Santoral del 27 de Septiembre





INDICE

San Cayo de Milán, Obispo
San Bonfilio de Fara, Obispo
Santa Hiltrudis, virgen
Beato Juan Bautista Laborier du Vivier, diácono y mártir
Terencio y Fidencio de Todi, SantosMártires
Lorenzo de Ripafratta, BeatoPresbítero
Vicente de Paul, Santo Presbítero y Fundador
Francisca Javier de Rafelbuñol, Beata Mártir
San Eleazar, conde, París, y la Beata Delfina
En París, el tránsito de san Vicente de Paúl, Presbítero y Confesor, Fundador de la Congregación de Presbíteros de la Misión y de las Hijas de la Caridad; varón apostólico y padre de los pobres, a quien el Papa León XIII constituyó celestial Patrono de todas las Asociaciones de Caridad existentes en todo el mundo y que de algún modo proceden del santo. Su fiesta se celebra el día 19 de Julio.
En Biblos de Fenicia, san Marcos, Obispo, que también es llamado Juan por san Lucas. Fue hijo de aquella santa María de quien se hace mención el 29 de Junio.
En Milán, san Cayo, Obispo, que fue discípulo de san Bernabé Apóstol y después de haber padecido mucho en la persecución de Nerón, descansó en paz.
En Roma, santa Epícaris, señora Senatoria, la cual, en la misma persecución de Diocleciano, después de herida con plomadas, fue pasada a cuchillo.
En Todi de Umbría, los santos mártires Fidencio y Terencio, en tiempo del mismo Diocleciano.
En Córdoba de España, los santos Mártires Adolfo y Juan, hermanos, los cuales, en la persecución Arábiga, fueron coronados por Cristo. Con el ejemplo de ambos animada su hermana, la Virgen santa Áurea, reducida a la fe, padeció también ella esforzadamente el martirio a 19 de Julio.
En Sión de Francia, san Florentino, Mártir, que, juntamente con san Hilario, después de cortada la lengua, fue degollado.
En Ravena, san Aderito, Obispo y Confesor.
En París, san Elceario, Conde.
En Henao, santa Hiltrudis, Virgen.
Y en otras partes, otros muchos santos Mártires y Confesores, y santas Vírgenes.
R. Deo Gratias.

 SAN VICENTE DE PAUL, FUNDADOR
Granjeaos amigos con las riquezas de iniquidad,
para que, cuando falleciereis,
seáis recibidos en las moradas eternas.
(Lucas 16, 9)

San Vicente de Paúl nació en Dax (Francia), cerca de los Pirineos. Sus padres eran labriegos y pasaban apuros para alimentar a sus seis hijos. Vicente colaboró en la economía familiar, cuidando un pequeño rebaño de ovejas.

Lo pusieron a estudiar con los franciscanos. Un señor de la tierra, al ver sus buenas cualidades, lo tuvo como preceptor de sus hijos y lo mandó a estudiar a Zaragoza y a Toulouse. A los 19 años recibió el sacerdocio.

Yendo en barco de Marsella a Narbona fueron atacados por tres bergantines turcos y tuvieron que rendirse. Los llevaron a Túnez y los expusieron a la venta en la plaza. Los probaron como a los caballos: les miraron los dientes, les hicieron correr y levantar pesos para ver sus fuerzas.

Vicente pasó por varias manos: un pescador, un alquimista y un cristiano renegado al que Vicente volvió al cristianismo. Con él llegó hasta Roma. Entró en contacto con la Curia que le confió un despacho para Enrique IV. Por este motivo llegó Vicente a Paris el 1609.

Buen entrenamiento había tenido para su mision apostólica. Ademas, su bondad, su inteligencia, su delicadeza, se imponían siempre. "¡Que bueno debe ser Dios, exclamaba Bossuet, cuando ha hecho tan bueno a Vicente de Paúl! " Se pone en contacto con el maestro espiritual Berulle. Desde ahora, muchas personas de la aristocracia se dirigen a él y le ayudarán.

Un día desapareció. Quería una vida más sencilla. La parroquia de Chatillon se transformó. De París le urgían que volviera. No lo consiguieron hasta que la jerarquía se lo mandó. En Chatillon lo lloraron.

En París continúa las prodigiosas obras de caridad que empezó en Chatillon. Organiza cofradías, atiende y defiende a los condenados a las galeras. Conoce su vida lastimosa: expuestos a toda inclemencia, reciben azotes e insultos, sin esperanza alguna. Un día, reemplaza a un pobre remero para conocer así su amarga vida. Recorrió galeras y cárceles. Así consiguió cambiar la legislacion y un trato mas humano para ellos.

Su celo apostólico lo lanza a todas partes. Funda la Congregación de los Sacerdotes de la Misión, para reformar el clero, dirigir seminarios y dar misiones. El centro es San Lázaro, por lo que se llaman Lazaristas.

Su trato con Luis XIII y con la regente Ana de Austria le sera muy útil para sus obras de caridad. Reúne damas y caballeros, forma asociaciones para atender a tantas necesidades creadas por la guerra: pobres, hambrientos, golfillos, enfermos. Donde hay una necesidad, allí esta Vicente.

"No es lícito perderse en teorías, escribía, mientras muy cerca hay niños que necesitan para subsistir un vaso de leche. Los pobres serán nuestros jueces. Solo podremos entrar en el cielo sobre los hombros de los pobres".

San Vicente de Paúl fundó la congregación de las Hijas de las Caridad, junto con Santa Luisa de Marillac. Funda las Hijas de la Caridad con Luisa de Marillac en París, en 1633. "Por monasterio, les dice, tendréis las salas de los enfermos, por clausura, las calles de la ciudad, por rejas el temor de Dios y por velo la santa modestia".

Y aún le quedaba tiempo para convertir a jansenistas y hugonotes, para dirigir almas santas, como Santa Juana de Chantal. Por sus obras y fundaciones, es uno de los grandes bienhechores de la humanidad.

Escribió tambien cartas, memorias, conferencias. Y siempre aparece el hombre de acción, el amigo de los pobres, el organizador de la caridad, el apostol, el santo. Sus Hijos e Hijas, y las Conferencias de San Vicente de Paúl; fundadas por Ozanam, continúan su obra.

