y de arte.
refieren a este santo: San Nilo el Joven

El fundador de la abadía griega de Grottaferrata de Toscana, San Nilo, murió el año 1004. Después de él, se sucedieron rápidamente en el cargo, Pablo, Cirilo y Bartolomé. Los tres habían sido discípulos de san Nilo. Se considera a san Bartolomé como segundo fundador del monasterio, porque san Nilo y sus primeros dos sucesores sólo alcanzaron a limpiar el terreno y a empezar a construir, en tanto que Bartolomé terminó el monasterio y lo dejó firmemente organizado. Los sarracenos habían invadido Sicilia y el sur de Italia y habían arrojado de allí a los monjes. San Bartolomé hizo de su monasterio un centro de cultura y de copia de manuscritos. Él mismo era muy hábil en el arte de la caligrafía, y compuso cierto número de himnos litúrgicos.

Un canon del oficio litúrgico de san Bartolomé, dice así: «Cuando viste al Romano Pontífice destronado, supiste, padre, persuadirle a que renunciase a la tiara y acabase felizmente sus días en un monasterio». Estas palabras constituyen una alusión a la tradición de Grottaferrata, tal vez verdadera, acerca de los últimos años de Benedicto IX, cuyo abuelo, el conde Gregorio de Tusculum, había regalado las tierras en que se construyó el monasterio. Benedicto IX, en su turbulento y escandaloso pontificado de doce años, renunció a la tiara a cambio de cierta suma de dinero y trató después de apoderarse nuevamente de ella; pero en 1048, fue expulsado de Roma y se dirigió a Grottaferrata lleno de remordimientos. San Bartolomé se mostró muy categórico: puesto que con su conducta se había hecho indigno del pontificado y aun del sacerdocio, debía renunciar definitivamente a la tiara y pasar el resto de su vida haciendo penitencia (hay que notar que Benedicto no tenía entonces más que treinta y seis años). Bajo la influencia del abad, los remordimientos de Benedicto se transformaron, poco a poco, en arrepentimiento sincero, de suerte que se quedó en Grottaferrata y murió allí. Este relato del papel que desempeñó san Bartolomé en la vida de Benedicto IX, se encuentra en la biografía del santo, escrita probablemente por su tercer sucesor, el abad Lucas I. En la abadía hay otros documentos que apoyan el relato, pero, al parecer, Benedicto retenía el título de Papa en 1055, año de su muerte.

El gobierno vigoroso de san Bartolomé elevó su monasterio a una altura que le permitió desempeñar un papel de importancia en la historia de los Estados Pontificios en la Edad Media; pero ello fue la causa de la decadencia religiosa del monasterio, que continuó hasta su restauración en el siglo XIX.

En Migne, PG., vol. CXXVII cc. 476-516, hay dos textos griegos sobre San Bartolomé. En la la biblioteca de Grottaferrata se conservan todavía algunos de los manuscritos copiados por el santo; en la iglesia abacial hay un antiguo mosaico en el que están representados san Nilo y san Bartolomé. Mons. Mann, Lives of the Popes, vol. v, p. 292, estudia el punto de la renuncia de Benedicto IX. F. Halkin, en Analecta Bollandiana, vol. LXI (1943), pp. 202-210; dicho autor hace notar que uno de los dos textos griegos arriba citados, el Encomium, se refiere a otro san Bartolomé.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
INDICE




Santa Marina de Omura, virgen y mártir
†: 1634 - país: Japón
canonización: B: Juan Pablo II 18 feb 1981 - C: Juan Pablo II 18 oct 1987
En Nagasaki, del Japón, santa Marina de Omura, virgen y mártir, que encarcelada y llevada a la fuerza a una casa pública para escarnio de su castidad, fue finalmente quemada viva.
Pertenece al grupo de San Lorenzo Ruiz, de Manila, y 15 compañeros, mártires (la memoria colectiva es el 28 de septiembre), canonizados por SS. Juan Pablo II en Roma el 18 de octubre de 1987.

Marina era originaria de Omura, cerca de Nagasaki, en Japón. De muy joven se convirtió en terciaria dominica emitiendo los votos religiosos en privado. Su querida patria fue repetidamente atravesada por feroces persecuciones contra los cristianos e incluso ella fue acusada repetidamente de colaborar con los misioneros dominicos occidentales, a los cuales hospedaba.

