Antonio María Claret nació en Barcelona, España, el 23 de
diciembre de 1807. A los 22 años comenzó sus estudios en el seminario y luego
se ordenó de sacerdote. Tenía una gran devoción por la Virgen María. En
Cataluña fue predicador misionero y además vio en la prensa un medio
excepcional para transmitir la Palabra de Dios, repartía entre la gente
folletos edificantes que él mismo realizaba.
Inspirado por Dios, fundó en 1849 una nueva Congregación con
una finalidad netamente misionera. Se llamó “Hijos de María Inmaculada” y más
popularmente se les conoce con el nombre de claretianos.
Más tarde, en 1850, el Papa lo nombró arzobispo de Santiago
de Cuba. En Cuba dio rienda suelta a su afán apostólico y continuó predicando e
imprimiendo libros e imágenes para el bien de la gente, y sobre todo se inclinó
por la salvación de los esclavos y pobres, por defenderlos los calumniaron y
hasta intentaron asesinarlo.
La reina Isabel lo llamó para que volviera a España, lo
nombró su consejero y su confesor. En 1868 estalló la revolución en España y
Antonio acompañó a la reina que se refugió en París. En Francia Dios le abrió
camino para su misión y su congregación.