Murió en el año 1660. El Santo Padre León XIII lo proclamó Patrono de todas las asociaciones católicas de caridad.

Su cuerpo permanece INCORRUPTO y descansa en una urna en la Iglesia de San Vicente de Paúl de París, cuya dirección es: Calle Sevres, nº 95. París (Francia)

MEDITACIÓN CADA CUAL EN SU POSICION DEBE TRABAJAR POR EL CIELO

I. Cada cual quiere descollar en su posición; para lograrlo no hay trabajo que se ahorre; si no alcanza para ello el día, se trabaja durante la noche. En cambio, en la profesión de cristiano, ¡cuán raro es este celo! ¡Cuántos hay, asimismo, que tienen miedo de parecer cristianos; que retroceden, no delante de las amenazas de un perseguidor, sino ante los sarcasmos de cristianos como ellos! ¡Extraña ceguera! ¡El artesano ejerce públicamente su oficio por humilde que sea y no se avergüenza de su dignidad de cristiano! Nadie reconoce en ti a un cristiano (Tertuliano).

II. Debes cumplir tus deberes de estado cristianamente, es decir, de la manera como Dios lo quiere. Para esto, ofrece a Dios, por la mañana, el trabajo de todo el día, protestando que por obedecerle vas a trabajar. Si eres fiel a esta práctica, te cuidarás durante el día de no manchar con el pecado el trabajo que has consagrado al Señor.

III. No te contentes con ofrecer tus acciones a Dios, esfuérzate por hacer todos los días alguna cosa por Él, con la única mira de agradarle. Trabaja en la gloria de Dios o en el alivio de los pobres: no hay profesión ni oficio que no nos brinde ocasiones para ello. Da a los pobres a fin de darte a ti mismo: lo que les des no lo perderás, lo que les rehuses pasará a mano de otro (San Pedro Crisólogo).

La caridad.
Orad por los pobres.

San Cayo de Milán, Obispo
Martirologio Romano: En Milán, en la Galia Traspadana (margen izquierda del Po), san Cayo, obispo. 85. Según la tradición fue el primer obispo de Milán, discípulo de san Bernabé, apóstol; pero ésta es una historia inventada por los herejes patarinos, que tenían en Milán su centro, y querían que tuviera la misma antigüedad que Roma. Lo que si es posible es que el Cayo histórico, como segundo obispo de Milán, viviese hacia el año 200, aunque la tradición le have mártir en el 85, durante la persecución de Nerón (que sólo se produjo en la ciudad de Roma), después de haber bautizado a los mártires san Vidal y a sus hijos santos Gervasio y Protasio. Cayo, después de recibir martirio no murió como tal sino que milagrosamente fue curado.
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San Bonfilio de Fara, Obispo
 Martirologio Romano: En Fara, cerca de Cingoli, en el Piceno, de Italia, san Bonfilio, que, siendo obispo de Foligno, estuvo diez años en Tierra Santa y, al regresar a Italia, se retiró al monasterio de Storaco, del que había sido abad, muriendo finalmente en soledad. (1040-1125). Natural de Ósimo de Piceno. Entró en el monasterio benedictino de Santa María de Storaco en el que fue abad. Como obispo de Foligno, ayudo a la formación de una de las Cruzadas, y fue a Tierra Santa como peregrino y penitente, y se quedó durante 12 años. Cuando volvió a su sede se encontró que había otro obispo que la gobernaba en su lugar, juzgó que lo hacía muy bien, y se retiró a ocupar su puesto de abad en el monasterio. Algunos de sus monjes no aceptaban su honestidad en el cumplimiento de la regla, e intentaron deshacerse de él, del modo más indigno y desagradable, y fue cortarle las patas de la silla que estaba colocada en la letrina, con lo cual Bonfilio, cayó al pozo negro, aunque luego lo sacaron. Siempre más inclinado a la vida de penitencia, se retiró en la soledad de Santa María de Fara, en la diócesis de Cingoli.
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Santa Hiltrudis, virgen
†: d. 800 - país: Francia otras formas del nombre: Helmtrude canonización: pre-congregación hagiografía: Santi e Beati
En el cenobio de Liesse, en Hainault, territorio de Austrasia, santa Hiltrudis, virgen, que vivió piadosamente retirada con su hermano Guntando, abad. patronazgo: protectora contra la fiebre. Según parece, la «Vida de Hiltrudis», escrita entre 1050 y 1090 por un monje de Waulsort (Bélgica), se refiere a una tradición monástica anterior al 850, aunque sin ningún valor histórico, ya que los documentos escritos, parece ser que fueron quemados por los bárbaros. A santa Hiltrudis virgen se la menciona para el 27 de septiembre en un sacramentario de Liessies del siglo XII. Hiltrudis era hija de Ada, una noble franca, y de Wiberto, conde de Poitiers, que poseían tierras entre los ríos Sambre y Mosa, entre Francia y Bélgica, y fue la hermana de Gontrado, primer abad de Liessies.

 Fue prometida de Hugo de Borgoña, pero ella prefirió consagrarse a Dios, recibiendo el velo de las vírgenes en el 768, con la bendición del obispo de Cambrai; luego fue recibida por su hermano Gontrado, que la alojó en una ermita al lado del monasterio de Liessies. En este lugar vivió durante diecisiete años como monja solitaria, participando en la vida litúrgica de la abadía. Murió el 27 de septiembre de un año alrededor del 800 y fue enterrada en la abadía. La fama de su santidad creció a lo largo del tiempo, y el 17 de septiembre de 1004, el obispo de Cambrai, Erluino, hizo abrir la tumba y elevó los restos a categoría de reliquias. En 1587 las reliquias del cráneo fueron colocadas en un relicario de plata, y san Luis de Blois, abad de Liessies, contribuyó a impulsar nuevamente el culto. Durante la guerra de los treinta años las reliquias fueron puestas a salvo en Mons, donde en 1641 se las rodeó de una artística urna.