En 1634 fue arrestada y esposada, y luego públicamente ultrajada y violada en su pudor, y, finalmente, quemada viva a fuego lento en la colina sagrada de Nagasaki el 11 de noviembre de ese año.
INDICE



Beata Vincenta María Poloni, virgen y fundadora
n.: 1802 - †: 1855 - país: Italia
canonización: B: Benedicto XVI 21 sep 2008
hagiografía: Vaticano
En Verona, de la región del Véneto, beata Vincenta María (Luisa) Poloni, virgen, fundadora, junto con el beato Carlos Steeb, del Instituto de Hermanas de la Misericordia, para ayuda de los afligidos, pobres y enfermos.
refieren a este santo: Beato Carlos Steeb

Nació en Verona el 26 de enero de 1802 y falleció el 11 de noviembre de 1855. La casa donde nació Luigia Poloni se encuentra en el número 8 de la Piazza delle Erbe, donde los padres atienden un negocio de comestibles y herboristería. Su familia, sustentada por profundos principios cristianos y tocada por muchos acontecimientos dolorosos, es para Luigia el lugar más rico de estímulos y de formación. Su inteligencia práctica y concreta, su actitud reservada y amable, cualidades que la caracterizan, facilitan su disposición al servicio serio y gratuito. Desde muy joven, se entrega a los hermanos en grave necesidad y a los numerosos sobrinos, que la ven como a una madre. Tras la muerte del padre, graves problemas económicos desequilibran a la familia. Luigia entonces desarrolla y practica cualidades de «manager», en la conducción y en lo administrativo de la familia, sin descuidar la asistencia como voluntaria, en la Institución del Asilo de ancianos de la ciudad.

El sacerdote Carlos Steeb, su director espiritual, que la aprecia mucho y confía en sus cualidades, le dice: «Hija mía, el Señor la quiere Fundadora de un Instituto de Hermanas de la Misericordia, ninguna dificultad la atemorice o la detenga, para Dios nada es imposible». Luigia, segura de que su camino, ya marcado por una caridad insomne, va hacia un designio que solo Dios conoce, con sencillez y confianza filial en el Padre misericordioso, contesta: «Yo soy la más incapaz de todos pero el Señor se sirve, a veces, de los instrumentos más débiles para llevar a cabo sus designios: que se cumpla su voluntad». El 2 de noviembre de 1840, Luigia Poloni, avalada y acompañada por el padre Carlos Steeb, inicia el Instituto de Hermanas de la Misericordia. Su servicio humilde y precioso a las personas ancianas y a los huérfanos abandonados, encuentra su más alta expresión en el servicio de Madre y Maestra de numerosas jóvenes que, imitando su ejemplo, aprenden a donar en la humildad, sencillez y caridad su vida a Dios como hermanas de la Misericordia. Luigia Poloni, que al emitir los votos religiosos toma el nombre de hermana Vicenta María, muere el 11 de noviembre de 1855, dejando como último testamento de su afecto hacia sus hermanas una sola cosa: La caridad. Fue beatificada por SS Benedicto XVI el 21 de septiembre de 2008, en Verona (Italia).

El Instituto Hermanas de la Misericordia de Verona, fundado el 2 de noviembre de 1840 en Verona, Italia, por el beato Carlos Steeb y la beata Madre Vicenta María Poloni, tiene como carisma honrar a Nuestro Señor Jesucristo, sirviéndolo corporal y espiritualmente en las personas de los pobres, niños, jóvenes, ancianos, enfermos, encarcelados y abandonados, mediante sus actividades y obras en escuelas, parroquias, hospitales, asilos para ancianos, salas de primeros auxilios en barrios necesitados y cárceles.

Tomamos del blog Virgen Peregrina de Schoenstatt, la traducción al castellano de la noticia hagiográfica que se encuentra en Vatican.va

fuente: Vaticano
INDICE


Beata Alicia Kotowska, virgen y mártir
f n.: 1899 - †: 1939 - país: Polonia
otras formas del nombre: Maria Jadwiga Kotowska
canonización: B: Juan Pablo II 13 jun 1999
hagiografía: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003
En Laski Piasnica, cerca de Wejherowo, en Polonia, beata Alicia Kotowska, virgen de la Congregación de Hermanas de la Resurrección y mártir, que fue fusilada por mantener fielmente sus creencias en Cristo.

Su nombre era María Jadwiga Kotowska. Nació en Varsovia el 20 de noviembre de 1899 en una cristiana familia de siete hijos. Se decidió primero por los estudios de medicina pero mientras los hacía maduró su vocación religiosa e ingresó en la Congregación de Hermanas de la Resurrección, en la que hizo el noviciado y profesó el año 1924, tomando el nombre de Hermana Alicia. Por indicación de la superioridad estudió primero la carrera de ciencias y luego fue enviada como profesora al Instituto de Wejherovo (1934), del que llega a ser directora al tiempo que superiora de la comunidad. Tras la ocupación alemana, al comienzo de la II Guerra Mundial, es arrestada el 24 de octubre de 1939. Junto con otros presos fue llevada al bosque de Laski Planiska y allí fue fusilada el 11 de noviembre de 1939. Ha sido beatificada con otros mártires polacos el 13 de junio de 1999 por el papa Juan Pablo II.

fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003
INDICE


Beato Vicente Eugenio Bossilkov, obispo y mártir
n.: 1900 - †: 1952 - país: Bulgaria
otras formas del nombre: Vikentij Bosilkov
canonización: B: Juan Pablo II 15 mar 1998
hagiografía: Vaticano

En Sofía, en Bulgaria, pasión del beato Vicente Eugenio Bossilkov, obispo de Nicópolis y mártir, de la Congregación de la Pasión de Jesucristo, que bajo el régimen comunista, por negarse a romper la comunión con Roma, fue encarcelado, cruelmente vejado como reo de lesa majestad, condenado a la pena capital y finalmente fusilado.
Lo siguiente es parte de la homilía de SS Juan Pablo II en la beatificación de Mons. Bossilkov, en Roma, el 15 de marzo de 1998:

«Bebían de la roca espiritual que les seguía; y la roca era Cristo» (1 Co 10, 4). El obispo mártir Vicente Eugenio Bossilkov bebió de la roca espiritual que es Cristo. Siguiendo fielmente el carisma del fundador de su congregación, san Pablo de la Cruz, cultivó intensamente la espiritualidad de la Pasión. Además, se dedicó sin reservas al servicio pastoral de la comunidad cristiana que se le había confiado, afrontando con valentía la prueba suprema del martirio.

Monseñor Bossilkov se ha convertido así en una gloria resplandeciente de la Iglesia en su patria. Testigo intrépido de la cruz de Cristo, fue una de las numerosas víctimas que el comunismo ateo sacrificó, tanto en Bulgaria como en otros países, según su programa de aniquilación de la Iglesia. En esos tiempos de dura persecución, muchos dirigieron su mirada hacia él, y el ejemplo de su valentía les dio fuerza para permanecer fieles al Evangelio hasta el fin. En este día de fiesta para la nación búlgara, me alegra rendir homenaje a cuantos, como monseñor Bossilkov, pagaron con la vida su adhesión sin reservas a la fe recibida en el bautismo.

Monseñor Bossilkov supo unir de modo admirable a su misión de sacerdote y obispo una intensa vida espiritual y una constante atención a las exigencias de sus hermanos. Hoy se nos presenta como figura eminente de la Iglesia católica que está en Bulgaria, no sólo por su vasta cultura, sino también por su constante espíritu ecuménico y su heroica fidelidad a la Sede de Pedro.

Cuando la hostilidad del régimen comunista contra la Iglesia se hizo más fuerte y amenazadora, el beato Bossilkov quiso permanecer junto a su gente, aunque sabía que eso significaba arriesgar su vida. No tuvo miedo de afrontar la tormenta de la persecución. Cuando intuyó que se acercaba el momento de la prueba suprema, escribió al superior de su provincia religiosa: «Tengo la valentía de vivir; espero tenerla también para soportar lo peor, permaneciendo fiel a Cristo, al Papa y a la Iglesia» (Carta XIV).

Y así este obispo y mártir, que durante toda su existencia se esforzó por ser imagen fiel del buen Pastor, llegó a serlo de un modo del todo especial en el momento de su muerte, cuando unió su sangre a la del Cordero inmolado por la salvación del mundo. ¡Qué ejemplo tan luminoso para todos nosotros, llamados a testimoniar fidelidad a Cristo y a su Evangelio! ¡Qué gran motivo de aliento para cuantos padecen aún hoy injusticias y oprobios a causa de su fe! Ojalá que el ejemplo de este mártir, al que hoy contemplamos en la gloria de los beatos, infunda confianza y celo en todos los cristianos, especialmente en los de la querida nación búlgara, que ahora puede invocarlo como su protector celestial.

fuente: Vaticano
INDICE



Julio Alameda Camarero y compañeros, Beatos
Religiosos y Mártires
Por: . | Fuente: www.carmelitasmisionerasteresianas.org

Martirologio Romano: En Tarragona, España, Beatos Manuel Borrás Ferré Obispo Auxiliar de Tarragona, Agapito Modesto religioso lasallista y 145 compañeros, asesinados por odio a la fe. († 1936-39)

Fecha de beatificación: 13 de octubre de 2013, durante el pontificado de S.S. Francisco.

Natural de Castroceniza (Burgos). Nació el 28 de mayo de1911, hijo de Mateo y Brígida, labradores. Bautizado el 30 del mismo mes y año con el nombre de Julio, dándole por patrón a San Fernando III, rey de España. Recibió el sacramento de la confirmación el 30 de junio de1923.