 Pero las peripecias de estas reliquias no habían terminado: en 1793, durante la Revolución Francesa, en la que la Convención requisó los metales preciosos, el cráneo de la santa fue tirado al suelo, de donde lo recogió un feligrés. El culto regresó en 1802, y en 1842 las reliquias, después de una investigación, fueron nuevamente reconocidas como auténticas. Traducido para ETF, con algunos cambios, de un artículo de Antonio Borrelli. La foto muestra una vidriera del monasterio de Liessies, representando una escena de la vida de la santa, cuando ayudaba a su hermano en la construcción del monasterio.
 fuente: Santi e Beati
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Beato Juan Bautista Laborier du Vivier, diácono y mártir
n.: 1734 - †: 1794 -
 país: Francia canonización: B: Juan Pablo II 1 oct 1995
 hagiografía: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003
 En una vieja nave anclada frente a Rochefort, en el litoral norte de Francia, beato Juan Bautista Laborier du Vivier, diácono, mártir en tiempo de persecución contra la Iglesia, que a causa de su estado clerical fue condenado a cruel cautiverio, donde murió consumido por una grave enfermedad Nació el 19 de septiembre de 1734 en Mâçon (Saône-et-Loire) en una familia de clase media. Habiendo optado por la vida clerical fue nombrado canónigo de la catedral de San Vicente de Mâçon. Como tal canónigo, podía haberse ordenado presbítero pero tenía un profundo sentido de humildad y le resultaba una dignidad demasiado alta para el concepto que él tenía de sí mismo y por ello prefirió quedar como diácono.

Como no tenía obligación de prestar el juramento constitucional, una vez sobrevenida la Revolución y disueltos los cabildos catedralicios se quedó con confianza en su propia ciudad. Sin embargo fue arrestado el 8 de marzo de 1794 y encerrado en el exconvento de las ursulinas. No sirvió que un grupo de ciudadanos, alegando que no era sacerdote, quisieran evitarle la deportación. Fue enviado a Rochefort y embarcado en Les Deux Associés. Mostró una gran paciencia y humildad en todo el tiempo de su detención y murió piadosamente el 27 de septiembre de 1794. Fue beatificado el 1 de octubre de 1995 por el papa Juan Pablo II.
 fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003
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Beata Francisca Javier de Rafelbuñol, Religiosa y Mártir
 Martirologio Romano: En Gilet, en la provincia de Valencia, España, beatas mártires Francisca Javier (María Fenollosa Alcayna), religiosa de la Tercera Orden de Capuchinas de la Sagrada Familia, y Herminia Martínez Amigó, madre de familia, que confirmaron con su sangre su fidelidad al Señor durante la misma persecución religiosa. († 1936) La Beata Francisca Javier de Rafelbuñol (en el siglo, María Fenollosa Alcayna). Nació en Rafelbuñol (Valencia) el año 1901, en el seno de una familia numerosa y cristiana de sencillos labradores. Estudió en la escuela del pueblo y pronto empezó a trabajar para ayudar a su familia. En 1921 comenzó el noviciado en las Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia y en 1928 hizo los votos perpetuos.

Estuvo destinada en las fraternidades de Altura (Castellón), Meliana, Benaguacil y Massamagrell (Valencia); en este último convento la sorprendió la guerra civil española. El 20 de julio de 1936 tuvo que dejar el convento y cobijarse en su casa paterna. Localizada, la obligaron a hacer las faenas en la casa del Comité, hasta que, el 27 de septiembre de 1936, fue detenida y asesinada en el cementerio de Gilet (Valencia), junto con la beata Herminia Martínez Amigó. «Que Dios os perdone como yo os perdono», le oyó decir quien se disponía a darle el tiro de gracia. Pertenece al grupo de los mártires beatificados por Juan Pablo II en 2001.
Fuente: franciscanos.org
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San Vicente Paúl
 Nació en Pouy (Gascuña, Francia) en 1580 –aunque algunas autoridades han dicho 1576–, y murió en París el 27 de septiembre de 1660. Nacido en una familia campesina, estudió humanidades en Dax con los Cordeleros, y Teología, estudios interrumpidos por una breve estancia en Zaragoza, en Toulouse, donde se graduó. Se ordenó sacerdote en 1600 y permaneció en Toulouse o en sus proximidades trabajando como tutor mientras continuaba con sus propios estudios. En 1605, regresó a Marsella, donde había ido a causa de una herencia, pero allí fue hecho prisionero por piratas turcos, que lo llevaron a Túnez. Fue vendido como esclavo, pero escapó en 1607 con su amo, un renegado al que convirtió.

 De regreso a Francia, fue a Aviñón a ver al vicelegado papal, al que siguió a Roma para continuar sus estudios. Fue enviado de vuelta a Francia en 1609, en una misión secreta cerca de Enrique IV; fue nombrado capellán de la reina Margarita de Valois, y se le ofreció la pequeña abadía de Saint-Léonard-de-Chaume. A petición del señor de Bérulle, fundador del Oratorio, se encargó de la parroquia de Clichy, cerca de París, pero varios meses más tarde (1612) entró al servicio de los Gondi, una ilustre familia francesa, para educar a los hijos de Philippe-Emmanuel de Gondi. Llegó a ser el director espiritual de la señora de Gondi. Con la ayuda de ésta, comenzó a fundar misiones en sus terrenos; pero, para eludir el aprecio de que era objeto, dejó a los Gondi y, con la aprobación del señor de Bérulle, se nombró cura de Chatillon-les-Dombes (Bresse), donde convirtió a varios protestantes y fundó la primera cofradía de caridad para asistencia de los pobres. Los Gondi le pidieron que volviera y lo hizo cinco meses después, reanudando las misiones campesinas. Varios cultos sacerdotes de París, seducidos por su ejemplo, se unieron a él.

 En casi todas estas misiones se fundó una cofradía de caridad para asistencia de los pobres; entre éstas se destacan las de Joigny, Châlons, Mâcon y Trévoux, que duraron hasta la Revolución. Después de los pobres, la atención de Vicente se dirigió hacia los condenados a galeras, que estaban sometidos al señor de Gondi como general de las galeras de Francia. Antes de ser conducidos a bordo de las galeras o cuando la enfermedad los obligaba a desembarcar, los condenados eran apiñados en húmedos calabozos con grilletes en los tobillos, y su única comida era pan negro y agua; y estaban cubiertos de llagas y sabandijas. Su estado moral era más espantoso aún que su sufrimiento físico. Vicente deseaba aliviar ambos. Asistido por un sacerdote, comenzó a visitar a los condenados a galeras de París, a los que hablaba empleando palabras dulces, prestándoles cualquier servicio, por muy repulsivo que fuera. De este modo se ganó sus corazones, convirtió a muchos de ellos y logró que varias personas que venían a visitarlos intercedieran por ellos. Vicente compró una casa y estableció en ella un hospital.

Poco después Luis XIII lo nombró capellán real de las galeras, título que Vicente aprovechó para visitar las galeras de Marsella, donde los condenados eran tan desdichados como en París; los colmó de sus cuidados, además de planear construir un hospital para ellos, pero esto no pudo hacerlo hasta diez años más tarde. Mientras tanto, fundó, en la galera de Burdeos, como en las de Marsella, una misión, que fue coronada por el éxito (1625). Sociedad de la Misión El bien llevado a cabo por estas misiones llevó a Vicente, con el impulso de la señora de Gondi, a fundar su instituto religioso de sacerdotes dedicado a la evangelización del pueblo: la Sociedad de la Misión. Por experiencia, San Vicente había aprendido que el bien que hacían las misiones no podía durar a menos que hubiera sacerdotes que se ocuparan de ello, pero en esa época había pocos en Francia. Desde el Concilio de Trento los obispos habían estado esforzándose por fundar seminarios para su formación, pero estos seminarios encontraron muchos obstáculos, el mayor de los cuales eran las guerras de religión.

De los veinte fundados, en 1625 no sobrevivían ni diez. La asamblea general del clero francés expresó el deseo de que los candidatos a las Sagradas Órdenes fueran admitidos solamente después de unos días de recogimiento y retiro. A petición del obispo de Beauvais, Potierdes Gesvres, Vicente emprendió en Beauvais (septiembre de 1628) el primero de estos retiros. Según su plan, comprendían conferencias ascéticas e instrucciones acerca del conocimiento de lo más indispensable para los sacerdotes. Su principal servicio fue que dieron lugar a lo que posteriormente se llamaron seminarios. Al principio sólo duraban diez días, pero ampliándolos gradualmente a 15 ó 20 días, luego a uno, dos o tres meses antes de cada orden, los obispos consiguieron prolongar el periodo de estancia a dos o tres años entre la filosofía y el acceso al sacerdocio. Existían unos seminarios llamados de ordenandos, luego seminarios mayores, cuando se fundaron los seminarios menores. Nadie hizo más que Vicente en lo que atañe a esta doble creación. Ya en 1635 había establecido un seminario en el Collège des Bons-Enfants. Ayudado por Richelieu, que le dio mil coronas, sólo admitió a eclesiásticos que estudiaran teología (seminario mayor), fundando paralelamente un seminario menor llamado de San Carlos para sacerdotes que estudiaran humanidades (1642).

Había enviado a algunos de sus sacerdotes al obispo de Annecy (1641) para dirigir su seminario, y colaboró con los obispos para fundar otros en sus diócesis facilitándoles sacerdotes para dirigirlos. Así, a su muerte había aceptado la dirección de once seminarios. Antes de la Revolución su congregación dirigía en Francia cincuenta y tres seminarios mayores y nueve menores, esto es, un tercio de todos los de Francia. La conferencia eclesiástica completó la labor de los seminarios. Desde 1633 San Vicente celebró una cada martes en Saint-Lazare, en la que se reunían todos los sacerdotes deseosos de conferenciar en común sobre las virtudes y las funciones de su estado. Participaron, entre otros, Bossuet y Tronson. Con las conferencias, San Vicente instituyó en St.-Lazare retiros abiertos para laicos y sacerdotes. Se estima que en los veinte últimos años de la vida de San Vicente asistían con regularidad más de ochocientas personas al año, más de 20.000 en total. Estos retiros contribuían en gran medida a infundir un espíritu cristiano en el pueblo, pero imponían gravosos sacrificios a la casa de St.-Lazare. Nada se exigía a los participantes; cuando se trataba del bienestar de las almas, Vicente no reparaba en gastos. Ante las quejas de sus compañeros, que deseaban dificultar la admisión a los retiros, un día consintió en ello. Al atardecer nunca había habido tantos admitidos; cuando un fraile le informó azorado de que no cabían más, Vicente le respondió: “Bueno, dadles mi habitación”. Obras de caridad Vicente de Paúl había establecido las Hijas de la Caridad casi al mismo tiempo que los ejercicios para ordenandos.

 Al principio se pretendía que éstas ayudaran a las conferencias de caridad. Cuando estas conferencias se establecieron en París (1629), las damas que se unieron a ellas estaban ansiosas por dar limosnas y visitar a los pobres, pero a menudo no sabían cómo ocuparse de ellos y enviaban a sus criados en su lugar para que hicieran lo que fuera necesario. Vicente concibió la idea de reclutar a jóvenes piadosas para este servicio. Al principio fueron distribuidas individualmente por las diversas parroquias en que estaban establecidas las conferencias y visitaban a los pobres con estas damas de las conferencias o, cuando era necesario, se ocupaban de ellas en su ausencia. En el reclutamiento, la formación y la dirección de estas servidoras de los pobres, Vicente encontró estimable ayuda en la señorita Legras. Cuando su número aumentó, las agrupó en una comunidad bajo su dirección, pronunciando él una conferencia semanal apropiada a su condición. (Para más detalles, véase Hermanas de la Caridad.)

Junto a las Hijas de la Caridad, Vicente de Paúl obtuvo para los pobres los servicios de las Damas de la Caridad, a petición del arzobispo de París. Agrupó (1634) bajo este nombre a algunas mujeres piadosas que estaban decididas a atender a los pobres enfermos que entraran en el Hôtel-Dieu hasta un número de 20 mil ó 25 mil por año; también visitan las cárceles. Entre ellas había hasta 200 damas del más alto rango. Tras haber redactado su regla, San Vicente apoyó y estimuló su caritativo celo. Gracias a ellas, fue capaz de recoger las enormes sumas que distribuían en socorro de todos los desgraciados. Entre las obras que podía llevar a cabo gracias a esa colaboración, una de las más importantes era el auxilio a los pródigos, que en esta época eran deliberadamente deformados por personas sin escrúpulos para poder explotar la piedad de la gente.