Según el padrón de habitantes de Tarragona de 1936 figura con 10 años de residencia en el convento de Carmelitas, C/ Augusto 23, lo que situaría su ingreso en el Instituto de Hermanos Carmelitas de la Enseñanza en 1926 a los 15 años. Esta fecha es confirmada por el sacerdote Victor Subiñas, que confiesa ser el que le llevó a Tarragona como postulante en abril de ese año desde Covarrubias. Según carta de su hermano Maximiano Alameda (Madrid, 7 de junio de 1939) pertenecía al Instituto desde abril de 1928, posiblemente se considere esta fecha como su ingreso en el noviciado a los 17 años.

El H. Julio escribió desde Tarragona su última carta a su familia en junio de 1936. Estallado el alzamiento nacional el 18 de julio de 1936, la guerra civil hizo presa del suelo español. El 21 del mismo mes el H. Julio se refugió junto con los demás miembros de su comunidad menos el superior general Cosme de Ocerín, en la casa de los padres del H. Buenaventura Toldrá en Tarragona. La policía registró la casa sin consecuencias, pero el 25 de julio de 1936 se presentaron en ella seis milicianos en su busca y los llevaron presos al vapor-cárcel Río Segre, donde permanecieron cuatro meses pasando calamidades y tortura física y moral.

El 10 de noviembre de 1936 a las 10:30 de la mañana, el supuesto comandante del barco y miembro de la FAI, Juan Ballesta, junto con el miliciano Recasens, conocido con el mote El Sec de la Matinada y famoso por sus atrocidades, visitaron a los prisioneros. La indicación fue ésta: Aquí están todos. Al día siguiente un grupo de milicianos encabezados por El Sec hicieron formar en cubierta a los presos examinando detenidamente si tenían o habían tenido tonsura. Al pasar el H. Julio Alameda y ser interrogado por su estado, contestó con valentía: Soy religioso ante Dios y los hombres. Esta confesión fue como confirmar su sentencia de muerte, pero un amigo de los Hermanos Carmelitas consiguió que no los incluyeran en la lista. Al constatar que no los llamaban para formar la fila, los Hermanos, de común acuerdo, dijeron: Nosotros somos carmelitas. Y los milicianos los agruparon en la fila. El testigo don Timoteo Zanuy declaró que los oía rezar una especie de salmo. En efecto, se trataba del salmo 50: Misericordia, Dios mío por tu bondad, por tu inmensa compasión..

En la madrugada del 11 de noviembre de 1936, el H. Julio Alameda, de 25 años, era fusilado con un total de 23 personas más, religiosos, sacerdotes y seglares, en la tapia del cementerio de Torredembarra (Tarragona). Junto al estruendo de las balas se escucharon dos voces: ¡Viva Cristo Rey!. Los restos fueron inhumados en una fosa común en el cementerio de la mencionada población y allí permanecieron hasta el 14 de noviembre de 1941 en que se hizo solemne traslado a la iglesia de los Carmelitas Descalzos en Tarragona junto a los otros mártires del Carmelo Teresiano.

INDICE


Menas de Egipto, Santo Mártir
Por: n/a | Fuente: Acoantioquena.com

El Gran Mártir Menas, era egipcio de nacimiento, funcionario militar y sirvió en la región de Konya de Frigia bajo el centurión Firmiliano durante el reinado de los emperadores Diocleciano (284-305) y Maximiano (305-311). Cuando los emperadores empezaron la persecución más atroz contra cristianos en la historia, el santo se negó a servir a estos perseguidores. Menas se quitó el cinturón del uniforme (una señal de línea del ejército) y se retiró a una montaña dónde vivió una vida ascética de ayuno y oración.

Cierta vez él bajo a la ciudad durante una fiesta pagana. En medio del auge de los juegos el santo levantó su voz, predicando la fe en Cristo, el Salvador del mundo. Fu llevado entonces ante el prefecto Pirrus, ante quien el santo valientemente confesó su fe, diciendo que él había venido a denunciar la impiedad. El prefecto se llenó de ira, y Menas fue arrestado.

Pirrus ofreció devolverle el rango que tenía en el ejército si Menas ofrecía el sacrificio a los dioses paganos. Cuando éste se negó, lo sometió a crueles torturas, y luego fue decapitado. Esto ocurrió en el año 304.

Algunos cristianos recogieron las reliquias del mártir de noche y las escondieron hasta el fin de la persecución. Después, lo llevaron a Egipto y las colocaron en una Iglesia dedicada al Santo Menas, al sudoeste de Alejandría.

El santo recibió la gracia de Dios de realizar milagros, y ayudar a quienes padecen necesidad: Sanar enfermedades, librar a las personas poseídas por demonios. Y es solicitado como protector, sobre todo durante tiempos de guerra.
INDICE


VIDEOS


INDICE