Otros eran recogidos en un asilo municipal llamado “La couche”, donde a menudo eran maltratados o se les dejaba morir de hambre. Las Damas de la Caridad empezaron por adquirir un grupo de doce niños, que fueron instalados en una casa especial confiada a las Hijas de la Caridad y cuatro enfermeras. Así, años más tarde, el número de niños alcanzó la cantidad de 4 mil; su mantenimiento costaba 30 mil libras, que ascendió a 40 mil con el incremento en el número de niños. Con la ayuda de un generoso desconocido, que puso a su disposición la suma de 10 mil libras, Vicente fundó el Hospicio del Nombre de Jesús, donde cuarenta ancianos y ancianas hallaron un refugio y trabajo adecuado para ellos. En la actualidad se llama Hospital de los Incurables. La misma beneficencia se extendió a todos los pobres de París, pero la creación del Hospital General fue una idea de las Damas de la Caridad, en particular de la duquesa de Aiguillon.

Vicente hizo suya la idea y contribuyó como nadie a la realización de una de las mayores obras de caridad del siglo XVII; la acogida de 40 mil pobres en un asilo donde encontrarían un trabajo útil. En respuesta a la petición de San Vicente, las contribuciones llegaron a raudales. El Rey cedió los terrenos de la Salpétrière para la construcción del hospital, con un capital de 50 mil libras y una dotación de 3 mil. El cardenal Mazarino envió 100 mil libras; el presidente de Lamoignon, 20 mil coronas; y la señora de Bullion, 60 mil libras. San Vicente encargó la tarea a las Hijas de la Caridad y las apoyó con todo su poder. La caridad de San Vicente no se limitaba a París, sino que llegaba a todas las provincias desoladas por la miseria. Durante el periodo francés de la guerra de los Treinta Años, Lorena, Trois-Évêchés, el Franco Condado y Champaña padecieron durante casi un cuarto de siglo todos los horrores y los azotes de la guerra. Vicente solicitó a las Damas de la Caridad su ayuda urgente; se estima que con sus reiteradas peticiones consiguió 12 mil libras. Cuando se acabó el dinero, volvió a recoger limosnas, que enviaba sin tardanza a los distritos más afectados. Cuando las contribuciones empezaron a disminuir, Vicente decidió imprimir y divulgar las cuentas que le enviaban de esos distritos desolados; esto tuvo mucho éxito, llegando a publicar un periódico llamado “Le magasin charitable”.

Vicente lo aprovechó para fundar en las provincias arruinadas los “potages économiques”, una tradición que permanece en nuestras modernas cocinas económicas. Él mismo compiló cuidadosamente las instrucciones relativas al modo de preparación de estos “potages” y la cantidad de grasa, mantequilla, verduras y pan que se debían emplear. Apoyó la fundación de congregaciones que se encargaban de enterrar a los muertos y de eliminar la suciedad, permanente causa de enfermedades. Frecuentemente las dirigían misioneros y Hermanas de la Caridad. Al mismo tiempo, con el propósito de apartarlas de la brutalidad de los soldados, llevó a París a 200 jóvenes, que alojó en varios conventos, y numerosos niños, que acogió en St.-Lazare. Incluso fundó una organización especial para auxilio de los nobles de Lorena que habían buscado refugio en París. Tras la paz general, dirigió su preocupación y sus limosnas a los católicos irlandeses e ingleses que habían sido expulsados de su país.

Todas estas actividades habían hecho famoso a Vicente de Paúl en París e incluso en la Corte. Richelieu a veces lo recibía y escuchaba favorablemente sus peticiones; lo ayudó en sus primeras fundaciones de seminarios y estableció una casa para sus misioneros en el pueblo de Richelieu. En su lecho de muerte Luis XIII deseaba ser asistido por él: “Oh, señor Vicente”, decía, “si recupero la salud, no nombraré a ningún obispo que no haya pasado tres años con vos”. Su viuda, Ana de Austria, nombró a Vicente miembro del Consejo de Conciencia, encargado de las propuestas de beneficios. Estos honores no alteraron la modestia y la sencillez de Vicente. Sólo iba a la Corte por necesidad, vistiendo un sencillo atuendo. No empleaba su influencia más que para el bienestar de los pobres y en interés de la Iglesia.

Bajo Mazarino, cuando París se levantó en la época de la Fronda (1649) contra la regente Ana de Austria, que fue obligada a retirarse a St.-Germain-en-Laye, Vicente afrontó todos los riesgos implorando clemencia para ella en nombre del pueblo de París y osó aconsejarle el sacrificio del cardenal ministro para evitar los males que la guerra amenazaba con llevar al pueblo. También reconvino al mismo Mazarino. Su consejo no fue escuchado. San Vicente redobló entonces sus esfuerzos para aliviar los males de la guerra en París. Su beneficencia socorría diariamente a 15 mil ó 16 mil refugiados; sólo en la parroquia de San Pablo las Hermanas de la Caridad ofrecían sopa diariamente a 500 pobres, aparte de cuidar a 60 u 80 enfermos. En aquel tiempo, Vicente, sin preocuparse por los peligros que corría, multiplicó cartas y visitas a la Corte de St. Denis para conseguir paz y clemencia; incluso escribió una carta al Papa pidiéndole que interviniera e interpusiera su mediación para acelerar la paz entre las dos partes.

El jansenismo también manifestó su apego a la fe y el uso de sus influencias en su defensa. Cuando Duvergier de Hauranne, más tarde abad de St. Cyran, llegó a París (aproximadamente en 1621), Vicente de Paúl mostró algún interés en él por ser compatriota y sacerdote como él y por percibir en él sabiduría y piedad. Pero, cuando se informó mejor acerca de los fundamentos de sus ideas sobre la gracia, lejos de ser engañado por ellas, se esforzó por apartarlo del camino del error. Cuando el “Augustinus” de Jansenio y “Comunión Frecuente” de Arnauld revelaron las auténticas ideas y opiniones de la secta, Vicente se dispuso a combatir; persuadió al obispo de Lavaur, Abra de Raconis, para que escribiera contra ellas. En el Consejo de Conciencia se opuso a la admisión a beneficios de cualquiera que las compartiera, y se unió al canciller y al nuncio en la busca de medios para resistir su progreso. A iniciativa suya algunos obispos de St. Lazare decidieron informar al Papa de estos errores. San Vicente persuadió a ochenta y cinco obispos para que solicitaran la condena de las cinco famosas proposiciones, y convenció a Ana de Austria para que escribiera al Papa para acelerar su decisión.

Cuando las cinco proposiciones hubieron sido condenadas por Inocencio X (1655) y Alejandro VII (1656), Vicente procuró que todos aceptaran esta sentencia. Su celo por la Fe, empero, no le hizo olvidar su caridad, lo cual demostró con St. Cyran, a quien Richelieu había encarcelado (1638); se dice que asistió a su funeral. Una vez Inocencio X hubo anunciado su decisión, fue a los solitarios de Port-Royal para felicitarlos por su intención, previamente manifestada, de someterse por completo. Además, rogó a los predicadores conocidos por su celo antijansenista que evitaran en sus sermones todo aquello que pudiera amargar a sus adversarios. Las órdenes religiosas también se beneficiaron de la gran influencia de Vicente. No sólo ejerció mucho tiempo la dirección de las Hermanas de la Visitación, fundadas por Francisco de Sales, sino que también recibió en París a las Religiosas del Santísimo Sacramento, apoyó la existencia de las Hijas de la Cruz (cuyo objetivo era educar a muchachas campesinas) y animó la reforma de los benedictinos, los cistercienses, los antonianos, los agustinos, los premonstratenses y la Congregación de Grandmont.

El cardenal de La Rochefoucault, a quien se había encomendado la reforma de las órdenes religiosas de Francia, nombró a Vicente su mano derecha y le obligó a permanecer en el Consejo de Conciencia. El celo y la caridad de Vicente atravesaron las fronteras de Francia. Ya en 1638 encargó a sus sacerdotes que predicaran a los pastores de la Campania, que ofrecieran en Roma y Génova los ejercicios para ordenandos y que establecieran misiones en Saboya y Piamonte. Envió otras a Irlanda, Escocia, las Hébridas, Polonia y Madagascar (1648-60). De todas las obras llevadas a cabo en el extranjero, quizá ninguna le interesó tanto como la de los pobres esclavos de Berbería, cuya suerte compartió una vez. Había entre 25 mil y 30 mil de estos desgraciados repartidos sobre todo entre Túnez, Argel y Bizerta.

Cristianos en su mayor parte, habían sido apartados de sus familias por los corsarios turcos. Eran tratados como auténticas bestias de cargas, condenados a terribles trabajos, sin ningún cuidado físico o espiritual. Vicente no dejó nada por hacer para enviarles ayuda, y, ya en 1645, les envió un sacerdote y un fraile, que fueron seguidos por otros. Vicente incluso había hecho que uno de ellos fuera investido con la dignidad de cónsul para que pudiera trabajar más eficazmente para los esclavos. Les envió frecuentes misiones y les aseguró los servicios de la religión. Al mismo tiempo actuaron como agentes con sus familias y fueron capaces de liberar a algunos de ellos. A la muerte de San Vicente, estos misioneros habían rescatado a 1.200 esclavos, habiendo gastado 1.200.000 libras en los esclavos de Berbería, por no mencionar las ofensas y persecuciones de todo tipo que ellos mismos padecieron por parte de los turcos. Esta vida exterior, tan fructífera en obras, tenía su origen en un profundo espíritu religioso y en una vida interior de maravillosa intensidad. Era particularmente fiel a las obligaciones de su estado, obedeciendo con atención las sugerencias de fe y piedad y consagrándose con devoción a la oración, la meditación y los ejercicios religiosos y ascéticos.

De mente práctica y prudente, no dejó nada al azar; su desconfianza en sí mismo sólo era igualada por su confianza en la Providencia. Cuando fundó la Sociedad de la Misión y las Hermanas de la Caridad, se abstuvo de darles instrucciones fijas por adelantado; sólo tras varios intentos y una larga experiencia decidió en los últimos años de su vida darles reglas definitivas. Su celo por las almas no conocía límite; todas las ocasiones eran para él oportunidades para ponerlo en práctica. Cuando murió, los pobres de París perdieron a su mejor amigo y la humanidad, un benefactor sin par en tiempos modernos. Cuarenta años después (1705), el Superior General de los lazaristas solicitó la iniciación del proceso de canonización. Muchos obispos, entre ellos Bossuet, Fénelon, Fléchier y el Cardenal de Noailles, apoyaron la petición. El 13 de agosto de 1729 fue beatificado por Benedicto XIII, y canonizado por Clemente XII el 16 de junio de 1737. En 1885 León XIII lo nombró patrón de las Hermanas de la Caridad. En el curso de su larga y ajetreada vida, Vicente de Paúl escribió un gran número de cartas, estimadas en no menos de 30 mil. Tras su muerte se comenzó la tarea de recopilarlas, y en el siglo XVIII se habían reunido 7 mil; muchas se han perdido desde entonces. Las que se han conservado se publicaron con errores bajo el título de “Lettres et conférences de St. Vincent de Paul” (supplément, Paris, 1888); “Lettres inédites de saint Vincent de Paul” (coste in “Revue de Gascogne”, 1909, 1911); “Lettres choisies de saint Vincent de Paul" (Paris, 1911); el total de cartas publicadas es de unas 3.200. También se han recogido y publicado sus “Conférences aux missionaires" (Paris, 1882) y “Conférences aux Filles de la Charité” (Paris, 1882). ANTOINE DEGERT Transcrito por Claudia C. Neira Traducido por Ignacio Menéndez López (Fuente: enciclopedia católica)
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 Autor: P. Felipe Santos, Fuente: es.catholic.net
Terencio y Fidencio de Todi, Santos Mártires
Estos mártires, juntamente con otros compañeros salieron de Siria hacia Roma. Deseaban confesar su fe en Cristo aunque les costase la muerte. Era durante el tiempo del emperador Diocleciano, el cruel perseguidor de los cristianos. Llegados a Roma, tuvieron ocasión de proclamar ante la gente que ellos eran cristianos llegados de Calcedonia de Siria. Su proclama llegó bien pronto a oídos del emperador. Mandó a unos soldados que los llevaran a un sitio escondido fuera de la ciudad y que les diesen muerte. Pero ya en el sitio elegido, los osos comenzaron a dar gritos y los soldados salieron huyendo asustados. Un ángel los escondió en un lugar apartado hasta que pudieron marcharse a Todi en donde sí que los decapitaron. Esta biografía novelada fue escrita en el siglo IX. Pero sea como sea, lo importante es que su fiesta se sigue celebrando cada año en Todi desde hace muchos siglos. Algunos dicen que es un doble de Terenciano, que fue obispo de Todi. Las reliquias las llevó Teodorico de Metz, en el año 970. Así lo narra o cuenta Sigeberto de Gembloux en su Vida. Una vez más, la acción de Dios se ve reflejada en quien entrega su vida a su servicio. Hoy, aunque parezca raro, hay mártires en algunos lugares de la tierra, y persecuciones en algunos países de confesiones religiosas intolerantes que no transigen la cristiana.
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Lorenzo de Ripafratta, Beato Presbítero
Martirologio Romano: En la ciudad de Pistoia, de la región de la Toscana, en Italia, beato Lorenzo de Ripafratta, presbítero de la Orden de Predicadores, que vivió fielmente durante sesenta años la vida regular con dedicación asidua a la pastoral sacramental de la Penitencia (1456). Fecha de beatificación: El Papa Pío IX confirmó su culto el 4 de abril de 1851. Los biógrafos del Beato Lorenzo no consignan el lugar preciso de su nacimiento, pero por su nombre se puede suponer que fue en Ripafratta, en la región toscana de Italia, cerca de Pisa (Italia). Se desconocen datos fidedignos de su vida, anteriores a su incorporación a la orden de predicadores en Pisa siendo diácono.

 En 1396, se le designó prior, cargo en el cual destacó por el impulso que dio a la reforma de la orden. Fue maestro de novicios y de teología en el convento de Cortona; sobresalió como director espiritual y brillante predicador. Sin temor a ser contagiado, auxilió a enfermos durante la plaga que azotó a las ciudades de Pistoia y Fabriano. Por su sapiencia, el pueblo lo llamaba el Arca de la Ciencia. Dio ejemplo a sus hermanos de congregación y feligreses con su vida de oración, ayuno, penitencia y devoción. Sufrió una herida en la pierna, la cual dolorosamente le acompañó el resto de su vida. Por el ejemplo de su silencioso y paciente sufrimiento —el cual ofreció a Dios—, se incrementaron la admiración y el cariño de los religiosos y del pueblo. Amado por su comunidad, falleció en Pistoia, donde aún se venera su cuerpo.
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Elzeario de Sabrán y Delfina de Provenza, esposos  Martirologio Romano: En París, en Francia, san Elzearo de Sabran, conde de Arian, que viviendo la virginidad y todas las virtudes con su esposa, la beata Delfina, murió en la flor de la edad (1323).
Fecha de canonización: Fue canonizado solemnemente en la basílica de San Pedro de Roma por el papa Urbano V el 1 de abril de 1369.

Vivieron virginalmente el matrimonio. Vistieron el hábito de la Tercera Orden Franciscana, cuyo espíritu orientó y conformó sus vidas. De condición noble y rica, distribuían abundantes limosnas a los pobres, y se dedicaban de continuo a la oración y a las obras buenas. La Beata Delfina vivió 35 años en santa viudez.

Tengamos en cuenta, antes de entrar en la vida de este matrimonio santo, que también la santidad, como todas las cosas, sufre las influencias del ambiente. Muchas cosas hay en los santos enteramente acordes con las ideas del tiempo en que vivieron, y que hoy, o no resultarían imitables, o en algunos casos podrían llegar a ser perjudiciales. Esto no quita para que podamos leer con fruto su vida, porque aunque no podamos imitar detalladamente los ejemplos concretos que nos dieron, podemos y debemos, en cambio, sentir el estímulo que supone la contemplación de la generosidad con que ellos respondieron al llamamiento divino. Así, aunque en la vida de este santo matrimonio haya cosas que choquen con nuestra mentalidad actual, no podemos menos de reconocer que constituye un magnífico ejemplo de dócil entrega a los impulsos del Espíritu Santo y que en lo sustancial puede servir como actualísima lección de lo que ha de ser un hogar cristiano.

Catorce años tenía Delfina, nacida en Puimichel (Provenza) en 1282, cuando le propusieron el matrimonio con Elzear, quien había nacido en Aussouis (Provenza) el año 1285, y era dos años más joven que ella. Y a sus catorce años, rechazó con energía aquella unión que le proponían. Sin embargo, y cediendo a los consejos de un franciscano, terminó por consentir, y dos años después se celebró el matrimonio. Los dos jovencitos así unidos, quedaron solos después de cuatro días de fiesta, y entonces tuvo lugar en realidad, históricamente demostrado, lo que tantas veces ha sido un elemento claramente legendario en la vida de los santos. Solos en su cámara nupcial, Delfina mostró a su esposo el gran deseo que tenía de quedar siempre virgen. Él consintió en ello, pero sin querer en manera alguna obligarse con voto, como ella se lo pedía. Entonces ella insistió una y otra vez en los ejemplos de San Alejo y de Santa Cecilia, en consideraciones sobre la brevedad de esta vida, lo despreciable del mundo, lo hermoso de la gloria eterna. Con todo, Elzear no consentía en el voto, aunque continuaba respetando la virginidad de su esposa. Un día cayó ésta gravemente enferma y declaró de manera rotunda a su esposo que estaba persuadida de que sólo el doble voto de castidad la curaría. Entonces Elzear prometió satisfacerle. Ambos hicieron su voto ante un franciscano, que era su confesor, y entraron en la Tercera Orden.

Su santidad se inserta de lleno en la maravillosa corriente de espiritualidad franciscana que recorre toda la Edad Media. Ambos pertenecían a familias de la primera nobleza, y gozaban, por consiguiente, de gran abundancia de bienes de fortuna. Pero, como San Luis de Francia, San Fernando de Castilla, Santa Isabel de Portugal y su homónima la de Hungría, supieron en medio de las riquezas conservar enteramente libre su corazón, y aplicar, a su vida de seglares, el admirable contenido evangélico de la regla de los terciarios franciscanos.

Marido y mujer llevaban la estameña bajo sus nobles vestidos. Por la noche se reunían para pasarla en oración y disciplinarse. Delfina no tocó nunca a su marido más que para hacerle pequeños servicios. Elzear había hecho un reglamento muy preciso y detallado para la buena marcha de la casa, que le exigía, entre otras cosas, la misa diaria y una especie de círculo de estudios familiar.



Pero todo esto se hacía sin abandonar la vida propia de un matrimonio seglar. Así vemos a Elzear abandonar a su esposa para marchar al reino de Nápoles, en el que había heredado el condado de Ariano Irpino (Benevento). Allí brillaba, de una parte, la bondad, y, de otra parte, la firmeza del joven señor provenzal. Encantador en el trato con los pobres, sabía, sin embargo, hacer frente con valentía a la turbulencia de sus vasallos italianos. Y al terminar el ejercicio de las armas, retirarse, después del combate, para disciplinarse. Su destreza en el manejo de las armas brillaba en la corte napolitana. Un día, Delfina se encontraba entonces con él, hubo una gran fiesta en Nápoles. Ambos cónyuges supieron hacer un magnífico papel. Elzear arrebató un anillo con su lanza, desde el caballo lanzado a todo galope, en pleno torneo. Horas después, en el baile, Delfina se mostraba encantadora, evolucionando con una gracia enteramente singular.

Su existencia venía repartiéndose entre la Provenza natal y aquellas tierras de Italia. Hacia 1317, Elzear ve aumentarse sus responsabilidades, porque el rey Roberto I le encarga administrar justicia en el Abruzo citerior. Poco después el matrimonio tiene que marchar a París, nombrado Elzear embajador extraordinario por el mismo rey Roberto para negociar un matrimonio de príncipes. Pero sólo Elzear pudo hacer el viaje. Delfina se vio obligada a quedarse en la corte del rey Roberto, en Aviñón, lejos de pensar que aquella separación iba a ser definitiva.

En París, el 27 de septiembre de 1323, cuando solo tenía treinta y ocho años, moría Elzear. El rey de Francia Carlos IV enviaba rápidamente un correo que diera la noticia a su esposa. Pero ya ella la había conocido misteriosamente. Sin vacilar un momento, abandonó la corte del rey y se volvió a sus tierras.

Elzear dejaba en pos de sí el recuerdo de una vida verdaderamente santa. Como el rey San Luis, se le había visto visitar los hospitales, atender a los leprosos, cuidarles con sus propias manos y besarles. Verdadero asceta en el mundo, había sido un constante abogado de los pobres, un mentor ejemplar del joven príncipe Carlos de Calabria, hijo de Roberto I, y un esposo modelo para su mujer, que confesaba que junto a él sentía una constante invitación a crecer en la gracia divina, y veía a su esposo como a su ángel guardián.

Un año después de su muerte, Elzear se apareció a su esposa y le reprochó con dulzura la pena que mostraba por su muerte. «El lazo se ha roto, y ahora estamos libres», le dijo recordando las palabras del salmo 123 y la liturgia de los Santos Inocentes. Delfina sonrió en medio de sus lágrimas, volvió a su antigua alegría, y se dedicó de lleno a la tarea de santificarse más y más.

Fiel a la espiritualidad franciscana, quiso abrazarse con la pobreza. Pero eso no era fácil. Poco a poco fue despojándose de sus bienes. Abandonó sus tierras de Provenza y se fue a Nápoles. Aunque le ofrecieron alojamiento en la corte, ella prefirió vivir miserablemente y mendigando. Los chiquillos la injuriaban por la calle, y ella se gozaba en aquella humillación.

Pero he aquí que sobreviene algo imprevisto: la reina doña Sancha había quedado viuda del rey Roberto en 1343 y quería tener junto a sí alguien que le apoyara en su vida espiritual. Llamó a Delfina y la hizo su consejera. Por indicación de ella entró la reina en las franciscanas de Santa Cruz de Nápoles, donde murió el año 1345.

Delfina volvió a la ciudad francesa de Apt, donde ya había vivido buena parte de la última fase de su vida, y allí pasó sus quince últimos años. Humilde y pobre, no desatendió, sin embargo, a sus conciudadanos. Cuando una guerra local amenaza arruinar el país, Delfina, aunque enferma, se interpone y consigue un apaciguamiento. Es hermoso también verla organizando una caja rural, en la que ella actuaba de secretaria y de fiadora. Prestando sin interés, conseguía resolver dificilísimas situaciones de los pobres labradores. La santidad, bien conocida por todos, de Delfina, era la garantía que permitía que aquella interesante empresa funcionara.

Por fin, el 26 de noviembre de 1360, a sus setenta y ocho años, murió en Apt, donde se la enterró, juntamente con su marido, en la iglesia de los franciscanos.

El pueblo rodeó aquella tumba bien pronto de una espontánea y cariñosa veneración. Tres años después de la muerte de Delfina, los comisarios apostólicos enviaban al Papa un informe sumamente favorable a su causa. Pero el resultado no fue decisivo por el momento. Había temor de que Delfina, en su trato con la reina doña Sancha y los franciscanos «espirituales», rebeldes a la Santa Sede, se hubiera contaminado de algunos de sus errores. Sólo años después su nombre empieza a aparecer en los martirologios franciscanos, y el Papa Inocencio XII aprobó su culto el 24 de julio de 1694.

Por lo que hace a Elzear, fue canonizado solemnemente en la basílica de San Pedro de Roma por el papa Urbano V el 1 de abril de 1369. Se conserva su proceso de canonización, en el que, desgraciadamente, falta la declaración, que tan interesante hubiese sido, de su esposa Delfina. La fiesta de San Elzear se celebraba el 27, y se celebra juntamente con la de su esposa el 26 de septiembre.

A propósito del caso de estos santos esposos escribió Blondel unas palabras con las que terminamos esta semblanza: «Asociarse (en el matrimonio) para ayudarse mutuamente en la caridad humana y divina o para realizar una especie de respetuosa inmolación doblemente meritoria, no es incompatible con la confianza en gracias excepcionales o en circunstancias impuestas por estados físicos y morales. Por eso ha sido posible canonizar vocaciones paradójicas y de una virtud singular, como la de San Elzear y la Beata Delfina de Provenza, verdaderos esposos, pero unidos en una emulación virginal».
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